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Y, ahora, nos vamos a tomar un gin-tonic
mientras vemos la película y me cuentas de tu viaje – le pidió a ella con real
interés.
Lo inusitado era que él no bebía y que, cuando lo hacía, a
los tres sorbos de vino- no digamos ya de alcoholes de más graduación- la
cabeza le daba vueltas. Ella, en pijama y zapatillas grandes, le regaló un beso
y tomó la copa. Él la siguió con la mirada mientras cogía una tónica del
frigorífico y la mezclaba con un chorro de Fifty Pounds. Se
deleitaba viéndola a su alrededor. Muchas veces se había preguntado el porqué
de aquella sensación tan profunda y completa. Daba igual lo que ella hiciera,
si ordenar el armarito o regar las plantas, estar sentada leyendo un libro o
preparar una bebida, el caso es que parecía que el mundo resultaba más
completo, más pertinente, más hermoso, cuando sentía su presencia. Hacía ya mucho
rato que era noche cerrada. Fuera, las siluetas oscuras de los alisos y los
castaños del parque se mecían con lentitud, con sus ramas inclinándose como si
quisieran espiar a la pareja por entre los visillos. Dentro, luz tenue y una
copia pirata de Avatar en la televisión.
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Tendrás que comer algo, ¿no?, si no te va a
sentar mal- dijo ella mientras se dejaba acariciar las piernas y los pies y los
amantes azules de la película deambulaban por bosques inmensos.
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No, no te preocupes, sólo he bebido un poquito.
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Espera- ella se levantó y se acercó a la cocina,
volviendo al poco rato con un caja de donuts.
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¿Donuts con gin-tonic?- rio él.
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¡Sí!, hacen buena pareja- contestó ella.
Más tarde, cuando la película había terminado sin que vieran
el final porque las caricias habían reclamado su hora y su crescendo, allá mismo,
en el sofá, cuando ya ella dormía apoyada en su hombro, cuando aún olía a
pasión, él se dio cuenta de que, a veces, por milagro, encajan cosas imposibles
de combinar, el gin-tonic y los donuts, aquella mujer maravillosa y él mismo. Y
se sintió un privilegiado.
2 comentarios :
Como siempre, un placer leer tus relatos. Enhorabuena.
Muchas gracias
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