Había hecho calor durante todo el día. Quizá por eso ahora llovía, intensamente, bajo un cielo mucho mas oscuro que lo que correspondía a esa hora de la tarde. Seguía haciendo calor. Susana se envolvió en la gran toalla verde que había comprado la semana anterior y salió de la ducha. Su mente giraba y giraba , sin poder concentrarse en nada. Había evitado, durante semanas, que aquel momento llegara pero ahora ya no cabía vuelta atrás. Iba a pasar la noche con él, sin importarle las consecuencias que ello acarrearía para su familia. No, no era cierto...sí le importaban las consecuencias. Mucho más de lo que cualquiera pudiera imaginar. Pero su anhelo y su deseo por Marc eran tales que no podía detener sus ansias de amarlo, de tenerlo entre sus brazos, de besarlo y de hacer el amor .
Se secó y dejó caer la toalla hasta el suelo. Sin quererlo, su vista se fijó en el espejo. Allí, reflejado por los tres pequeños focos, vio su cuerpo. ¿Le gustaría a él? Aunque ya tenía 39 años y dos partos en su vientre, su figura era esbelta, sus pechos firmes y sus piernas no habían acumulado aún mucha grasa. Se recorrió a si misma, tocándose en ocasiones para cerciorarse de que su piel estaba tersa. No podía evitar sentir una cierta excitación pensando que, en unas horas, él estaría sobre ella, dentro de ella; pensando en como sus labios se fundirían en el deseo mutuo, como sus dedos recorrerían todas las esquinas de aquel cuerpo amado y deseado. Intentó tranquilizarse. Oía los latidos de su corazón, acelerados, resonando allá dentro de sí misma, en un ritmo mezcla de excitación y amor. ¿Amor?, se le escapó una sonrisa de realidad. Era deseo.
Buscó en el armario su ropa interior. Dudó. No sabía qué ponerse. Quería estar excitante cuando él la desnudara pero tampoco quería presentarse de manera muy distinta a ella misma. Eligió las braguitas azules pálido y un sujetador también en tonos azules. Su marido siempre le había dicho que le sentaban muy bien. Joder, se avergonzó al pensar en Tomás, su marido, justo en aquel momento y pensó que no debía estar bien de la cabeza. Él no sabía nada. ¿Lo notaría mañana? ¿Su cara reflejaría lo que iba a hacer? Sintió temor pero, nuevamente, su anhelo borró todo miedo en pocos segundos.
El traje que eligió era sencillo y no excesivamente llamativo pero, ciertamente, estaba elegante. Se vio femenina, sensual, atractiva. Mejor. Así, Marc le haría el amor con más ganas. Se puso dos gotas de perfume bajo las orejas. Se miró por última vez al espejo, hizo un mohín de complicidad consigo misma y se dispuso a salir.
Llovía más y más. Seguramente lo haría toda la noche. Sin embargo, el ambiente era algo sofocante. La humedad mezclada con el calor hacía brotar nubes de vapor desde las aceras. Los transeúntes corrían de un lado a otro bajo sus paraguas y los coches salpicaban las aceras. Le costó encontrar un taxi. Temió que alguien le viera, allí, tan bien arreglada, buscando un taxi casi al anochecer. Se imaginó a alguna vecina o a alguna amiga hablando con su marido y contándole que su mujer salía tan tarde y apresuradamente.
El taxi frenó bruscamente ante el hotel ' Océano'. Un buen hotel. Susana pagó al chófer y salió rápidamente. Entró en el salón y miró, buscando ansiosamente a Marc. No lo vio. No debía haber llegado aún y, por un instante, temió que no viniera. Sería horrible. A la sensación de estar engañando a su familia se uniría la de haber sido engañada ella misma; o la de haber sido despreciada.
Un beso en la nuca la sacó de su angustia.
- Estás más guapa que nunca.
Susana se volvió. Era Marc. Estaba mojado. No había encontrado un taxi y, para no llegar tarde, había recorrido un buen trecho bajo la lluvia. Susana lo vio hermoso con su pelo húmedo, su gabardina totalmente calada y su corbata mal anudada.
Se besaron. En la boca. Ardientemente, tanto que algunos huéspedes del hotel los miraron y otros bajaron la mirada con incomodidad.
Tardaron poco en hacer los trámites de inscripción. Susana creyó saber qué estaría pensando el recepcionista al ver las dos direcciones diferentes en el DNI pero tampoco debían ser ellos los primeros en hacer algo así y estaría curado de sorpresas.
Tomaron el ascensor de la derecha. Nadie entró con ellos así que, allí mismo, Marc la abrazó y la volvió a besar. Marc agarraba su cara con ambas manos y Susana le mesaba la nuca. Cuando las puertas se abrieron, aún estaban juntos, besándose. No había nadie en el rellano. Marc la cogió en brazos. Fue una sorpresa para ella que rio con un chillido de colegiala mientras se agarraba la falda. Él anduvo por el pasillo, con ella en brazos, buscando la habitación. Era la 715.
- Esto funciona bien en las películas pero no estoy yo para estos pesos – dijo, mientras resoplaba por el esfuerzo.
- ¿Me estás llamando gorda? ... la verdad es que esto es un poco ridículo con nuestra edad, ¿no? - Susana se abrazó más aún a él.
- Un día es un día. Ya falta poco. ¡Tenía que ser al final del pasillo, claro!
Fue Susana, la que aún en brazos de Marc, abrió la puerta. No se besaban pero se miraban fijamente, adelantando con la mente lo que sus cuerpos anhelaban mas que nunca. Entraron.
Ni siquiera se apartaron de la puerta. Nada mas cerrarla, ella rodeó con sus piernas las caderas de él y le besó. Le besó como nunca había besado a nadie. Como su marido ni siquiera podía imaginar que sabía besar. Apasionadamente, apretando sus labios contra los de él, su lengua recorriendo toda su boca. Él se apretó contra ella. Quedó prisionera entre aquel hombre y la puerta. Le gustaba sentirse prisionera de Marc. Haría cualquier cosa que él le pidiera y sintió que estaba abducida, idiota por el deseo. Seguía en brazos de él, con sus piernas rodeándolo. Sintió como las manos de Marc se deslizaban bajo su falda. Se dejó hacer mientras miraba a los ojos a aquel hombre. Sus manos, ahora, se deslizaban sobre su piel. Ella se sostenía prácticamente por la presión contra la puerta y el apoyo de las caderas de Marc, así que él tenía las manos libres. Le desabrochó el vestido. En su vientre sentía el roce del sexo de Marc y reconocía lo excitado que también estaba él.
No duraron mucho tiempo. Aún, en pie, junto a la puerta, le besó, le besó apasionadamente. Estuvieron así, en la misma posición, por unos segundos hasta que a él le flaquearon las fuerzas y tuvieron que ir hacia la cama. Se desnudaron en el camino entre la entrada y la habitación. No tenían tiempo para duchas. La ropa de ambos quedó esparcida por el suelo de la habitación.
Se abrazaron bajo la sábana. Afuera, seguía lloviendo y el golpeteo de las gruesas gotas de la lluvia de verano en el cristal acompañaba el encanto del momento.
Ella puso su cabeza sobre el vientre de él. La mesó los cabellos. Ella le besaba el torso, suavemente, con dulzura. Apenas hablaron ¿Para qué? Todo lo que podían querer decirse se decía a través de los sentidos y de su mirada. Aquella noche hicieron el amor otras dos veces.
Volvió a su casa antes de amanecer. Le había costado mucho marcharse del 'Océano'.
Entró despacio, intentando no hacer ruido. Su marido dormía. Creía que había ido a ver a su madre. Estaba confiado. Susana sintió una inexplicable mezcla de vergüenza y excitación pero, en contra de todos sus valores, no se arrepentía de lo que había hecho. Se desnudó en silencio, con la puerta del baño cerrada. Se miró desnuda en el espejo. Aparentemente nada había cambiado. Nada notaría él. Pero, tras la fina capa de piel, su cuerpo aún se estremecía pensando en aquella noche. Se desmaquilló.
Miró el reloj. Las 7 de la mañana. Fue al cuarto y se metió en la cama sin hacer ruido. Cerró los ojos, pero no durmió. Tan solo revivió, una y otra vez, su amor por Marc. No sabía que hacer de ahora en adelante. No lo sabía. ¿Olvidaría a Marc? ¿Lo llamaría nuevamente? ¿Por qué tenía que elegir entre el deber y el placer? ¿Era tan malo volver a enamorarse como una chiquilla? Esa sensación de aventura, de traspasar el límite, la atraía más que nada. Se sentía bien haciendo, por una vez en su vida, lo no correcto; lo que siempre le habían dicho que era una barbaridad; transgrediendo, mirando sólo por sí misma., no dejando pasar el tren que nunca volverá a pasar.
Al cabo, el sol entró con fuerza por entre las cortinas. Su marido se levantó para ir a trabajar. La besó en la frente, creyéndola dormida. Susana apretó sus párpados, no queriendo pensar. Ahora tenía el éxtasis entre sus manos y no quería perderlo. Se durmió sin saber qué quería o qué sentía, pero pensando en Marc.
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