26/6/09

Los 7 pecados capitales: la soberbia



Desayunó poco porque cuando tenía una reunión importante quería sentirse en tensión. Y, para ello, nada mejor que un estómago inquieto y en tensión. Comprobó que el dossier estaba completo y se aseguró de que no se arrugaba al colocarlo en el maletín. Abrió la tapita de la caja del CDROM y se aseguró que su superficie estaba perfecta. Tomándolo con dos dedos por su perímetro, lo introdujo nuevamente en el recipiente. Pensó en el director general y en cómo le estarían ahora envidiando en todo el departamento. Haber sido elegido para hacer la presentación le hacía sentirse orgulloso. Sería una oportunidad única para que por fin se dieran cuenta de su valía. Verdaderamente, el asunto no era de gran trascendencia. Un estudio de mercado de un producto ya maduro de la compañía en los países asiáticos. Las ventas no superaban los cinco millones, una minucia si se comparaba con los quinientos que facturaban anualmente. Aún así, sabía que era en estos pequeños proyectos cuando uno podía realmente brillar. Nadie esperaba gran cosa de aquello de modo que una buena exposición correctamente argumentada y, sobre todo, aderezada con alguna idea novedosa podía darle el empujón que su carrera necesitaba.

Durante dos semanas había preparado concienzudamente la presentación. Había navegado por Internet hasta altas horas de la madrugada recopilando cualquier dato sobre los países asiáticos que pasara por sus ojos. Visitó dos bibliotecas y llamó a las embajadas de China e India, donde sus agregados comerciales le contaron amablemente las previsiones que sus países hacían para la próxima década, todas ellas llenas de optimismo porque no era cosa de que un representante comercial cayera en el desánimo al hablar de su país. Llamó a José Antonio, un conocido de la universidad del que sabía que había vivido tres años en Singapur. Un tipo rancio y desagradable- había pensado al colgar el auricular- pero que le informó de algunos detalles que resultarían interesantes al director general. Leyó otros cuatro o cinco informes que compañeros suyos habían hecho con anterioridad del mismo mercado. Incluso, encontró un dossier de hacía unos cinco años y del que no conocía su autoría. Apenas tres o cuatro hojas con conclusiones. Le pareció penoso tan escaso trabajo para un mercado tan importante. Aquellas conclusiones no se soportaban en nada. Pensó que todos eran muy malos y se sintió confortado al darse cuenta de que su capacidad intelectual superaba ampliamente a la media de la oficina. Sin duda, era bueno en su trabajo.

Durante tres noches redactó un primer borrador. Cuando terminó, lo releyó y se sintió satisfecho de sí mismo. Realmente, y modestia aparte, era brillante. No como los informes anteriores. Una larga introducción exponía los datos fundamentales de cada uno de los países del continente. Tras ello, había escrito un profundo texto sobre las características del producto y sus ventajas para los usuarios. Después, unas cuarenta páginas con detallados gráficos sobre la posible evolución del mercado, señalando varios escenarios. Finalmente, sus conclusiones. Pero, al contrario que en los informes anteriores, él soportaba sus recomendaciones en el amplio anejo adicional donde se apiñaban unas mil páginas de cálculos, estadísticas y recortes de prensa. Estaba orgulloso y se sintió bien consigo mismo. Dedicó otros cuatro días a realizar un largo Power Point que mejoró con numerosos elementos multimedia. Su idea era brillante. Ir creando expectación durante la presentación para, al final, dar el golpe de efecto que tenía reservado. Su idea nueva, la chispa creativa: cambiar los colores porque había comprobado que en todo el sureste asiático se volvían locos por el rojo y el amarillo.

Entro en la sala de reuniones con mucha anticipación y se ocupó personalmente de que todo estuviese conectado. Saludo altanero a dos de sus compañeros mientras pensaba que nunca llegarían a su nivel profesional. Luego salió y se dirigió al servicio. Al verse en el espejo, se gustó más que nunca. Su momento había llegado y él estaba feliz de ser el protagonista.

El Director general le saludo con cortesía pero un tanto fríamente. Los demás consejeros le miraron con desgana, como si tuvieran que pasar por un trance aburrido que odiaban. No se amilanó. Aquellos hombres reconocerían su valía unos minutos más tarde. Saludó y se presentó. El director comercial, gordo y sudoroso, bostezó.

Encendió el proyector e inició su disertación. Con el reflejo del foco apenas podía ver las caras de sus interlocutores pero supuso que estarían muy interesados. Enfatizo cómo, a diferencia de los anteriores estudios, su trabajo estaba basado en datos fidedignos y no en intuiciones que casi nunca se llevaban a cabo. Con cada afirmación que hacía aprovechaba para deslizar algún error de los informes previos para que, así, se notara aún más su superior rendimiento.

Una hora le llevó explicarlo todo y, al poco de hablar de la novedosa idea de los colores, apagó el aparato y sus oyentes se le hicieron visibles. Se sorprendió porque no parecían excitados, más bien aburridos.

El Director general le miró para hacerle alguna pregunta. ¡Ah! lo había logrado. El análisis les interesaba. El Director general estaba interesado. Probablemente, le solicitaría algún detalle, alguna aclaración precisa, que él podría contestar sin duda alguna, tan profundo era su conocimiento del tema.

- Pero ¿dígame?.... ¿para qué nos sirven todos estos datos si no nos dice cuánto podemos vender el año que viene?

No era la pregunta que esperaba pero reaccionó rápido.

- Señor, el definir objetivos de ventas basándonos en la pura intuición no es científico. Es únicamente voluntarismo. Soy de la opinión que hemos de basarnos en las estadísticas y hacer un análisis más profundo que nos indique las claves que podrían aumentar nuestro mercado. Esta presentación sólo es preliminar pero en función de todos estos datos se podrá realizar un posterior análisis que podría hacernos ver claramente la realidad. Yo me brindo, por supuesto, a colaborar en dicho estudio…

Le interrumpió el director general:

- Pero, amigo mío, no hay tiempo para todo eso, me temo. Sus colegas hicieron previsiones intuitivas en el pasado y no nos ha ido mal.

- Con todo el respeto, discrepo señor. Mi estudio, permítame decirlo atacando a la modestia, es muy superior a los anteriores. Mis compañeros no se esforzaron lo suficiente en encontrar las raíces del funcionamiento del mercado. Fíjese por ejemplo en este de hace cinco años – lo sacó de su maletín- … tres hojas mal escritas con unas conclusiones que nunca se han verificado ni cumplido. Ya, el título “Acciones en Asia” demuestra que no ha sido suficientemente meditado. Permítame llamar su atención de que yo podría serles de gran utilidad en un puesto más acorde con mis capacidades. Me formé en la Universidad de Harvard por dos años y….

El director financiero, que parecía enfrascado escribiendo garabatos en un papel, levantó la cabeza y se levantó las gafas. Miró al director general y le dijo:

- Oye, Pepe… ¿no es ese el informe que hiciste tú hace cinco años? No sabía que aún estaba archivado.


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