12/5/09

Los 7 pecados capitales: la lujuria


Odiaba despertarse de aquella manera. Siempre le molestaba hacerlo sobresaltada. A Susana le encantaba revolverse mimosa entre las sábanas durante muchos minutos, despertándose poquito a poquito, deleitándose en el propio placer de la somnolencia. Pero Carlos, su hijo mayor, había salido como un terremoto hacia su escuela. Ahora que jugaba en el equipo de baloncesto del colegio, acostumbraba a confundir el desayuno con el entrenamiento de modo que se entretenía botando y lanzando la pelota a cualquier pared mientras engullía las tostadas y bebía el café con leche. El portazo final había sido lo que definitivamente había despertado a Susana.

Miró el reloj. Eran las 10:30. Muy tarde. Nunca se levantaba tan tarde aunque, hoy, sabía el porqué de aquello. Súbitamente, los recuerdos y las imágenes de la noche anterior se agolparon en su mente. Una mezcla de excitación y de vergüenza se apoderó de ella. Se levantó y se dirigió al baño. Se volvió a mirar en el espejo. Temía que algo la delatara. Pero no, igual que en la noche anterior, su cambio era interno.

¿Podría mantener aquella doble vida? Por nada del mundo quería separarse de Marc y cada vez que recordaba su olor, sus ojos y su piel, sentía que deseaba volver a verle y a amarle. Aún así, no podía abandonar a su familia. Quería a sus hijos, quería también a su marido- no con la pasión que sentía por Marc- pero le quería. Su cerebro estaba sumido en las dudas.

Sonó el teléfono. Aún sin haberse despertado del todo, se dirigió mecánicamente hacia el aparador y descolgó:

- ¿Sí? ¿Quién es?
- Hola, mi ángel... ¿Ya te has despertado?
- ¡Marc! ...¿Estás loco? ¿Qué haces llamando aquí?
- No podía esperar más a oír tu voz. Tenía que decirte que fue maravilloso. Eres una mujer excepcional ¿lo sabes?

Se deshicieron en elogios el uno para con el otro. Palabras tiernas, dulces, elegidas de entre las que habitan en lo más hondo del corazón. Quedaron nuevamente para la tarde. Susana sabía que no podía justificar pasar dos noches seguidas fuera de casa, así que acordaron verse hacia las 2:00, después del almuerzo, con la esperanza de poder separarse para las 7:00. Serían 5 horas con él. Se verían en el parque.

La mañana pasó lenta, pesada. Susana se afanó en concentrarse en las tareas domésticas pero no lo consiguió. Cuando metía la vajilla en el armario se acordaba de la cena que tomaron juntos en la cama; cuando lavó unos pañuelos se acordó de los de él; cuando ordenó la habitación se vio a si misma haciendo algo similar en el hotel mientras Marc la besaba en el cuello. No podía borrar de su mente la imagen de aquel hombre y, sin embargo, sabía que debía intentarlo si quería salvar a su familia.

Apenas se maquilló. Él le había dicho que prefería sentir y oler su piel. Tan solo se marcó los ojos y se echó unas gotas de perfume. Se puso un vestido discreto, amarillo pastel. Fue andando hasta el parque.

Le vio enseguida, sentado en aquel banco que estaba medio escondido entre dos sauces. Se acercó hasta él y le beso, de sorpresa, en la nuca. Fue él el que se sobresalto esta vez.

- ¿Eh? Te estaba esperando - dijo Marc, y la atrajo hacia sí.

Susana se sentó a su lado. Se besaron. Fue un beso largo, interminable para dos personas de su edad, tierno, húmedo, sensual. Afortunadamente, nadie pasaba a aquella hora por el sendero.

- Te he echado de menos. Mucho, de veras...- susurró Marc - . No pensaba que ninguna mujer llegará a impactarme con tanta fuerza. En cuanto me descuido me descubro a mi mismo pensando en ti....Susana...me gusta decir tu nombre.

- Y , ¿te asusta pensar tanto en mí? - preguntó Susana.

- No lo sé...de verás, amor...no lo sé. Me da miedo. Me siento orbitando en torno a ti, sin ninguna capacidad de vivir solo. Yo, que siempre había sido tan independiente, me veo ahora atado a ti, a una mujer casada... con la que no puedo tener un futuro....- se quedó cortado, sin saber como seguir.

Susana calló como si estuviera buscando una respuesta que no le hiriera.

- No tienes más miedo que yo, Marc...de veras, yo tengo mucho más. Al fin y al cabo, soy yo la que estoy poniendo en juego mi familia. Pero no puedo dejar de pensar en ti. No puedo. Siento escalofríos cada vez que te veo y no quiero arrebatar a mi vida esta oportunidad....por eso vengo a ti, una y otra vez. Por eso, ayer por la noche me sentí más mujer que nunca en tus brazos.

Se besaron otra vez. Largamente. Ya eran mayorcitos para creer en el amor a primera vista o en cuentos de hadas, pero su pasión era instantánea, auto alimentada en cada segundo que estaban juntos, poderosa.

- ¿Se dio cuenta de algo tu marido, cielo? - dijo Marc

- No, no...no creo. Pero no puedo salir de casa todas las noches y volver al amanecer después de haber hecho el amor tres veces- Susana rió y le acarició el pelo. Le gustaba hacerlo. Siempre lo llevaba despeinado y ello le daba una imagen de bohemio despistado que apasionaba a Susana.

- ¿Te irías conmigo? - preguntó Marc

Tardó en contestar. Susana no paraba de mirarlo, de escrutarlo, de recorrer con sus ojos cada una de las curvas de su cara, de pensar en todo su cuerpo, de sentir la excitación que aquel hombre le producía.

- No ...- murmuró sin que apenas se le oyera - No puedo. No me lo perdonaría a mi misma. Destrozaría mi familia y ellos no lo merecen.

Marc no contestó. Seguramente esperaba aquella respuesta pero una negativa siempre era difícil de aceptar. Susana le besó. Esta vez fue casi un roce de labios.

- Te adoro, Marc. De veras. Nunca he sentido por nadie la pasión y el deseo que siento por ti pero sé que esto pasará. Siempre pasa. Y entonces, habré destrozado la vida de ellos, la tuya y la mía. No, no puedo. Dios sabe que lo deseo con toda el alma, pero no puedo.

Permanecía cabizbaja, sin atreverse a mirarle fijamente a los ojos. Le estaba rechazando. No, peor. Le estaba utilizando. Quería disfrutarlo, tenerlo entre sus brazos, que le hiciera el amor una y otra vez pero, después de eso, dejarle y volver a su nido. Y Marc se daba cuenta.

- Me siento mal - dijo, por fin, Marc - te quiero y quiero que estés conmigo. No puedo vivir teniéndote solo cuatro horas al día. Te necesito a mi lado, siempre cerca de mí. Que seas mía. Necesito saber que sólo haces el amor conmigo, que duermes conmigo, que piensas en mí.

- Sabes que sólo pienso en ti, mi cielo. Dios sabe que es así - Susana le sonrió y le volvió a peinar el cabello.

- Sí, piensas en mí pero te acuestas con tu marido. Piensas en mí pero vives con otros. No. No es justo, Susana. No es justo. Quiero más, quiero todo.

- No puede ser, no puede ser...no me lo pidas más...por favor - Susana susurraba - no podría resistir la tentación si sigues haciéndolo. Me iría contigo. Si me lo pides más, me iría contigo...y no debo, no debo. ¿No lo comprendes, Marc? ¿No comprendes que debemos vivir nuestro momento pero que no podemos confiar en que dure?

Marc sí comprendía aunque no deseaba aceptarlo. Él había estado también casado durante cuatro años hasta que se separó de su mujer. Sabía que el amor podía pasar. Ahora le parecía una locura pensar que su pasión y su amor por Susana pudieran acabar algún día, pero intuía que podía ocurrir.

Sabía también que ella estaba jugándose mucho en la aventura. Sintió que no era justo pedirle que abandonara todo. Entre otras cosas, porque él mismo tampoco estaba seguro de que podría ofrecerle todo, siempre.

La besó. La besó con todo su amor.

- Ven, ven...vamos a mi casa. No sé si puedes vivir o no, conmigo. No sé si es justo pedirte que te vengas conmigo o no. Pero te deseo, te deseo mucho. Te amo con locura en este momento y quiero que estés conmigo ahora. Mañana, ya veremos.

Susana no contestó. Se levantó, le cogió de las manos y lo levantó a él. Corrieron hasta un taxi. No se dijeron nada. Sabían lo que pasaría a continuación, lo deseaban y lo esperaban.

El trayecto fue interminable. Apenas duró 10 minutos pero les pareció interminable. Pagaron y dejaron una pequeña propina. El taxista les miró extrañado de tanta prisa y de tantos arrumacos que se hicieron. No eran unos críos. Subieron corriendo por la escalera, riendo juntos, sin esperar al ascensor.

El apartamento de Marc era pequeño pero decorado con gusto. Una entrada con una mesita, un teléfono y aquel barquito en botella que Susana le había regalado. Un cuadro de un paisaje con gaviotas sobre un faro, en la pared de enfrente. Mas allá, sólo tres puertas. Una para el baño, otra para la cocina y otra para la habitación. Entraron, sin detenerse, en la alcoba y se dejaron caer sobre la cama. Sin desvestirse, se abrazaron y se besaron por largo tiempo. Les gustaba meter sus lenguas en la boca del otro, juguetear con ellas y tratar de entrelazarlas. A Marc le encantaba también morder la punta de la nariz de Susana, suavemente.

Ella se levantó.

- No te muevas - le dijo con una sonrisa sugerente.

Marc, obediente, se tumbó de espaldas sobre la cama con sus manos en la nuca. Reía y se deleitaba con ella.

Susana se pasó las manos por sus caderas y sus muslos. Contorneándose. Se descubría a ella misma haciendo cosas que creía que sólo pasaban en las películas. Y se sorprendía de cómo con él, sólo con él, no sentía vergüenza ni rubor y disfrutaba de un erotismo que jamás había vivido antes.

-¿Te gusta?

- No te imaginas cuánto - respondió Marc - y silbó ruidosamente dando su aprobación.

Susana se levantaba y bajaba la falda alternativamente pero, en cada ciclo, se la subía un poquito más. Marc podía ver sus muslos, tersos y blancos. Aquellos muslos que adoraba tanto.

Susana se volvió. El contorneo de las nalgas de aquella mujer excitó mucho más a Marc.

- Vamos, amor - desnúdate. Te deseo. Te quiero conmigo- pidió Marc.

Ella se desabrochó lentamente el escote, sin hacerle caso. Sus pechos asomaron por entre la tela. El vestido cayó. Marc vio sus pezones transparentándose a través del satén del sujetador y su vello púbico a través de sus braguitas. Se volvió y, aún contorneándose, se fue bajando la ropa interior poco a poco. Cuando estuvo desnuda de cintura para abajo, aún sin volverse, fue abriendo sus piernas y desabrochándose el sujetador. Marc estaba muy excitado y se había desnudado sobre la cama.

Susana estaba desnuda. Como si bailara, fue doblando sus rodillas hasta ponerse en cuclillas delante de Marc y este no aguanto más. Se levantó, y agachándose junto a ella, a su espalda, puso una mano entre sus piernas y le acarició su sexo. Estaba mojada, muy mojada. Susana se había excitado también con su propia exhibición. Siguió masturbándola mientras le besaba la espalda, los hombros y la nuca. Ella suspiraba. Marc sentía que gemía de verdad, de placer intenso. Y él mismo se excitaba más y más viendo como la mujer respondía a sus caricias.

Se levantaron y se abrazaron. Fueron a la cama. El la penetró enseguida. Ninguno podía aguantar mucho más. Ella enroscó sus piernas en torno al cuerpo de él. No dejaron de besarse en todo el tiempo que duró el coito. Abrazados, besándose y moviéndose como posesos. El sudor les corría por la piel y se dejaron llevar sin pensar en nada más que en el instante que vivían.

Ella tuvo primero su orgasmo. Sus muslos se tensaron en torno a él y dejó escapar un gemido que, aunque nada espectacular, indicó a Marc que estaba alcanzando su éxtasis. Él tardó un par de minutos más. Cayó sobre ella con todo su peso pero a Susana le gustó. Le abrazó. Le gustaba sentirse apresada por Marc, entre su pecho y las sábanas de la cama. Le paso las uñas de sus dedos por la espalda, como en un masaje lento y él susurró de placer. Sonidos ininteligibles pero placenteros.

Por fin, él se tumbó a su lado. Se abrazaron.

No necesitaron decirse palabra alguna. Vivían sobre la marcha, aunque sabían que necesitaban asimilar su relación, decidir qué hacer y controlar su pasión. Aquella tarde no lo lograron y volvieron a hacer el amor.

Susana llegó tarde a casa. Comenzó a preparar la cena. Sólo pensaba en Marc. Marc sólo pensaba en ella.

1 comentarios :

Anónimo dijo...

Muy excitante pero sin perder la clase

Marta