No quiero olvidar. No quiero olvidar y, aunque sé que es
altamente improbable, imposible, que eso ocurra me asusto cuando, cada día, no
te recuerdo muchas veces. ¿Podrá llegar el día en que transcurra una jornada
sin que hayas venido a mi mente al menos una sola vez? No lo creo pero tengo
miedo de que la vida, el tiempo, el cansancio, la desesperanza, el nuevo amor,
vayan difuminando los recuerdos, los anhelos, el dolor y las promesas. Lo malo
es que las cosas suceden, que no son controlables, que de pronto al corazón ya
no le quedan resquicios para la melancolía o para la tristeza, que hay una mano
suave, dulce y tierna que, sin apenas percibirlo, ha ido limpiando las
heridas, cicatrizando la aflicción, desatando el vínculo.
Has estado ahí, estás ahí cada
día, respetuosa, considerada, sin pedir, esperando con delicada paciencia,
dando con magnanimidad, poniendo emplastos en mis cicatrices. Y, ahora, me debato entre el miedo al olvido y el
anhelo de la plenitud.
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