28/6/12

Along the Briny Beach




Along the Briny Beach de J.R. Carpenter es una variación de su Gorge (que es otra variación del original de Monfort), obra en la que se añaden dos nuevos niveles de contenido al generador de texto original (con un nuevo conjunto de frases en este caso). Estos niveles muestras mensajes únicos superpuestos a los versos ininterrumpidos creados por el generador y algunos gráficos que enriquecen el interface excesivamente sobrio de los ejemplos anteriores. El título proviene de un verso de un poema de Lewis Carroll, titulado "The Walrus and the Carpenter".




27/6/12

La Tierra en alta definición




Un post que nada tiene que ver con la literatura pero sí con el arte en el cosmos. Se ha tomado una fotografía en altísima resolución de nuestro planeta. Con 121 megapíxeles, esta imagen sacada por el satélite metereológico ruso Electro-L es la de mayor precisión nunca conseguida con una sola toma ya que la NASA utiliza la técnica de unir muchas tomas pequeñas para obtener resultados similares. El artefacto orbita a unos 36.000 km de la superficie terrestre. Cada píxel equivale a un pedazo de la superficie del planeta de sólo media milla. Se trata de una combinación de imagen en luz visible e infrarroja por lo que la vegetación se ve de color rojo.

La imagen completa puede descargarse aquí. Tarda, obviamente, en cargar ya que el fichero pesa más de 100 megas.

Una obra de arte, sin duda.



26/6/12

Écrire pour des machines




Christian Faure ha colgado en la red su intervención en el evento organizado por la Universidad Tecnológica de Compiègne que tuvo lugar en el mes de abril de este año. Bajo el título Hello World! Écrire pour des machines, el estudio se ha desarrollado dentro del proyecto PRECIP. Una interesante conferencia de 40 minutos para todos los que estamos interesados en la literatura digital. Conceptos interesantes como, por ejemplo, el que no sólo escribimos "con" las máquinas sino "para" las máquinas o la relación entre la hipótesis filosófica como elemento de búsqueda de verdad y el algoritmo. En francés.



25/6/12

Ghosts Writers



Ghost Writers de Luc Gross y Bernhard Bauch ha sido un experimento de generación automática de libros que se basó en recolectar comentarios de You Tube para crear páginas y páginas que se compilaban como libros y se promocionaban y vendían en Amazon, incluso con unas portadas tan falsas como los propios libros. Y hablo en pasado porque esta broma ha sido abortada por Amazon ya que, evidentemente, la calidad de las recopilaciones aleatorias no es digna de ser vendida y menos de ser cobrada. Aunque, como broma y como experiencia de generación de texto, tienen su interés. Incluso, los autores de la aplicación "fantasma" que recoge comentarios dicen no conocer cuántos libros falsos han sido creados y pasados a Amazon.

En este momento los textos de Ghost Writers no están disponibles pero puede leerse el interesante artículo sobre los mismos (de donde es la foto que acompaña este post), escrito antes de descubrirse el asunto,  en Technology Review

24/6/12

Gorge




Gorge de J.R.Carpenter es un generador de versos desarrollado en el año 2010, basado en el Gorge original de Monfort aunque algo mejorado en cuanto al resultado literario. Programado en javascript produce texto continuamente hasta que el usuario cierra la ventana donde se desarolla la aplicación. No existe por tanto ninguna interactividad. La base de datos del Gorge de Carpenter es más extensa por lo que el lenguaje es también más rico y elaborado. Más un experimento formal de construcción sintáctica que un auténtico ejercicio literario.


23/6/12

El desfiladero del Taolai





Abracé a Xie Lihua y ambos permanecimos en silencio, mirando el acantilado que se abría frente a nosotros. El arrullo del río lejano entrelazaba armonías con la brisa y el frufrú de las azaleas que colgaban del desfiladero. El frío era intenso y nuestro aliento creaba volutas de vaho que vibraban inquietas en el aire antes de desintegrarse. Las lágrimas no llegaron a humedecer sus ojos canela –era una mujer fuerte- pero intuí que lloraba en su alma. Comprendí que aquella barranca no separaba sólo los antiguos territorios exteriores de los del Imperio sino, también, su vida de sus anhelos.

Todo había comenzado dos semanas antes. Uno de esos viajes de negocios que conducen a lugares recónditos en donde algún político montó una factoría alejada de todo, quizá sólo por el capricho de hacerlo. Jiayuguan, una ciudad de unos pocos cientos de miles de almas, es un enclave chiquito en China, perdido en el lejano oeste del país, no lejos de la frontera con Mongolia, sobre los restos de la antigua ruta de la seda. De arquitectura sobria y costumbres provincianas, la presencia de extranjeros es aún motivo de curiosidad. No es fácil llegar a ella. Sus comunicaciones son escasas y esto no es algo casual. En la región se hallan ubicadas ciertas instalaciones militares y el aislamiento es la mejor medicina para conseguir total discreción. Un tren diario, de esos que arrastran lánguidamente decenas de vagones llenos de pasajeros adormilados, y unos pocos vuelos semanales a Xian y Lanzhou son todas las opciones. Así que no es sencillo coordinar el viaje y, mucho menos, lograr que sea rápido.

Era Enero. Nevaba en toda China y la azafata del pequeño avión chapurreó en inglés que nos encontraríamos con una temperatura de diez grados bajo cero. El aire cimbreaba el aparato y, de tanto en tanto, la lluvia golpeaba las ventanillas. Las nubes cenicientas y cerradas no nos permitieron ver el suelo hasta que estuvimos a apenas cien pies de la pista. En realidad, aterrizamos sobre una capa de hielo en donde las marcas habituales de un aeropuerto, las luces y las señales, habían desaparecido bajo la nieve. La terminal era un pequeño edificio de baldosines azulados en donde se apiñaban unas banquetas de acero, una desvencijada cinta manual de recogida de equipajes y un par de servicios. Unos carteles en inglés mostraban indicaciones para los extranjeros pero eran ininteligibles o, mejor dicho, francamente graciosos.










22/6/12

Programa de postgrado de Comunicación Cross-Media



La Universidad Pompeu Fabra organiza un Máster de post-grado sobre comunicación transmedia (Transmedia storytelling ). Se desarrollará desde el mes de octubre del 2012 hasta el mes de marzo del año 2013. Durante el curso se estudiarán los diversos canales utilizables, la implantación de estrategias cross-media, la realización de guiones, desarrollo de la pre-producción, etc.

Algunas reflexiones sobre narraciones transmedia pueden leerse aquí.

Mas información sobre el máster, aquí.

21/6/12

PressBooks




Pressbooks es una plataforma on-line de creación y publicación de libros digitalizados que facilita las labores de maquetación, creación y distribución de los e-books que deseemos poner en el mercado, bien directamente por el escritor o por una editorial. Basada en la web, puede formatear los contenidos en diversos formatos como PDF, ePub, XML, HTML, etc. Especialmente indicado para empresas pequeñas, particulares o muy bajas tiradas, hace uso de la nube para intercambiar y almacenar el trabajo y los resultados. Permite crear portadas y generar metadatos. Exporta el trabajo a diferentes dispositivos y su administrador es muy completo facilitando casi todas las tareas habituales necesarias para publicar un libro.



20/6/12

El diario




Con quince o dieciséis años, Perla (en realidad, se llamaba María de las Mercedes, pero como siempre había odiado ese rimbombante nombre y de pequeña tuvo un collarín de perlas falsas que no se quitaba ni para dormir, acabó por adquirir ese alias para toda la vida) decidió escribir un diario falso. Fue una idea que tuvo en el recreo del colegio de monjas sólo para niñas donde cursaba bachillerato, junto a sus amigas de entonces, Amaia y Bea.

- Escribamos un diario – había pedido Bea-, uno donde relatemos todo lo que nos ocurre.

- Vaya bodrio. – contestó Perla- Lo que nos ocurre ya lo sabemos. ¿Qué tiene de interesante escribirlo? Una vida tan aburrida como la nuestra no merece ser recordada.

- Cuando seamos viejas, será bonito acordarse de lo que nos sucedió, plasmar los buenos y malos momentos.

- Tonterías, eso es de tontolinas del siglo pasado. A mí lo que me gustaría es escribir novelas en las que pasen las cosas que nunca nos pasan. Además, yo no voy a envejecer nunca – replicó Perla.

- Pues eso sí que es una bobada- contestó Bea-, ¿o crees que eres una escritora célebre con un público admirador?

- Yo opino como Perla- terció Amaia- mejor escribamos nuestra historia como nos gustaría que fuera. Cada día, lo bueno que debería haber sido y no este insufrible instituto y mi inaguantable madre.

- Estáis locas, chifladas de remate. Luego os veo. Voy a repasar la química. - Bea se levantó y se alejó hacia la puerta de la clase.

La única que finalmente había llevado la peregrina idea a la práctica era Perla. Al principio, casi por llevar la contraria a Beatriz. Luego, le fue tomando gusto y cada día, antes de acostarse, escribía unas pocas notas, una página como máximo, en la que reinventaba su día. Si el examen de filosofía le había ido fatal, ella hablaba de cómo su profesora la había felicitado en público por sus profundas reflexiones sobre Kant. Si Juan Pedro, el chico alto y delgaducho, lleno de granitos y excesivamente tímido que le encantaba se iba corriendo a jugar al fútbol con sus amigos, ella escribía que habían tomado un helado en la terraza del italiano, frente a la playa. Un día que le dio por llorar sin saber por qué, inventó que lo hacía porque había navegado en una barca a remos hasta la isleta de San Marcial y que, allá, había visto el atardecer más bello de su vida, tan hermoso que la emoción le había desatado el llanto.

El diario de Perla tenía, además, la ventaja de que nadie podía violarlo. Alguna vez, su madre lo encontró en el cajón y leyó alguna de sus hojas pero era tan evidente que se trataba de ficción que, al ver a su hija, le dijo:

- Me encantan los relatos que escribes. Algún día tenemos que enseñárselos a Mauro, el amigo editor de papá. Quién sabe si tenemos una Emily Bronte en casa…- y le dio un beso en la mejilla.

Cuando terminó el instituto y marchó a la universidad, Perla continuó con su afición. Los textos, a medida que maduraba, se iban haciendo mucho más literarios pero, siempre, era ella la protagonista y estaban narrados en primera persona, contando una vida que no existía pero que parecía existir.

Casó a los veintinueve con Rodrigo y tuvieron una hija, María. Fueron felices, o al menos mantuvieron esa felicidad rutinaria y convencional, lejana a la pasión, hasta que él murió de un infarto, a la edad de cincuenta y dos. Ella tenía uno menos. Mantuvo siempre su amistad con Bea que, de año en año, le espetaba:

- Sigues tan chiflada como cuando estábamos en el instituto. Seguro que aún continuas escribiendo aquel diario falso, ¿a qué sí?

Perla se avergonzaba y no contestaba. Ya no escribía sobre aventuras fantásticas ni sobre idilios imposibles. El tiempo, el cansancio y la experiencia le habían hecho apreciar las pequeñas cosas. Cada noche abría el diario (y ya tenía una colección de cuarenta de ellos) y dejaba que su alma vertiera sus ilusiones sobre la página en blanco. Ahora, eran ya solo deseos pequeños, cotidianos, intrascendentes para el mundo pero importantes para ella. El placer de haberse sentado- en su imaginación- en el selecto café Niágara y haber conversado con una mujer anciana, actriz de cine mudo, que le contó sus correrías por Los Ángeles; el haber dado una conferencia sobre literatura en el ateneo Becquer tras la cual sus imaginarios oyentes la aplaudieron a rabiar; la publicación de su primera novela que ella hubiera titulado “Sombras de la nada”.

María llegó a la Residencia el sábado por la mañana y preguntó por el doctor Zabala. Este apareció a los pocos minutos y la saludó cordialmente. Se conocían ya desde hace varios años, desde que Perla ingresó en el establecimiento.

- ¿Qué tal lo ha llevado esta semana, doctor?

- Bien, bien… hace lo que puede, que no es poco. No podemos quejarnos. Duerme bastante bien y ejercita las piernas como le prescribimos. Por lo demás, ya la conoce usted. Charlatana y feliz. Eso es bueno. Otros pacientes se sumergen en sus negros abismos. Perla no, está contenta. Y se vale por sí misma, lo que no es poco.

- Ya, pero…

- Ley de vida, María. Vaya a verla. Se alegrará. Piense que el que la recuerde todavía a usted tan claramente es un milagro en su situación. Muchos otros hace tiempo que ya dejaron de conocer a su más queridos seres. Sin duda, su afición a la lectura y a escribir le ha retrasado el deterioro que en otros casos percibimos.

- ¿Dónde está?

- Estará en el jardín. Suele llevarse sus diarios y pasa horas leyéndolos bajo el sol.

La hierba estaba brillantemente verde a finales de primavera y los gorriones brincaban entre los bancos y la fuente central. Un par de enfermeras ayudaban a dos ancianos con sus ejercicios motrices. Un grupo de internos charlaban en el porche.

- Hola, mamá. ¿Cómo te encuentras?- le dijo mientras apretaba sus manos y le daba un beso cálido en la mejilla. Perla la miró por un instante con desconcierto.

- Mamá, soy María.

- María, cariño, hija, te estaba esperando- contestó de pronto Perla, como si un interruptor se hubiese conectado en su cerebro.

- Hace un día estupendo, mamá. ¿qué haces?

- Recordar, ya sabes, los viejos tenemos mucho tiempo para recordar.

- Eso es bueno, mamá.

- Sí, sí que lo es. Además, estaba pensando que he sido muy afortunada en la vida, María. He hecho tantas y tantas cosas.

- Y yo te las agradezco.
- Sé que mi memoria flaquea pero leo mi diario y recuerdo cosas.
- Claro, mamá

- ¿Te he contado cuando me aplaudieron en el ateneo? Me sentí tan feliz aquel día.
- Cuéntamelo otra vez - y María acarició la mano de Perla con tristeza.













Bluefire Reader




Bluefire Reader es una plataforma de compra, lectura y elección de libros digitalizados para dispositivos de lectura portátiles que es similar a muchas otras que actualmente existen. Si acaso, lo que caracteriza a esta nueva aplicación es que permite la particularización de las condiciones de visualización de manera bastante amplia, pudiéndose elegir el formato, el tipo de fuente, los colores, los tamaños, márgenes de página, etc. Es compatible con contenidos ePub y PDF.  Asimismo, soporta DRM. El paso de páginas, al contrario que en muchos otros sistemas, se hace por deslizamiento, sin simular el volteo de hojas habitual (Flippage). Existe en versions para Apple IOS y para Android. 



19/6/12

Se busca: estándar para e-books





Mientras que la imprenta en papel encontró pronto una cierta estandarización y, hoy en día, esta es clara, al libro digitalizado, al e-book le está costando encontrarla. El problema no sería vital si es que se tratara sólo de cuestión de tiempo, de ir decantando por prueba y error, oferta y demanda, la mejor de las opciones. Si el asunto es radicalmente preocupante es porque los actores involucrados no parecen desear la estandarización de formatos. El mercado es, ahora mismo, una especie de selva en la que los condicionantes técnicos se usan no para aumentar la accesibilidad y fomentar el libre flujo de contenidos sino para todo lo contrario, para crear fronteras lo más opacas posibles de modo que el dueño de cada redil pueda mantener a sus ovejas (clientes, lectores) prisioneras en él. Es una lucha de fuerza bruta en el que la empresa que tiene más aparatos o más usuarios construye más y más parapetos (prescripciones técnicas particulares) para que nadie pueda entrar en su nicho. Ya hay demasiados formatos (ePub, Kindle Format 8, XML, CSS, HTML5, ePUB3, ePUB4, PDF, Word, DRM sí o no, Flash sí o no, etc.) y los departamentos de software buscan crear más, fragmentarlos, en vez de unificarlos. Ciertamente, existen todo tipo de convertidores entre formatos pero los resultados suelen ser, en muchos casos, descorazonadores porque la maquetación, el gusto de la página (ni siquiera se está de acuerdo todavía en si debe continuar existiendo el concepto de página), las fuentes, la navegación a través del libro, etc. suelen resultar dañados cuando se efectúa la conversión.

Para los escritores que desean autopublicarse, este falta de estándares resulta también devastadora porque muchas veces es imposible hacer que el contenido sea accesible con calidad en varias plataformas, a no ser que se dediquen ingentes cantidades de horas de programación a conseguirlo, muchas veces mediante el expeditivo método de crear varias versiones duplicadas, sin duda un desperdicio de recursos masivo. Trabajo destinado a servir a intereses comerciales, no a crear arte. Esperemos que esta guerra fratricida no acabe con todos y con el crecimiento general del sector del libro digital. La paciencia del usuario es alta, pero no infinita.



18/6/12

Readmill



ReadMill es una plataforma de literatura digitalizada en la nube que permite subir libros y compartirlos con otras personas. Está especializada en almacenar contenidos de escritores independientes y/o noveles aunque también propone libros de algunas editoriales con las que la plataforma tiene acuerdos. Asimismo, los usuarios pueden poner en común opiniones, hacerse sugerencias entre ellos o compartir las notas que uno haga sobre el libro digitalizado que ha leído. La aplicación genera perfiles de los usuarios mediante el seguimiento de sus lecturas (seguimiento que  a mí al menos me produce desasosiego). El app para Ipad puede descargarse aquí.

17/6/12

ELO 2012


El próximo jueves día 20 inicia su andadura el seminario de la ELO decidado a la literatura electrónica que este año tiene lugar en Morgantown, en el estado norteamericano de West Virginia. Como siempre, expertos de todo el mundo se reunen para debatir sobre el estado del arte de la literatura digital y las líneas de desarrollo de la misma más importantes.

14/6/12

4 cosas a tener en cuenta para la discusión sobre e-books






Mañana viernes, 15 de junio, se emitirá una videoconferencia gratuita a cargo de Marianna Fossatti bajo el título de 4 cosas a tener en cuenta para la discusión sobre e-books, la cual versará sobre la digitalización de libros precisamente en cuatro aspectos: como producto comercial, como producto tecnológico, como vía de descentralización cultural y como elemento literario. Dentro de estos cuatro vectores, se analizarán temas como la tinta electrónica, el DRM, el hipertexto, los derechos de autor, los costes de digitalización, los libros en la nube, las bibliotecas digitales o los hipermedia entre otros. El evento será transmitido en directo por la editorial Artica a través de su canal Livestream a partir de las 8 de la tarde en España, pero para poder participar hay que inscribirse gratuitamente aquí.

13/6/12

La deuda






Teresa Bárcenas se sobresaltó al sentir el soniquete del móvil. Se había quedado dormida en la única silla de la habitación, intentando que sus huesos no sufrieran demasiado mientras intentaba reposar por tercera noche consecutiva junto a la cama donde Aurelio, su padre, combatía un tumor terminal. Los médicos ya les habían avisado de lo que se avecinaba. El anciano, industrial de éxito en el sector de la madera, había sido siempre un hombre de carácter, vehemente y amante de la verdad por muy dura que esta fuera. Aunque al inicio de su enfermedad su hija había intentado evitarle la noticia con mentiras piadosas- que si el cansancio que le abatía era sólo fruto de un mal dormir, que si la asfixia que le atenazaba al caminar era debido al polen estacional-, pronto había exigido que se le diera a conocer la verdad. Lo hubo de hacer el doctor Magales, viejo conocido de la familia, que conocedor de la filosofía de vida de Aurelio, le desgranó con detalle el futuro previsible mientras Teresa intentaba contener los sollozos que la asaltaban. El hombre recibió la noticia con aparente frialdad, con esa solidez con que sólo las personas muy curtidas por la vida enfrentan la desgracia. Pidió detalles y estableció un calendario de tareas que llevó a cabo con minuciosa exactitud, desde la revisión concienzuda del testamento a la planificación acerca de la continuidad de su empresa.

- Quiero que mis nietos hagan crecer el negocio, Teresa. Prométemelo.- le había dicho una tarde de lluvia otoñal en el que las hojas jugueteaban al gato y al ratón con el aire inquieto que llegaba de las montañas. Y esta le había dicho que sí, que lo seguirían aun cuando Iván, el único hijo de esta, sólo contaba con ocho años de edad.

La empresa era importante para Aurelio Bárcenas. Le había dedicado mucho esfuerzo, mucha atención y total pasión durante casi cincuenta años. No la descuidó siquiera cuando rompió con Antonio Pellicer, su socio de siempre y amigo íntimo hasta que sus relaciones quedaron rotas de manera brutal, súbita e irreparable en el verano del sesenta y cinco. Teresa no había nacido aún pero, muchos años después cuando ya era una mujer casada y capaz de entender los avatares de la vida, Amelia, la criada que les había servido toda la vida y que era como una madre para ella, le había contado los acontecimientos que llevaron a la ruptura.

Bárcenas fue siempre el trabajador, el organizador, el que lograba que los pedidos se sirvieran en fecha y que los operarios cumplieran el horario. Pellicer era el seductor, el comercial que encandilaba a los clientes con su simpatía, sus modales cosmopolitas y su inagotable reserva de divertidas anécdotas. Como Laurel y Hardy, la unión de ambos conformaba un equipo ganador. Un conjunto engrasado y eficaz que hubiese sido indestructible si no llega a cruzarse en el camino una mujer, una razón por otra parte de lo más vulgar en la historia universal de los desencuentros. Quiso el azar que Aurelio se enamorara perdidamente de una mujer de belleza hechizante, ojos negros tan penetrantes como una noche cálida llena de estrellas, labios carnosos, cabello suave y cara redonda pero sensual. Se llamaba Matilde y era tan inteligente como bella. Aurelio la había conocido en un viaje a Portugal, en uno de los pocos periodos vacacionales que se había permitido en aquellos años. Por aquel entonces, él era un joven apuesto y dispuesto a comerse el mundo. Se encaprichó de ella casi nada más conocerla en una cena que el consulado dio en Lisboa. La fortuna hizo que les tocara sentarse juntos en una mesa, con otros ocho comensales de los que Bárcenas nunca recordó ni caras ni nombres, tan ensimismado quedó con Matilde. Aurelio desplegó todos los ridículos rituales de pavo real que los hombres ejecutan cuando se vuelven locos por una mujer. De lo que había ocurrido en la costa lusa, Amelia conocía poco pero sí le contó a Teresa que regresaron a España siendo ya novios formales, felices y enamorados. Se dejaban ver por los cines y restaurantes de la ciudad tomados del brazo, embelesados el uno en el otro y riendo como si la vida les fuera en ello. Apenas ocho o nueve meses después se casaron en la catedral y no se escatimó gasto alguno. El padrino del novio fue, como no podía ser de otra manera, Pellicer que brindó en el banquete por la felicidad de la pareja y porque fuesen bendecidos con muchos hijos. Ella le dio un beso en la mejilla y aseguró a su recién esposado marido que le encantaba la vivacidad de su amigo. Es lógico, le dijo, que la empresa fuera tan bien, que eran una pareja cautivadora.

Todo parecía ir bien entre Bárcenas y Matilde. Por las tardes, Aurelio regresaba a casa con un paquetito de pastas, o un clavel envuelto en papel de plata, a veces con buñuelos calientes. La mimaba y ella dejaba que él lo hiciera. Era un marido enamorado y ella una esposa que bendecía su dicha.

Pero hacia la primavera, algo nunca totalmente aclarado debió de suceder con Pellicer. Este, con su sonrisa encantadora, su imagen de bohemio parisino y su locuacidad educada se convirtió en un asiduo visitante de Matilde durante las largas jornadas de trabajo de su socio. Un día, se decía, él debió propasarse o intentó hacerlo. Quizá fuera sólo un juego, un querer robar un beso adúltero, un divertimento de seducción que se le fue de las manos, un malentendido. Lo que de verdad ocurrió quedó en aquella alcoba pero Amelia recordaba cómo Pellicer llegó una tarde y se encontró con Aurelio, enrojecido de ira. Se encerraron en el despacho del primer piso. Gritaban y en algún momento de la disputa debieron lanzarse objetos a la cabeza a juzgar por los golpes que escuchó y el estado en que quedó la habitación una vez que Antonio marchó de la casa, para no volver. Pocos dudaron de lo representado en la escena. Pellicer había traicionado la amistad, la honra y la lealtad de su amigo al intentar conquistar a su esposa. El sólo intento del socio era suficiente para desterrarlo para siempre de sus vidas. El nombre de Pellicer quedó proscrito, nunca más contactaron con él ni este reclamó la parte que le correspondía del negocio común. Una historia que, por lo demás, no se diferenciaba en nada de los millones de cuitas amorosas que han existido desde que el mundo es mundo. Como la vieja criada repetía a menudo, el amor o te explota o te vuelve idiota y, en ocasiones, hace ambas cosas a la vez.

A nadie convenía un escándalo, de modo que se echó tierra sobre el asunto. Nada había finalmente acaecido y el mal amigo había sido desenmascarado y expulsado al olvido. Las cosas se calmaron definitivamente a las pocas semanas cuando ella anunció que estaba embarazada de Teresa. La vida estable y previsible volvió a su ser.

El matrimonio había sido feliz hasta donde todos sabían. Después del incidente se mostraron mucho más recatados y la exuberancia de mimos dejo paso a la conversación relajada y las formas educadas. Aurelio nunca más trajo pastelitos o flores pero siguió llegando puntual al hogar cada día, sin jamás dar pie a ninguna habladuría. Una pareja tradicional, conservadora en las formas, que sólo engendró una hembra como descendencia, moderadamente religiosa, frugal en el comer y amante de las vacaciones en San Sebastián, a donde se desplazaban cada tres de julio con una exactitud prusiana.

Por eso, cuando Teresa vio que el móvil de su padre rinrineaba y que en la pantallita aparecía el nombre de A.Pellicer, se quedó aturdida. Que este hombre, al que ella sólo conocía de oídas, el traidor a sus padres, apareciera de pronto era impensable. Que su nombre, el del ser que todos decían era un enemigo irreconciliable, estuviese grabado en la memoria del teléfono de su padre era incomprensible. Si estaba memorizado es que Aurelio lo utilizaba, que no era una mera coincidencia. En contra de lo que ella siempre había imaginado, su padre, que ahora dormitaba medio anestesiado por los calmantes en la cama, no había roto del todo con Pellicer. Quedó tan confusa que no respondió y el sonido cesó a los pocos segundos. Aún estaba reflexionando sobre ello cuando volvió a tintinear. Quienquiera que llamara, insistía y Teresa supo que debía contestar.

- Dígame- susurró, confiando en que todo fuera una casualidad. Al fin y al cabo muchas personas deben compartir el nombre de Antonio Pellicer.

- Buenas noches, – la voz titubeó- usted debe ser Teresa, ¿verdad?

- ¿Quién llama? ¿Cómo conoce mi nombre? – respondió ella.

- Siento si la he molestado. Sé que no son horas. Mi nombre es Pellicer, Antonio Pellicer y necesito ver a su padre. Él me lo ha pedido. Le conozco desde hace muchos años.

El hombre debió de decir algunas frases más de cortesía, las habituales cuando uno se presenta a un desconocido, pero Teresa apenas las escuchó. Su mente rebuscó en lo más hondo todo lo que recordaba de Pellicer pero no encontró mucho más de lo que la criada le había contado. Amigo, desde luego, no lo era. Siempre había escuchado decir que Antonio no era persona grata en la casa. Su padre nunca lo mentaba incluso cuando ella, de niña, le había preguntado por él tras escuchar los cuentos de Amelia. Por lo que respectaba a su madre, se le arrugaba el ceño y se le quebraba la voz cuando alguna vez se había hablado de él, siempre de pasada, como si la sola alusión a su existencia la pusiera nerviosa. Y, sin embargo, la voz que hablaba al otro lado del aparato decía que su padre le había reclamado a su lado. Debía ser una patraña, probablemente la burda venganza final de un desalmado que deseaba desquitarse ante un moribundo por haber perdido la parte de su empresa.

- Creo que no le conozco – contestó Teresa, sobreponiéndose a la sorpresa.

- Lo sé, lo sé. Lo podremos hacer en el futuro. Lo deseo tanto como estoy obligado a hablar con Aurelio- dijo el hombre- pero ahora me temo que no tenemos mucho tiempo y necesito ver urgentemente a su padre.

- Lamento decirle que esto no va a ser posible. Desgraciadamente, mi padre…

- Sé su situación. Sé de su enfermedad y de su gravedad. Él mismo me llamó hace unos días para contármelo. Creo que me dijo que aprovechaba el ratito que usted bajaba a la cafetería para desayunar. Me ha pedido verle lo antes posible. He estado de viaje y acabo de llegar a la ciudad. Me gustaría pasarme por el hospital a primerísima hora de la mañana si a usted no le inoportuna.

- Por favor, no bromee conmigo. No le conozco y no creo que merezca esto de usted. Sé que es enemigo de mi padre, que le traicionó, que él le sacó de su vida para siempre. Quizá fue injustamente, no puedo saberlo, pero eso no le da derecho a burlarse de su situación- la voz de Teresa se nubló con un incipiente llanto.

- Por favor, por favor, no cuelgue. No es lo que usted piensa – replicó Pellicer- No será largo. Él me necesita ahora.

- No vuelva a llamar, señor Pellicer. No sé qué se propone ni a qué viene esta locura. Mi padre no quiere ni puede hablar con usted.

- Se lo ruego Teresa- casi suplicó el hombre y ella se percató de que a él también la congoja y el llanto le envolvían-, se lo ruego. Serán unos pocos minutos. Usted no me conoce. No sé qué ha oído de mí en estos años pero le aseguro que no es cierto. Su padre y yo hemos mantenido el contacto durante toda la vida y ahora debo cumplir una promesa que le hice.

- Por Dios, déjenos en paz. Voy a colgar y espero que no vuelva a llamarme.

- Teresa- el hombre hizo un último esfuerzo, ya con la voz quebrada- ¿no se ha preguntado nunca cómo es que yo nunca reclamé nada de la empresa si era un traidor a Aurelio? ¿Cómo es posible alguien le ponga puente de plata a su enemigo?

Teresa pensó en ello mientras mantenía el celular en su mano. Lo que aquel desconocido afirmaba era del todo lógico. Hasta entonces no se había nunca detenido a pensar en las historias que le contaba Amelia ni le preocupaba lo que había sucedido antes de que ella naciera. Eran historias viejas de familia que a ella no le importaban en absoluto sino fuera como cotilleos de los que reírse. Pero lo que Pellicer decía era verdad. Parte de su fortuna era debida, sin duda, a que el otro socio nunca había reclamado nada, ni cuando la empresa era joven ni cuando llegó a ser una de las más importantes en su sector.

- Por favor- volvió a suplicar el hombre- serán sólo unos minutos.

- De acuerdo, señor Pellicer. Puede venir al amanecer. A esa hora mi padre suele estar sereno, tras el descanso de la noche. A las siete llegan las enfermeras para tomarle las constantes y reponerle el calmante. Si es usted capaz de venir para las seis nadie nos molestará.

Teresa confiaba en que la intempestiva hora que proponía a su interlocutor hiciera que este desistiera. Esperaba que él pusiera la más mínima objeción para cortar la charla por lo sano. Pero eso no ocurrió.

- A las seis en punto. Gracias con toda mi alma.

Una ligera neblina se enredaba entre las ramas desnudas de los olmos en el parque que rodeaba la clínica. El otoño estaba resultando frío y los árboles se habían quedado inertes antes de lo habitual. Los gorriones comenzaban a piar entre la luz difusa y aún débil del amanecer y saltaban junto a la fuente en busca de alguna migaja de pan. Un par de hombres, acelerando el paso y protegiendo sus manos en los bolsillos de los gabanes, se apresuraban hacia el trabajo.

Pellicer caminó despacio por el sendero que rodeaba el estanque hasta la puerta principal. Habían quedado a las seis y no quería ni demorarse ni adelantarse. Si le hubiesen mirado, cualquiera hubiera pensado que era un loco escapado del hospital por su mirada ausente y sus ojos llorosos. Parecía un hombre derrotado y sin embargo nunca había tenido tanta determinación como la que le animaba en aquel amanecer.

Preguntó por el número de habitación en la recepción. Fue una fortuna que la enfermera estuviera ensimismada en el último número de una revista de modas porque de otro modo quizá le hubiera dicho que aún no se admitían visitas. Pero la suerte le acompañó y tras un breve vistazo al registro de entradas le indicó como llegar al cuarto de Aurelio Bárcenas. Subió despacio las escaleras hasta la segunda planta. Titubeó antes de entrar pero sólo por un instante. Tocó dos veces en la puerta por cortesía y entró.

Aurelio estaba despierto, con el respaldo levantado de modo que aparecía sentado. Tenía buen aspecto, dadas las circunstancias. Como su hija le había adelantado por teléfono era el mejor momento del día, cuando más sereno y menos acosado por la enfermedad se hallaba. Ella permanecía de pie y no se sorprendió cuando entró. Sin duda, le habría visto llegar desde la ventana. Eso sí, le observó con curiosidad profunda, absorbiendo su figura, sus rasgos, su forma de presentarse en apenas unos segundos, conformando en su mente la imagen real del hombre del que había oído hablar pero que nunca había conocido, el fantasma de la historia familiar que ahora se presentaba de sopetón para sacudir sus ideas preconcebidas.

- Buenos días, Aurelio. He venido en cuanto he podido. Tu hija ha tenido la enorme amabilidad de permitirme visitarte, tal como me pediste.

Bárcenas le sonrió y, en ese instante, Teresa tuvo la certeza de que aquellos hombres, en contra de todo lo que hasta entonces suponía, no eran enemigos. A su padre se le iluminó la cara, y sin decirlo mostró gratitud y alegría.

- Gracias por venir, Antonio- respondió, mientras le tendía la mano en señal de bienvenida- sabía que no me fallarías.

Pellicer se le acercó y apretó su mano, no como lo hacen los caballeros en un saludo convencional sino como un padre coge la mano de su hijo o un enfermo se aferra a su médico. Un saludo que era más una caricia, un apoyo, una necesidad.

Quedaron callados, mirándose, por unos instantes.

- Eres un testarudo- sonrió Antonio-. Habíamos acordado que yo la palmaría primero. Nunca has sabido cumplir tus promesas.

- Uno no cambia cuando se hace viejo. En todo caso, se vuelve aún más cabezón.

Pellicer saludó entonces a Teresa. Se le quedó mirando como si se hallara por primera vez en su vida ante una obra de arte colgada en un museo, con esa expresión que muchos ponen cuando no pueden creer que algo sea tan hermoso, tan bien conseguido.

- Tendremos que conocernos algún día- dijo por fin Antonio.

- Lo haréis, lo haréis- asintió Bárcenas mientras miraba a su hija.

Comentaron durante unos minutos lo hermosa que estaba la mañana, el regreso apresurado de Pellicer que había tenido la suerte de coger una conexión imposible en la estación central y de algunos hechos insustanciales que sólo buscaban retrasar el momento que ambos hombres esperaban. Fue Aurelio quien cortó:

- Teresa, por favor, hija. Necesito hablar a solas con Antonio. No será largo. Pero tiene que ser a solas. Cosas viejas que debemos decirnos.

- Pero, papá….- protestó ella.

- Por favor, hija.

Teresa dudó pero al fin enfiló sus pasos hacia la puerta mientras decía:

- Estaré en el pasillo. Para cualquier cosa, me llamas o pulsas el timbre.

- Tranquila, querida. Enseguida te llamo.

Salió y, aunque su razón le pedía dejar la puerta entornada para saber qué ocurría dentro, su corazón le indicó que debía cerrarla. Así lo hizo.

- Otra vez, gracias por venir. Sé lo difícil que resulta- dijo Bárcenas- aunque estás obligado. Lo agradezco, pero también te lo exijo.

- ¿Estás seguro?- preguntó el otro.

- Totalmente.

- No me hagas esto, Aurelio.

- Me debes una, lo sabes. Y nunca te la hubiera reclamado si toda esta mierda no fuera irreversible.

- Nunca se sabe eso. La esperanza es lo último que se pierde.

- No digas gilipolleces, Antonio. Esto se acaba y el final será duro si no cumples tu promesa. Lo sé yo y lo sabes tú. Lo sabe Teresa y lo sabe el médico.

- Y Matilde que te espera.

- Te espera a ti, lo sabes.

Ambos hombres quedaron callados. Mucho tiempo, quizá un par de minutos tensos en que la luz de la mañana se hizo más intensa como si quisiera iluminar el momento para que algún pintor invisible se inspirara.

- No lo voy a hacer. No puedo. No puedes pedírmelo- dijo bruscamente Antonio mientras se separaba de su amigo y perdía su mirada en la ventana.

- Me lo debes. Lo juraste.

- Fue un juramento imbécil, injusto. No es posible. Es cruel que me lo pidas y no lo voy a hacer. Pídeselo al doctor o a tu hija.

- A tu hija no puedo pedírselo- contestó serio Bárcenas, recalcando con la voz su “tu”, contrario al “tu” del otro..

- No puedo, Aurelio. Es imposible- se echó a llorar.

- Podrás.

- No, no podré

- Me lo juraste. Dijiste que pagarías tu deuda cuando yo lo necesitara, por difícil que fuera.

- Ya lo he hecho, ya lo he hecho. Te quedaste con la fábrica. Ya he pagado.

- Sabes que no, Aurelio. Y además, en mi testamente tienes una parte para ti, así lo he dispuesto. Lo juraste. Se lo juraste a Matilde y me lo juraste a mí. Siempre dijiste que la amaste y ella te amó al menos tanto como a mí. Por ella, hazlo. Y se lo debes a Teresa.

- No la conozco. Es una desconocida para mí.

- Algún día habrás de explicárselo todo. Cuando me hayas ayudado.

- Estás loco. No puedo. Te aprovechaste de mí para que jurara un absurdo. Sabes lo que he penado estos años, lo que sufrí al dejar a Matilde, no sabes lo que he llorado por haberte fallado, por haberte traicionado y sobre todo, por haberla condenado a ella a algo que nunca debió suceder. Es suficiente, no me pidas más, por favor.

- No tengo alternativa, Antonio. El cáncer está muy avanzado y si soporto todavía los días es por el opio que me meten por las venas. No quiero agonizar así, no puedo acabar así. Tengo que terminar ahora, cuando aún soy persona, cuando puedo decidir lo que soy, lo que deseo y lo que quiero dejar.

- No puedo- casi resultó inaudible la queja de Antonio.

- Mira, aunque juraste resarcirme por la traición al haber dejado embarazada a Matilde, por haberme robado su amor, por haber tenido que ocultar toda mi vida que mi hija es tu hija, jamás te lo pediría si no me fuera la vida en ello- rió al darse cuenta de la contradicción de sus palabras-. Sabes lo que amaba a Matilde desde que se enamoró de mí en Portugal. Aquellos meses fueron las mejores de mi vida. Le prometí mil veces mi amor y ella me prometió el suyo. Sí, ya sé que fue un amor loco, algo increíble. Se piensa que a simple vista uno no puede quedar seducido hasta el punto de saber exactamente que eso es lo que desea para el resto de su vida. Pero a mí me ocurrió. Estaba loco por ella. De hecho, siempre lo estuve. Era un esposo más feliz que un novio primerizo, la rutina no mermaba ni un ápice lo que la amaba. Estaba dichoso de mí, de mi felicidad y no tenía sino ansias de contártelo, de que te alegraras conmigo. Cuando nos casamos yo estuve orgulloso de presentártela, de que me abrazaras en mi dicha, de que fueras mi padrino. Pero ya sabes cómo me lo pagaste. Y ahora, exijo que me devuelvas lo robado. El daño fue enorme, la compensación del mismo importe.

- Siento tanto lo que ocurrió, ahora lo lamento con toda mi alma… pero entonces fue un enloquecimiento mutuo. Yo sólo quería entretenerla durante tus largas horas en el taller…. No sé, los recuerdos ya son vagos, difusos. Congeniamos, congeniamos instantáneamente. Seguramente es que era tan maravillosa que lo imposible era no adorarla al conocerla. Te ocurrió a ti y me ocurrió a mí. Es cierto que te traicioné, que la seduje, que … - se detuvo por el temor que le producía el decirlo en voz alta- … que la dejé embarazada de Teresa.

- No sigas y cumple tu promesa.

- Es horrible lo que me pides.

- Pero te lo pido. Juraste pagar y ahora es el momento de hacerlo.

Aurelio recordó cómo, tras el nacimiento de la niña, Antonio le llamó llorando, hecho una piltrafa. Se encontraron en el despacho una mañana de enero. Había estado bebiendo toda la noche y sus hechuras eran las de un hombre desaliñado y descuidado que contrastaban como la noche y el día con lo que una vez fue. Olía a alcohol y gimoteaba como un cobarde. Se mostró arrepentido, rogó poder conocer a Teresa, algo que jamás le permitieron hacer, y firmó allí mismo su renuncia a cualquier beneficio o participación en la empresa. Era su contribución a la formación de su hija, una niña que nunca sabría quién era su padre y a la que Bárcenas había amado como suya propia. Fue entonces, aquel día sombrío y gris, cuando Antonio le había jurado por Dios, por sus muertos y por su alma que le debía una reparación y que haría lo que él le pidiera cuando se lo pidiera, fuera lo que fuera. Nunca imaginó cómo se le requeriría saldar aquel juramento.

Apoyado contra el borde de la ventana, Antonio lloraba.

- Venga, cumple lo que juraste- le instó Aurelio sin atisbo de emoción.- ¿Lo has traído?

El otro hombre, sin levantar la mirada, rebuscó en uno de sus bolsillos y extrajo una bolsita con unas pastillas.

- Una bastará pero si quieres estar seguro de verdad, tómate dos.

Bárcenas alargó la mano y tomó la bolsa. La estudio con meticulosidad, intentando comprobar con la imaginación que aquellas píldoras eran el pasaporte a otro mundo mejor.

- Gracias, la deuda está saldada. Será mejor que te seques las lágrimas y salgas sonriente. Teresa no puede sospechar nada de esto. SI lo hiciera acabarías en la cárcel.

- Quizá merezca estar allá.

- Quizá. Igual he escrito una carta póstuma donde digo que me has amenazado y obligado a tragar estas pastillas, que tu odio fue siempre intenso hacia mí y no contento con robar la mujer que amaba, me has asesinado. Quizá tenga preparada una venganza final que te helará la sangre.

- Sé que no- contestó Antonio Pellicer, súbitamente recobrada la compostura y la serenidad.

- Sabes que no podría hacer eso a alguien a quien Matilde amó, al padre de mi hija.

- Suena extraño.

- Largo, no nos veremos más – Bárcenas alzó la voz.

- ¿Saldada mi deuda?

- Saldada.

La niebla se estaba despejando cuando Antonio Pellicer salió al parque. Llegó a oír como varias enfermeras corrían hacia la segunda planta.







11/6/12

Ópera hipermedia



Itinerário do sal es una opera hipermedia creada por el conjunto Miso de Miguel Azguime. Una experiencia sensorial en el que se combinan más sensaciones que realidades. Voces, sonidos vocales que no acaban de convertirse en palabras, textos y letras que no acaban de comvertirse en frases y trazos que no finalizan en dibujos. Consta de tres partes y aborda la conexión entre la creación artística y la locura del creador. Un trabajo que orbita en torno a la electrónica y la digitalidad sin las cuales no podría ser puesta en escena.

Un vídeo promocional de la misma puede verse aquí.

10/6/12

Losing the Lottery



Losing the Lottery de Eric LeMay es un ensayo sobre el juego mezclado con el propio juego. Mientras que en una parte de la pantalla se desarrolla el texto, analizando las reacciones y experiencias de los ludópatas, a la derecha el lector puede jugar a la lotería eligiendo números y viendo como su dinero virtual va desapareciendo poco a poco a la vez que los mayores "botes" van incitando a jugar más. Una interesante contraposición entre la racionalidad del ensayo sobre los riesgos del juego y la realidad de la pasión que nos lleva a jugar. El texto analiza la lotería de Ohio.

9/6/12

Book of Spells



Sony ha anunciado que lanza la plataforma de juegos enriquecidos literarios Wonderbook, una aplicación de Storytelling que permite combinar imágenes, textos, vídeos y sonidos en función de la página del libro físico que se está leyendo. Como es común en estos sistemas, el ordenador detecta mediante la cámara - en este caso la de la Play Station 3- una página de un libro en papel que contiene una serie de códigos de barras que le indican a la computadora qué debe mostrar en pantalla. Entonces, es en el monitor donde se desarrolla la acción y se generan en tiempo real las animaciones que narran la historia. En este caso, al tratarse de un juego, la interacción se realiza con el mando manual move que, para un mayor realismo, tiene forma de varita mágica. Así, el jugador puede pelearse contra dragones y magos haciendo gestos con sus manos mientras maneja el mando a distancia.

La primera historia puesta a la venta es Book of Spells, una historia sobre un libro de hechizos, que fue presentada por la famosa escritora JK Rowling, creadora del mundo de Harry Potter, durante la celebración de la feria Electronic Entertainment Expo, E3.




7/6/12

Un gesto


Recuerdo que la primera vez que me di cuenta de que eras especial fue casual. Tú hablabas con unos amigos y alguien, seguramente el dueño del café, puso un disco. Era una canción lenta en francés que hablaba de la soledad, de las cosas que pudieron ser y nunca serán, de la melancolía por el amor nunca encontrado. Me puse triste cuando todos estaban alegres y supe que el motivo era no poder sonreírte, no poder sentarme frente a ti con un capuccino de esos con aroma a vainilla y canela, sin decir nada, tan sólo repasando la silueta de tu cara para aprendérmela tan bien que pudiera soñarla cada noche. Y que tú me devolvieras la mirada. Pero la tonada acabó y tú nunca fuiste consciente de que me quedé alelado, viéndote, soñando historias comunes. Al salir, llovía y cuando marchaste los espejos de los charcos reflejaron tu imagen reteniéndola como si se apenaran, conmigo, de que marcharas. Hoy, cuando marchas, siento la misma agonía. Más aun, ahora es peor, porque ahora sé qué es tenerte.

Te veo ahora alrededor y soy consciente que me encanta que llenes mi espacio. Me he acostumbrado a tu presencia, tan cercana y tan lejana, a tu forma de ser, a tu visión del mundo, al tono de tu piel, a tu forma de caminar. He vuelto a hacer una lista de lo que me gusta de ti. Son infinitas cosas, infinitas imágenes de tí las que me hechizan. Me gustan tus manos – especialmente cuando me regalas tu caricia-, tu sonrisa, tu charla interesante y cálida, tu ilusión por la vida, tu forma de ser tan femenina, tu sensibilidad, tu inteligencia, tu lealtad tan probadamente demostrada en los momentos más duros. Pero lo que más me deleita es que tú apenas eres consciente de tu poder. Lo ejercitas con tanta ingenuidad que es aún más atractivo que si supieras que lo haces. Enfrascada en tu labor no llamas la atención y, de pronto, te recoges el cabello con la mano y lo mantienes prisionero por unos segundos en tu nuca, a la vez que giras la cabeza hacia tu hombro como si posaras para un pintor invisible que deseara recoger aquel instante en una acuarela. O como si te apoyaras con ternura en un hombro amado que sé que es el mío. Es un gesto muy tuyo, encantador, dulce. Quizá no dura más de dos o tres segundos. Dejas al descubierto tus mejillas que llaman a ser besadas. Estás ensimismada en tus pensamientos y, en ocasiones, una suave sonrisa te alumbra. Algo te inquieta y, súbitamente, sueltas tu pelo y regresas a tu tarea. Me lleno de vida, entonces, al saber que ocupo tus pensamientos en ese instante y espero hasta que nuevamente salga el arco iris.


5/6/12

Konsonant




Konsonant de Joerg Piringer es un juego textual- que no literatura- para Ipad, Iphone, Ipod y ordenadores Mac que permiten experimentar visualmente con textos y topografías, animándolas sobre la pantalla a voluntad del usuario. Permite añadir sonidos (incluye pistas en MP3 para los efectos), experimentar con gráficos de aspecto nuboso o establecer una especie de scrabble ininteligible. Un juego lejanamente emparentado con el texto escrito, que cuesta dos dólares.


4/6/12

Tiempo de héroes



Tiempo de héroes es una novela gráfica por entregas en la Red que también está impresa en libro, aunque el sitio que contiene la versión electrónica incluye numerosos contenidos adicionales. Basado en la novela de Daniel Estorach, se trata de un comic adulto de calidad, en el que participan una veintena de escritores e ilustradores y que, además, está abierto a otros artistas que se sumen al proyecto. Cabe citar a escritores como Díaz de Tuesta, Juan González Mesa, Rafael Nebrera Ruiz, Rosa G. Panera, Magüi Cabral Camacho, Daniel Estorach Martín o Jordi Armengol Carner ;  ilustradores como Dani Mendoza, Isabella AM, Santiago Ramos, Estela Gaona Rastrollo, Mamen Iglesias, Gustavo Raga, Calavera Diablo, Laura Kjoge, Daniel Cardiel, Jordi Armengol Carner, Olivia Monterrey o Juan González Mesa; mientras que Antonio Trigo ha compuesto las músicas. Participa asimismo una actriz, Inés Aulló. Todo el proyecto lo coordinan Juan González Mesa, So Blonde, Daniel Estorach, Díaz de Tuesta y Rafael Nebrera Ruiz.

Se trata de una obra con una coordinación cuidada que da sentido a cada parte, interesante en su concepto literario, que hace un exhaustivo uso de las posibilidades multimedia. Así, con cada capítulo existe una ilustración (algunas de ellas, realmente buenas), una banda sonora, vídeos, contenidos extra, juegos, posibilidad de comunicarse con los autores, conexión a redes sociales (por ejemplo, a Facebook y a Twitter), etc.

Los capítulos se estructuran en días, de modo que surge una linealidad inherente que facilita la lectura y la coordina en un todo único. Pero, también pueden leerse las historias por personajes (siguiendo sólo aquellas entradas en las que un caracter participa) o por autores.

Un ambicioso proyecto que merece la pena leer.


3/6/12

El pintor de memorias


Quizá fuera que la nariz no estuviese bien dibujada. O, acaso, la posición de las cejas. Lo cierto es que el retrato no le agradó. Estaba bien, sí. Pero no era el rostro del que uno pudiera enamorarse. Arrancó la hoja, la arrugó hasta hacerla una bola deforme y la lanzó a la papelera. Encestó sin problemas, tantas habían sido ya las que había arrojado. Hizo una nueva marca en el cuaderno en que anotaba los intentos. En realidad, era el séptimo que completaba. Desde mil novecientos noventa y cuatro a tres o cuatro bocetos por semana... intentó calcular el número total pero desistió.

Necesitaba un descanso. Fue a la cocina y puso agua a hervir. Vertió un poco en una taza. Sacó una bolsita de té rojo y la introdujo con parsimonia. Había ya anochecido y hasta la ventana llegaba el rumor de las olas rompiendo contra el arrecife. Una luna jibosa y amarilla flotaba tras las nubes que, a su luz, dibujaban formas de mujer. Sorbió el té y cerró los ojos intentando recordarla. No pudo. Llevaba demasiado tiempo sin poder dibujar su cara en su mente. Para ser precisos, desde mil novecientos noventa y cuatro cuando de pronto – porque la conciencia de que ya no se acordaba de ella fue súbita- no logró traerla a su memoria. Aquel día – eso sí lo recordaba- buscó sus fotografías por toda la casa pero no había ninguna. Las había roto tras el funeral, en un ataque de delirio y furia. Había jurado contra el cielo y contra todo. Si el destino se la había llevado, él renunciaba a sus recuerdos. La muerte quería que él muriera en vida, sufriendo en cada recuerdo. Se negó a ello. No vagaría en la sombra de las penas que el evocar crea. Lo mejor, pensó, era eliminar los recuerdos, arrancar el dolor que le consumía y despreciar el designio al que había sido condenado.

Se arrepintió un mes después. Rebuscó en la basura, entre libros, por cajones y esquineras. Todas habían desaparecido en el fuego. Necesitaba verla, tener su imagen, llorarla. Así que decidió pintarla. Se puso a trabajar inmediatamente. Siempre se le había dado bien dibujar y pensó que la tarea sería sencilla. Su imagen aún era reciente. Pero siempre fallaba en algo. La mirada no era la suya. A veces, no acertaba en el gesto, o en cómo el pelo negro caía sobre su hombro derecho. Otras, la mirada se le quedaba mate, sin la alegría que ella siempre emanaba. Y el color de su piel. Ese era el mayor enigma. No había conseguido nunca siquiera acercarse. Sus pecas. ¿Eran tres o eran seis? No lo recordaba con certeza. Una vez, allá por el dos mil seis, creyó tener una imagen que casi era la de ella. Pero, cuando pasaron unos días, se dio cuenta de que sólo era una ilusión porque ningún sentimiento se despertaba en su corazón al mirar el cuadro. Lo rompió.

El té humeaba aún. Cerró los ojos y creyó atisbar un nuevo rasgo de ella, uno que había olvidado. Tomó un nuevo folio y lo amarró al caballete. Quizá esta vez fuese la definitiva. Fuera, algunas estrellas titilaron entre las nubes.