Las ausencias, lo malo que tienen, es que despiertan los
demonios de la nostalgia que, en el fondo, es un miedo a perder, a ser
olvidado, a ser desplazado del rincón que habitamos en el corazón del otro.
Te vas y, aunque sé que regresarás, tengo pavor de que no lo
hagas, de que cenizas que tú dices apagadas -sin que yo nunca lo crea del todo-
revivan de súbito, que te vuelvan a decir palabras hermosas, que releas cartas
de amor que te mandaron y guardas como tesoros valiosos, que el embrujo de una
noche llena de guitarras te llame a lo que antes ya fue y ya sentiste, que
resuciten miradas que un día fueron y que siempre pueden volver a ser, que te
acaricien la espalda con ternura en una playa,
que compartas un vino blanco entre sonrisas, que vuelvan a enlazarse
unas manos por entre callejas que huelen a manzanilla y a naranjos, que vuelvas
a refugiarte en hoteles recoletos, que recuerdes el goce de grandes amores
aparcados, que no me cuentes lo que te estremece, que compares lo que tienes
con lo que perdiste, que te percates de que nunca dejaron de quererte mucho, que elijas el riesgo maravilloso de la locura a la serenidad del estar a gusto.
Las ausencias, lo malo que tienen, es que me hacen ser
consciente de que no amo suficiente, nunca es suficiente, que no soy tan bueno,
que esto es un imposible, que no he dado lo necesario para que el pasado no
aceche, que la derrota ocurrirá simplemente porque otro te hará más feliz, que
sólo podré culparme a mí mismo por mi propia incapacidad, que soy frágil, que
apenas soy nada; hacen que me dé cuenta de lo inverosímil de ser amado, que un
ladrón- o quizá el ladrón soy yo mismo y sólo te están reconquistando- puede
arrebatar en un instante lo que más amo con mejores versos, con besos más
dulces, con abrazos más tiernos, con aquella locura radical que ya no sientes y
que seguro que añoras aunque lo niegues.
Las ausencias, lo malo que tienen, es que cuando regresas, y
el corazón se me llena de orgullo, hechizo, calma y deseo, siento que he estado
caminando al borde del precipicio y sólo el azar o la torpeza de otro hacen
que pueda tenerte de nuevo, yo tan poquita cosa.
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