30/6/20

Mascarillas que traducen






Una start-up japonesa de nombre Donut Robotic ha anunciado que ha desarrollado una mascarilla sanitaria capaz de traducir idiomas. Llamada C-Mask será puesta a la venta el próximo septiembre (por lo que se ve, prevén un rebrote de la pandemia después del verano) y será capaz de traducir el japonés a 8 idiomas.

El usuario habla (en japonés), se recoge la grabación con un micrófono incorporado, un minicomputador analiza el espectro, deduce las palabras y procede a su traducción, generación de voz automática y emisión por un pequeño altavoz también embebido. Todas estos elementos tecnológicos se añaden en una capa exterior a la mascarilla en sí. El amplificador que emite el sonido permite además aumentar el volumen de nuestra voz que queda debilitado por el uso de la mascarilla.

Los idiomas a los que traducirá serán inglés, chino, francés, coreano, indonesio, tailandés, español y vietnamita.

Más información en este enlace.





22/6/20

Proyectos de narrativa transmedia para sinohablantes





La próxima semana, concretamente el martes 29, se celebrará un web-seminario on-line titulado Proyectos de narrativa transmedia para sinohablantes en el que Carlos Scolari y Marcela Fritzler impartirán 3 ponencias:

- ¿Qué significa Transmedia/Alfabetización?

- Competencias Transmedia para la clase ELE.

- Proyectos de narrativa transmedia para sinohablantes.

Organizado por la Consejería de Educación de la Embajada de España en China, en colaboración con el Instituto Cervantes en China,  este año la sesión es virtual debido a la pandemia vírica que padecemos. Se trata de una propuesta didáctica dirigida a todo el profesorado de español como lengua extranjera que trabaja en China.

Se introducirá el "transmedia storytelling" y su uso en la educación.  

Es un seminario gratuito. Más información en este enlace.





17/6/20

Celebrating Indigenous Languages





Celebrating Indigenous Languages, es una aplicación de Google Earth que muestra en el mapa la localización de 55 lenguas indígenas en peligro de extinción. Una vez seleccionada una de ellas, se visualizar una pequeña explicación sobre ella y hay un pequeño audio en el que se puede escuchar cómo es su pronunciación con algunas frases emitidas por hablantes nativos de la misma.

Puede accederse a esta interesante aplicación desde este enlace. Funciona en Chrome.






14/6/20

Realidad virtual y piano





La empresa canadiense Massive Technologies propone varias aplicaciones de Realidad Virtual aplicadas a la interpretación pianística que representan un muy interesante avance. Por un lado, AR Piano permite superponer un pianista virtual sobre varios modelos de piano para observar cómo se puede interpretar sobre él. 

Por su lado, VR Piano visualiza un modelo 3D sobre el piano que interpreta la pieza mientras la partitura circula en paralelo.


Muy interesante es AI Piano que, mediante técnicas de deep learning e inteligencia artificial, permite desarrollar una digitalización a partir del fichero MIDI de la obra. Esta digitalización es entonces mostrada en pantalla con lo que el pianista humano puede ver la mejor manera de interpretar la obra y copiar el movimiento de dedos y manos de la propuesta hecha por el algoritmo.

En este momento, no son de uso general para cualquier obra sino que hay que elegir entre un catálogo de partituras ya preparadas.

Están disponibles para la plataforma Apple aunque aún están en versiones que no tienen todas las funcionalidades.

En el primer video se ve cómo funciona AI Piano para varios ejemplos. En el segundo, VR Piano interpretando el Estudio Revolucionario de Chopin, Opus 10, nº12.








13/6/20

Generador de textos periodísticos





Gabriele es un generador de noticias automático desarrollado por la empresa española Narrative que es capaz de redactar textos breves que simulan con realismo la noticia que un periodista humano pudiera haber escrito. Su utilidad se da, sobre todo, en resúmenes y noticias de agencia (la agencia EFE, por ejemplo, lo utiliza) construyendo el texto a partir de las ideas fundamentales y una serie de bases de datos de frases gramaticales. El algoritmo de construcción de los textos utiliza técnicas de inteligencia artificial aplicadas a la generación de lenguaje natural.

La aplicación de generadores de texto en lenguaje natural, sea cual sea el algoritmo que hace de motor, es algo ya bastante común en el periodismo. Hay análisis también sobre cómo estas automatizaciones pueden afectar a la veracidad de las noticias.

Mas información en este enlace.


11/6/20

Recuerdos






Los ventanales de la cuadragésima tercera planta de la Memority Corporation miraban al sur de la megápolis, por donde el río ondulaba bajo puentes que aún se conservaban desde primeros del siglo XX, más como recuerdo histórico que por ser útiles. Dante Lapier, de pie tras la cristalera, aspiró un preparado de perfumes relajantes y se preguntó qué hubiera pensado su tatarabuelo si viera el éxito que la Memority había conseguido en tan sólo ciento ochenta años. O lo que pensaría su madre, recién fallecida. Desde debajo del suelo, muy amortiguado por las capas de aislamiento vítreo, llegaba el ligero rumor de la refrigeración de los enormes servidores que preservaban los recuerdos.

Jonás Lapier había huido de una Europa en guerra en 1914 viajando de polizón en el mercante Santa Ana, que salía de Vigo hacia América justo el mismo día de septiembre en que los alemanes llegaban al Marne. Tras más de un mes de hostilidades, Lapier temía que España entrara en la contienda y no quería ser llamado a filas, algo muy probable dada su edad.  Su destino, Cuba. Había cumplido los dieciocho años en enero y, con su alta estatura, buena percha, rostro aniñado y buena plática, pronto obtuvo un empleo en una tienda de fotografía de La Habana.  Allá, entre turistas americanas que se hacían retratos y se sentían solas en sus hoteles, aprendió el inglés, así como el oficio de la fotografía y el arte de avezado galán, en una mezcla sin fronteras entre el trabajo y el placer. 

Unos diez años después se instaló en Nueva York con su primera mujer, la adinerada Doris Hihworth que, mientras la satisfizo, le regaló una buena vida y le costeó un reputado estudio en la 4ª con la 42. Jonás, que ahora ya se había reconvertido en John, se percató pronto cuál era el negocio. Fotógrafos los había muchos, tanto en sala como en la calle, sobre todo en Central Park o en Battery Park donde las gentes gustaban de posar para la posteridad. Jonás, John, dedicaba algunos días entre semana a pasearse por los parques y, a partir de 1931, frente al Empire State, con su Voigtlander Bessa y su flash de polvo de magnesio que, más tarde, cambiaría por uno de lámpara, pero, a diferencia de casi todos los demás, buscaba un retrato que no reflejara la realidad tal como era sino como le gustaría al fotografiado recordarla.  Igualmente, en el estudio, descartaba las poses estáticas sobre fondos planos, que estimaba propias de una detención policial, para obligar al individuo a aparentar algo que no era. El plebeyo tomaba la apariencia de un caballero del Columbus Club; el rico aparecía como explorador en el Nilo; la dama aburrida obtenía un retrato de heroína egipcia. Con semejante parafernalia, sus precios eran más elevados y pronto se granjeó una justa fama, desarrollando un sólido negocio. Tras tres matrimonios, cuatro hijos, una úlcera y dos ataques de corazón, murió en 1987 cuando ya hacía muchos años que había dejado el mando de la empresa a su hijo Steve, bisabuelo de Dante, que mantuvo la misma línea de negocio. No obstante, cuando ya era sexagenario, Steve Lapier, hombre adusto, siempre muy delgado y con poblado mostacho durante gran parte de su vida, supo anticipar las ventajas de la fotografía digital e hizo que la empresa se posicionara en el nuevo nicho de mercado. Al morir, en el año 2015, su hijo Marc, abuelo de Dante, dirigía una gran compañía con ochenta subsidiarias en el mundo, que trabajaba en fotografía artística e industrial, publicidad, efectos visuales avanzados, producciones televisivas y disponía de servidores en tres continentes para dar servicio on-line a sus clientes. Marc no gustaba del trabajo duro y delegó rápidamente en gerentes contratados cada cuatro años mientras él se dedicaba a sus dos grandes pasiones: navegar en velero y beber bourbon con hielo. A pesar de sus excesos alcohólicos, aguantó hasta los 83, cuando en el 2047 no se despertó una mañana.

Stella, la madre de Dante, tomó las riendas y fundó las bases de lo que era hoy la Memority Corporation. Aficionada a la historia y amante de las hemerotecas, amén de amante de un par de cubanos de Florida que le recordaban las historias viejas de la familia, se dedicó a almacenar millones de imágenes en granjas de ordenadores especialmente dedicadas a ello. Algún día, decía, serían útiles para reconstruir la historia del siglo XXI. La dama se casó tres veces, viajó por todo el mundo, con especial predilección por París, Madrid, Venecia y Buenos Aires, tuvo dos hijos y estrenó uno de los primeros autos voladores que se vieron en los Estados Unidos, concretamente, un Starling II, capaz de alcanzar las 300 millas por hora y elevarse hasta 200 m. Tan aficionada a las imágenes de antaño, se colocaba un foulard largo que dejaba ondular al viento mientras sobrevolaba por encima de los barrios de la ciudad. Dante era su pequeño y también su favorito. Su otro retoño, dos años mayor que Dante, pronto manifestó que no quería saber nada de los negocios y se conformaba con gastar alegremente la dotación anual que su madre le otorgaba. Con que no molestara, lo daba por viene empleado.

Había sido Dante el que había hecho dar un salto cuántico a la Memority Corporation. A sus cuarenta y cinco años, en la plenitud de su vida, soltero aún pero poco dado a dormir solo, llevaba ya una década desarrollando su plan con un éxito tal que el semanario Bests le había nombrado empresario del año 2080. Conservaba la vieja Starling II de su madre pero él prefería la nueva Constellation X-10, capaz de elevarse eventualmente hasta la estratosfera. Dante había combinado su saber hacer en el mundo de la imaginería virtual con la mayor Red Social, conocida, la CaraNote, en la que más de cuatro mil millones de seres guardaban sus fotografías, sus conversaciones, sus vídeos, sus impresiones (con un sistema de registro cuántico recientemente creado que permitía memorizar las señales reactivas de los cinco sentidos en un instante dado) e incluso sus cartas de amor.

Un arpegio de arpa digital le sacó de su ensimismamiento. Giró la cabeza y dijo:

− ¿Sí, Alice?
− Sr. Lapier, está aquí el Sr. Benton. Usted le había citado a las once.
− Sí, sí, hágale pasar, por favor.

Chris Benton era un tipo menudo, de tez algo morena para haber nacido en North Carolina, ojos negros y cabello peinado con esmero. Vestía a la usanza de primeros de siglo, con unos lazos largos al cuello que llamaban corbatas y que hacía décadas que habían dejado de estar de moda. Nunca se ponía uno de los buzos biónicos que eran tan populares. A pesar de sus ventajas de todo tipo, Benton los consideraba trajes de astronauta, una frase que pronunciaba con intencionado desprecio.  A su lado, Dante Lapier, con su cabeza rasurada al más moderno estilismo, gafas con visión asistida, su mono biotécnico de última generación y sensores tatuados en su piel, parecía un ser de otro mundo.

Benton era propietario de la principal farmacéutica del planeta. Viendo a Benton, nadie podría pensar que su mente era una de las más privilegiadas en la comprensión molecular de los medicamentos, especialmente en los que regulaban las funciones cerebrales, algo que había enriquecido sin límites a él y a los demás accionistas de su CervroBrainer Inc. Una personalidad tan chapada a la antigua en el vestir tenía también algunos otros corolarios. Nunca aceptaba una tele reunión y gustaba de entrevistarse siempre cara a cara. Dante hubiera preferido conectarse a distancia, pero sabía que nunca hubiera podido hablar en profundidad con aquel hombre de no haber cedido a la reunión presencial. 

− Siéntese, Benton. Le estaba esperando. Gracias por venir tan pronto.
− Un placer, Sr. Lapier.
− Ya veo que su estética no mejora – sonrío como si se tratara de una broma amistosa pero, en realidad, lo pensaba así.
− Confío que el mundo de la moda vuelva a su cauce natural – respondió Benton, que tampoco bromeaba, estimando que los tipos como Lapier eran idiotas vestidos de alien. No obstante, reconocía el valor intelectual de su interlocutor. Un buen cerebro muy mal empaquetado, pensó para sí. Como un buen perfume en un botellón plástico de litro y medio.

Se abrió una trampilla en la mesa y un elegante brazo mecánico les sirvió dos refrescos. 

− Le he hecho llamar – prosiguió Dante −, porque he de tratar un negocio con usted.
− Soy todo oídos aunque no sé qué puntos en común podemos tener una empresa médica con una dedicada a la imagen y las redes sociales.
− Tenía una presentación preparada pero creo que la podemos evitar y ahorrar tiempo. Al fin y al cabo, estoy seguro que usted conoce bien a qué nos dedicamos y yo conozco bien a qué se dedica la CervroBrainer. –  se sentó en el sillón refrigerado de la esquina.
− Sin duda.
− Antes de nada, debo hacerle una pregunta, si no le parece mal. Es importante para poder continuar.
− Hágala. Veré si puedo o debo contestarla.
− ¿Es su empresa capaz de borrar los recuerdos selectivamente?

La pregunta sorprendió a Benton. Esperaba alguna cuestión económica, de negocios de baja monta, quizá una propuesta de hacer publicidad con la Memority Corporation, o un rol preponderante en la Red Social. Esta pregunta, sin embargo, era técnica y, había de reconocerlo, en la frontera de la técnica.

− Como usted sabrá, atontar a una persona base de psicóticos lleva siendo posible desde hace siglos, drogarla se hacía ya en la Prehistoria, condicionarla por el miedo o el dolor se ha hecho siempre. Pero son, llamémoslo así, terapias de choque que afectan brutalmente al cerebro, a todo lo que el ser es. Digamos que el sujeto deja de ser él mismo. No creo que usted ser refiera a esto.
− Efectivamente. Veo que me ha comprendido bien. Mi pregunta es si, sin alterar sustancialmente al individuo, se pueden borrar ciertos recuerdos poco agradables, ciertos momentos, cierta conversación o cierto instante. Un trabajo quirúrgico, por así decirlo. ¿Es posible, en su experta opinión, hacerlo con el uso de medicamentos o drogas?
− Diría que sí. Afirmativo. Está en la frontera de la técnica pero mi Compañía tiene ya diversas sustancias que permiten hacer este tipo de cosas. La memoria es una función enigmática que elude su total comprensión, pero, al cabo, es un conjunto de cambios químicos y biológicos que suceden en el cerebro para sustentar el almacenamiento de información. Una mera activación de genes y concatenación de proteínas. Y esa química puede ser alterada inteligentemente.
− ¿Puedo preguntar, cómo? – Dante se inclinó hacia su interlocutor, atento.
− Puede, pero no voy a responderle. Entienda que estos son secretos científicos que deben quedar dentro de la CervroBrainer. Miento, dentro de un muy restringido núcleo de expertos de mucha confianza en nuestra empresa.
− Lo entiendo. Discúlpeme por la osadía. En cualquier caso, era más curiosidad que necesidad de saberlo porque para la colaboración que voy a proponerle no preciso saber cómo se hace, sólo que puede hacerse.
− Puede hacerse.
− Y que la CervroBrainer, desea hacerlo.
− Eso aún no lo sé, Sr. Lapier. Le rogaría que dejara este lenguaje enigmático y fuésemos al grano. La vista desde lo alto de este edificio es fabulosa, pero me temo que tengo otros muchos trabajos a los que atender. Discúlpeme si soy tan directo….
− No, no. Comprendo. Nuestros imperios necesitan a sus emperadores al frente de la batalla – sonrió y se levantó.
− Le escucho, entonces.
− Verá. La idea es sencilla. Bien sabe usted que lo que de verdad recordamos es sólo una pequeña porción de lo que nos ha sucedido. Nuestros recuerdos de cuando éramos niños son siempre escasos, tendemos a modificar lo realmente sucedido en función de nuestra personal experiencia, amplificando la reacción. Fíjese en un ejemplo personal. Recuerdo que, con apenas doce años, mi madre me llevó a ver una exposición de realidad virtual sobre el Sistema Solar. Algo casi infantil. De hecho, todos los chicos quedaron encantados con la visita. Pero a mí, aquel día, me dolía mucho la cadera, fruto de una caída unos días antes. Mi experiencia fue de dolor, al punto de que hoy, cuando pienso en los planetas, siento aún una desazón. No me atraen para nada los viajes al espacio.
− Un reflejo condicionado. Algo habitual.
− Y esto es sólo una anécdota anodina.
− Siga, por favor.
− Como sabe, en nuestros servidores almacenamos billones de imágenes, sonidos y textos. Le sorprendería saber cuántos de ellos sólo importan al que los guardó. Son, discúlpeme por ser tan brusco y directo, banalidades que no sirven para nada aparentemente. Y, si se las mostráramos a otras personas, pensarían que es una manera estúpida de consumir recursos en la Red. Fotos de una patata frita, de una chaqueta termorregulada descatalogada hace dos décadas, de un perrito de compañía o de un abalorio sin valor artístico alguno. Hay decenas de millones de fotos como esas que podrían borrarse sin consecuencia alguna. O, por el contrario, fotos que, vistas en retrospectiva, muchos desearían hacer desaparecer porque ya no representan lo que son, incluso se preguntan cómo pudieron ser tan cretinos en el pasado. Pero no las borramos, ¿sabe usted por qué?
− ¿Porque violarían las condiciones de uso o las leyes de protección de datos?
− También. Pero, sobre todo, porque esas fotos significan algo para el que las puso ahí. Esa patata frita quizá dispare en la memoria del sujeto una cena con su ser amado en una taberna de mala muerte en la que, sin embargo, fue feliz. Esa chaqueta puede traer a la memoria un viaje al Polo, el anillo sin valor puede recordar su compra en un mercadillo de Praga. ¿Me comprende usted? La memoria en sí misma es baladí. Lo que importa es lo que despierta en el cerebro. Los recuerdos más vívidos no son los que acaban de suceder, sino los vividos con mayor intensidad emocional.
− Le entiendo perfectamente y podría explicarle los mecanismos electro proteínicos que producen tales eventos.
− No será necesario. El caso es que nuestra Red Social es una memoria mucho más precisa que la que nuestro cerebro contiene. Para nosotros mismos y para los demás. Más amplia, más verídica y más rápida de recuperar. Y, por qué no, más adaptable a nuestros deseos.
− Prosiga, por favor – Benton sorbió un poco de refresco del vaso que mantenía en su mano.
− Está demostrado que el cuarenta por ciento de nuestros recuerdos son poco precisos por no decir claramente falsos. Son imágenes que nuestra mente ha ido conformando sin que nosotros nos demos cuenta de que no son reales. Y, muchas de ellas, además, nos producen desasosiego. Hechos que nos son desagradables, discusiones, acciones de las que nos arrepentimos que, en realidad, para nuestro interlocutor, el presunto ofendido, pasaron desapercibidas. Un mal presentimiento puede grabarse en el cerebro con la misma intensidad que un recuerdo real. Otras veces, son recuerdos correctos que bien representan la realidad pero que quisiéramos que no hubiesen existido.
− Nuestros políticos no parecen preocuparse mucho por ello – se le avivó la mirada con una pizca de sorna −, se muestran impertérritos ante la hemeroteca.
− Son profesionales entrenados para fingir o mantener la compostura aunque hayan sido pillados in fraganti en la mayor de las mentiras. Pero la mayoría de la población no es así.
− ¿A dónde quiere usted ir a parar?
− Estoy convencido de que, si los seres humanos olvidaran sus recuerdos biológicos y se guiaran sólo por los recuerdos memorizados en soporte, fotos, vídeos, grabaciones, registros sensoriales, lo que usted quiera, la humanidad sería mucho más feliz.
− ¿De veras lo cree?
− Absolutamente. La segunda parte, la de registrar y conservar la realidad ya sabemos hacerla en Memority Corporation. Pero debemos asegurarnos que esta realidad real, permítame la redundancia, no entra en conflicto con la realidad aparente de nuestra memoria. Para ello, es necesario que quede borrada. Y, es aquí, donde necesitamos su colaboración, el saber hacer de la CervroBrainer.
− Algo que, por otro, lado también ocurre en nuestros propios cerebros. Cuando nos encontramos con dos recuerdos contradictorios, por proceso natural, eliminamos uno de ellos. Primero, la mente inhibe los que no encajan con el resto, nos cuesta recordar esos versos sueltos, hasta que al fin desaparecen.
− ¿Ve usted? Sólo nos inspiramos la propia naturaleza.
− Voy entendiendo su plan.
− ¿Puede imaginarlo? Alguien que desea deshacerse de malos recuerdos y potenciar los buenos. Ustedes le hacen olvidar tanto unos como otros. Nosotros, buscamos toda la información sobre lo que se desea evitar, pertenezca a ese individuo o a otro cualquiera que haya estado en contacto con él, y la eliminamos. A su vez, tomamos lo agradable y, de igual modo, lo potenciamos, pasamos información de un perfil a otro, la duplicamos, la manipulamos si es necesario. ¿El resultado? Que hemos creado un pasado a la medida del deseo de nuestro cliente. Si alguno de sus enemigos le quiere echar algo en cara, bastará que diga que miente y le muestre la información guardada tan objetivamente por nosotros. El otro jamás podrá encontrar nada en contradicción, todo habrá sido bien ajustado y si no se ha sometido al borrado de su propia mente, hasta podrá tachársele de demente, una persona que fabula como lo demuestran las imágenes y grabaciones reales.
− Diría que es usted un malvado si no fuera porque comprendo que el negocio potencial es enorme. – intentó sonar amigable a pesar de la dureza de la frase.
− Efectivamente. Casi todos los seres humanos, por una razón u otra, acabarán utilizando nuestros servicios. Unos porque no estarán de acuerdo con su pasado y tendrán la oportunidad de conformarlo a sus deseos; otros porque se liberarán de traumas que los acompañaban desde siempre; otros se harán un currículum que no hubieran soñado, permitiéndoles tener oportunidades antes imposibles. En la política, las opciones son infinitas.

Se hizo el silencio durante un par de minutos mientras Lapier dejaba que Benton pensara en la idea. Sería chapado a la antigua en el vestir pero sabía detectar una oportunidad de negocio.

− Creo que podríamos trabajar juntos – dijo Benton, finalmente.
− ¡Cuánto me alegro! – repuso Lapier −. El dinero es importante, pero juntos lograremos que la Humanidad sea más feliz.
− No exageremos.
− Así lo creo. El ser humano es más feliz cuanto más se parecen sus recuerdos a sus ideales de vida. Recordó a su tatarabuelo Jonás, John. Con esa misma idea había creado los cimientos de la empresa. Fotografías manipuladas que, con el tiempo, eran los recuerdos que el cliente deseaba.
− Si nuestras empresas recuerdan por ellos, ¿para qué recordar? – afirmó Benton.
− Excelente frase. 





10/6/20

La superficie de la Tierra en el Sistema Solar



Randal Munroe es un excelente artista, ilustrador e infografista, bien conocido por su portal XKDC en donde hay cómics, infografías de todo tipo - siempre, muy bien pensadas- e imágenes.

En esta ilustración muestra toda la superficie sólida que existe en el Sistema Solar, puesta en relación entre toda la existente. Evidentemente, quedan fuera los grandes planetas porque son gaseosos en su mayor parte.

De la superficie caminable, por así decirlo, la que hay en la Tierra no es gran cosa ya que nuestro planeta tiene una gran superficie cubierta de agua. Venus, si fuese habitable, o la Tierra si no hubiera mares, ocuparían los primeros puestos. 

Este gráfico da también pistas sobre las razones por las que Plutón perdió su rango de planeta (aunque yo sigo perteneciendo a la "secta" de los que pedimos su reingreso, más por motivos sentimentales que por otra cosa) y el significativo tamaño de la Luna en relación al planeta en torno al que gira. Marte, Titán y Ganímedes aspiran también a buenos puestos clasificatorios.

El mapa en tamaño grande puede verse en este enlace de XKDC.



9/6/20

Data doesn't lie






Data doesn't lie, de Jim Munroe, es una aventura de ficción interactiva en el que le lector deber hacer elecciones entre varias opciones cada ciertos párrafos. En general, la interface presenta sólo texto pero, intermitentemente, parecen también imágenes sencillas.

Puede leerse desde este enlace.






8/6/20

Suzerain






Suzerain, de Torpor Games,  es una aventura conversacional en el que le lector toma el papel del Presidente de un país imaginario, Sordland. Una historia de intrigas políticas en la que es preciso interactuar con ministros, poderes fácticos y representantes de la sociedad. Dependiendo de las decisiones que hay que ir tomando, elegidas de entre las opciones que, a cada poco rato, propone el juego, se llevará al país a la ruina o al bienestar. La versión definitiva estará lista este verano (pandemia, mediante).


Su estructura de interface está muy bien pensada, con numerosos elementos visuales que atrapan la atención, siendo en cualquier caso el texto narrativo el valor fundamental. Las imágenes son de todo tipo, desde mapas a gráficos.


Puede accederse a la página del programa desde este enlace.






7/6/20

Inklewriter





Inklewriter era una herramienta para la generación de narrativa interactiva bastante popular hace unos años. La empresa que la desarrollaba tuvo problemas y, a primeros del año pasado, la herramienta fue descatalogada y quedó sin soporte. Ha habido luego intentos de reavivarla.


Ahora, resucita y está disponible con código de libre acceso en GitHub. Es posible convertir las historias programadas con la versión original a la nueva versión. La web también ha cambiado y ahora puede usarse desde este enlace.


Para ver el código en GitHub, úsese este enlace.


5/6/20

El mercader de Génova






Tras varias horas de calma, los soldados mogoles comenzaron a acercar las catapultas a los muros de Cafa. Tal era la multitud en armas que se acercaba que parecía que un Tumen completo del ejército asiático iba a participar en el asalto.  Las llanuras de la península de Gotia brillaban bajo el sol intenso del mediodía. En el mar en calma, algunos barcos genoveses descargaban impedimenta y aprovisionamientos para las tropas cristianas que defendían la ciudadela. A los marinos del Ciceros les hubiera gustado desembarcar y descansar unos días en la ciudad, divertirse en sus tabernas y aliviarse con las mujeres del barrio oeste. La travesía desde Mesina, a través de las islas griegas y el mar Negro era pesada, especialmente el cruce del Bósforo, lugar siempre peligroso. Sin embargo, los capitanes no habían permitido desembarcar por el riesgo de que, en cualquier momento, la ciudad podía caer en manos mogolas. El vital flanco abierto aún al mar podía desaparecer en cualquier momento. Sólo los mercaderes podían entrar y salir de la ciudad junto a unos pocos hombres que manejaban la carga.

Mientras, los arqueros y peones de la horda mogol que se acercaban, tenían órdenes claras 

− Si hemos de levantar el asedio, que vayan al infierno con nuestros muertos – había ordenado el mismísimo Kan, Jani Beg.

Una semana antes se habían presentado los primeros casos en las filas de la horda dorada. Altas calenturas, pústulas oscuras, vómitos y una muerte rápida en pocos días. Varías compañías estaban ya diezmadas y los mogoles conocían enfermedades similares, tan frecuentes en las llanuras de Asia. Deberían levantar el campo, dispersarse por las tierras y aires limpios del norte, dejando que la enfermedad se extinguiera por sí sola.

− Lanzaremos nuestros cadáveres por encima de las murallas. Esos genoveses tendrán que respirar sus pestilencias, tocarlos con sus manos, enterrarlos ellos mismos. Será cosa de poco tiempo. – dijo a sus generales.

o0o

Francesco y su media docena de sirvientes acababan de dejar los suministros en el Duomo di Marte, donde se coordinaban las entregas, cuando comenzaron a caer cuerpos del cielo. Los defensores no pudieron sino reír. Si los bárbaros pensaban que con pobres muertos, Cafa iba a rendirse es que no conocían la bravura y valor de los ejércitos de Génova. Al principio, se limitaron a apartarlos y amontonarlos al final de la cuesta de San Pietro. Pero, como comenzaran a oler y su aspecto fuera tan horrendo, cavaron zanjas junto a los muros y, poco a poco, fueron depositando los muertos en ellas. Escaseaba la cal, así que los taparon apenas con tierra.

Francesco, hombre más acostumbrado a las delicadezas de los palacios que a las exigencias de las batallas, hizo que sus hombres aceleraran el traslado de los cofres que debía llevar de regreso a a Mesina, en Sicilia, desde donde se distribuirían a toda Italia. Aún en guerra, el puerto de Cafa no había dejado de ser punto de encuentro de los navíos que llegaban desde los Emiratos Selyúcidas y desde los vecinos Principado de Moldavia y Gran Ducado de Lituania. Las sedas y textiles turcos eran una exquisitez en Génova y las damas de la alta sociedad pagaban fortunas por alguna pieza distintiva.

− ¿Qué os ocurre, Marcelo? – preguntó Francesco al capitán, un marino espigado, avejentado por la salitre, nariz aguileña y dedos huesudos – os veo preocupado.
− Y lo estoy, lo estoy. Esto que me habéis contado de los cadáveres mogoles. Lo vi una vez en un viaje a Eritrea. Los muertos traen muerte, la enfermedad trae enfermedad, los humores malignos se expanden en cuanto caen a tierra.
− No os preocupeis, capitán. Los muertos allá han quedado, en zanjas, bien tapados de tierra. Si, como decís, los muertos contagian la muerte, esta se ha quedado en Cafa. Aquí, estamos en el medio de la mar y no conozco cadáver que sepa nadar – echó a reír con ganas mientras daba una palmada en el hombro de Marcelo.

A los tres días, sin embargo, Francesco comenzó a preguntarse si el capitán no tendría razón. Dos marineros de bajo rango habían, de pronto, comenzado a sentir fiebres, calambres, espasmos y su cuerpo se había llenado de bubones y pústulas, tos asfixiante y una sed que no se les calmaba ni con varios litros de agua. Murieron rápido y se les lanzó por la borda tras un Padrenuestro y un Credo recitados a toda prisa. Más, tres días después, aún a cierta distancia del canal que desemboca en el Mediterráneo, otros tres hombres de la tripulación presentaron síntomas similares. Y, lo peor de todo, las ratas del barco, aparecían muertas entre las mercancías de la bodega. Fuera lo que fuera que aquellos mogoles habían lanzado sobre Cafa, era capaz de matar por igual a hombres y ratas.

Para cuando el Ciceros avistó Mesina, solo quedaban con salud razonable, ocho marineros, el capitán y el propio Francesco. Diecisiete yacían ya en el fondo de las aguas. Estaban todos deseando atracar, salir del barco y huir tierra adentro, dejar aquel bajel maldito que estaba preñado de enfermedad.


oOo


Nicola Dabario, rico mercader genovés, sonrió con satisfacción cuando le avisaron que el Ciceros estaba entrando en el puerto. Esperaba con inquietud ver los tejidos y perfumes que habría traído su maestro de compras, Francesco. Aunque confiaba en él y su buen gusto en elegir las telas estaba fuera de duda, Nicola gustaba de comprobar por él mismo las novedades que llegaban a Mesina y, cómo no, verificar, una a una, las cuentas. Así, moneda a moneda, partiendo de artesano pobre en el barrio Artemisa había llegado a poseer una casa a apenas doscientas yardas del duomo de la catedral. Y – pensó −, lo había logrado a base de trabajo e intuición. Dar al cliente aquello que le sorprende, este era su lema. Había constatado que la vanidad es fuente de negocio. Un noble, una dama, un militar de alto rango, un eclesiástico, eran capaces de pagar sumas importantes por sentirse únicos. Y para proporcionar objetos únicos nada mejor que viajar a Oriente y traerlos uno mismo. Allá, no costaban gran cosa. Acá, una fortuna. Los costes del barco y la tripulación se amortizaban con suma rapidez.

Llegó al puerto justo cuando ya habían descargado todas las mercancías y Francesco estaba firmando los documentos correspondientes.

− Querido Francesco. Qué alegría verte. Veo que traes una buena cantidad de cofres. Magnífico, magnífico. Estoy deseando ver qué has encontrado esta vez. ¿Son sedas de Persia?
− He de deciros algo, señor Nicola.
− Te veo demacrado. ¿Tuvisteis tormentas durante la singladura? Estás pálido.
− He de contaros lo que nos ha ocurrido y mis temores. Mejor sería quemar ahora mismo todos estos baúles del infierno.
− Pero, ¿Qué dices, Francesco? ¿Te has vuelto loco o qué te ocurre? ¿Quemar la mercancía? Las casas más aristocráticas de Roma, Génova y Venecia están esperando estos lujos. Digo más, también en París y Barcelona.
− Dejad que os lo explique, señor. Han muerto muchos marinos.
− Calma, calma, ya me lo contarás. No es la primera vez que mueren hombres en un navío. Es su trabajo, viven de ello, de lidiar con ese riesgo. El mar es peligroso, todos los sabemos. Tienes experiencia para no quedar aturdido por estas desgracias inevitables.
− No es eso, señor.
− Espera, espera. Que recojan todo esto y lo lleven a los almacenes. Tú, ven conmigo y cuéntame lo que te provoca tamaña congoja mientras comemos carne asada y bebemos con un buen vino.

o0o


El sirviente colocó los platos frente a ellos y llenó las copas. Hizo una reverencia y se retiró.

− Bien, ¿qué es lo que tanto te amarga? Debe ser algo importante porque tienes la piel cenicienta y pareces enfermo.
− Es probable que lo esté.
− Ya pasará, ya pasará.  Venga, cuéntame.
− Verá, señor Nicola. Mientras estábamos cargando en Mesina, los mogoles continuaban el asedio.
− Sí, lo sé. Llevamos ya un año con esa desgracia que, afortunadamente, no ha afectado al comercio.
− El caso es que los bárbaros comenzaron a lanzar muertos, sus propios muertos, por encima de las murallas para que se estamparan contra los tejados o las calles de Cafa.
− Desesperados y sin municiones han de estar para cometer tamaña estupidez. Así, es seguro que ganaremos la contienda.
− Eso creímos al comienzo, pero el caso es que cuando ya estábamos de regreso, los hombres comenzaron a enfermar, uno tras otras, con síntomas similares y horribles, calenturas, asfixias, tos, vómitos y unos malolientes bubones negros que les cubrían el cuerpo. Sólo diez hemos llegado y, ya me veis, en extremos débiles y preocupados.
− Pues ve a que te vea el doctor. Te recetará alguna pócima. He oído que los vahos de amapola son excelentes para las calenturas. Gracias a Dios, yo no las cojo nunca.
− Es que… − Francesco titubeó antes de proseguir −, estoy convencido que la enfermedad ha viajado con nosotros, en las mercancías que traemos.
− ¿Qué dices? ¡Esas fiebres te están volviendo idiota!
− Los cadáveres mogoles quedaron en Cafa. El barco estaba en el medio del mar Negro y, sin embargo, enfermamos con síntomas similares a los de aquellos asiáticos que enterrábamos. De alguna manera, la enfermedad pasó de ellos a nosotros y lo único que tenemos en común son las mercancías. Pienso que los demonios que nos enferman se posaron sobre las sedas, las esencias, perfumes y joyas, y que de tales elementos pasaron a los marineros. No hay otra explicación posible.
− Una locura. Es una locura, una invención sin sustento alguno. Verdaderamente, debe visitar al galeno lo antes posible.
− Sería mejor quemar ahora todo lo que hemos traído. Esos demonios son muy poderosos. Hasta las ratas morían.
− Vamos, vamos, cálmate. Toma una copa de vino.
− No podéis vender esos tejidos, señor Nicola. El mal pasará de ellos a vuestros clientes y estos sufrirán la misma suerte que los marineros del Ciceros.
− ¡Loco, loco de remate! – Dabario se levantó enfadado. Se le había pasado el apetito. − ¡Perder decenas de miles porque te preocupa que nuestros clientes puedan constiparse!
− Es de cristianos valer por el prójimo.
− Mira, te diré una cosa – Nicola se aproximó a Francesco −, el pensar que estas mercancías son un medio del diablo para propagar malos humores es una estupidez que no voy a aceptar. Pero te diré más. Incluso si así lo fuera, no es mi problema. Mi trabajo es traer sedas y venderlas. Eso hago. Los clientes son muy suyos de lavarlas antes de utilizarlas, de aromatizarlas con jazmín, o de tenerlas dos horas al vapor antes de tejer con ellas. Ese es su problema, no el mío. Hemos corrido riesgos enormes trayendo todas estas exquisiteces en tiempo de guerra. A los demás les toca pagar. ¡Sólo faltaría que hubiéramos de preocuparnos por la salud de cada uno!
− Pero es que son muchos bienes y pueden contagiar a muchos.
− Eso es una suposición que no está basada en nada. Y, como entenderás, no voy a perder una fortuna por suposiciones.
− He visto muy de cerca la muerte, señor Nicola.
− Y te juro que la verás definitivamente sino dejas de propagar bulos, infundir miedo o fabular. ¡Mírame! – le gritó −. Te ordeno que te calles o te demandaré ante el Consejo. Una sola venta que pierda, una sola, y eres hombre muerto. ¿Entendido?

Despidió a Francesco recomendándole que fuese a la consulta del médico Clementi y bajó al almacén.

Uno a uno fue abriendo los baúles, maravillándose de la calidad de los tejidos, la suntuosidad de las sedas, los intrincados dibujos de las alfombras de Oriente, el brillo del marfil africano y la fragancia de los perfumes de Lituania. Como siempre le ocurría, sentía un escalofrío especial a medida que sus manos acariciaban todos aquellos objetos. Iba a ser un buen negocio, pensó.  Dar al cliente aquello que le sorprende, es lo que sabía hacer.

Un rato más tarde, d
e excelente humor, se acercó a su esposa María Giulia y sus manos se le escaparon. Esta, receptiva, le invitó a acostarse temprano.


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Tres semanas después, todo estaba vendido. Los beneficios habían sido excelentes. En la subasta habían pujado compradores de Roma, de Nápoles, de Génova e, incluso, de Viena. Habían subido el precio especialmente con las joyas de Moldavia, tan hábilmente labradas en oro puro. Pronto, todas aquellas maravillas estarían siendo distribuidas en toda Europa.

Nicola se sentó satisfecho en su silla acolchada y comenzó a pensar en la próxima expedición. Dudaba entre volver a ir a Cafa o seguir hacia el sur, hacia la Arabia.


Enfrascado en sus pensamientos estaba cuando entraron María Giulia y Donatella, la hija de ambos, una bella doncella de quince años, pronto casadera.

− ¿Qué tal, queridas? – saludó Nicola.
− La niña se siente mal. Tiene calentura y tose continuamente. Incluso, yo misma tengo temblores. ¿Podrías mandar venir al médico Clementi?




 

4/6/20

Herald




Herald, de Wispfire, es una aventura gráfica interactiva. El concepto es similar a las narrativas de ficción interactivas textuales, sólo que en este caso, cada párrafo se decora con una animación a todo color o una imagen que ambienta la acción con lo que se parece a una película de dibujos animados.

Alta calidad de los gráficos.

Las elecciones que el lector puede hacer aparecen listadas y, en función de lo que se decida, hay un desarrollo u otro. 

Puede comprarse desde este enlace.