Consiguieron una mesita al fondo, en la esquina de la cafetería decorada con unos pequeños óleos de paisajes escoceses y lámparas que simulaban faroles marineros. Era su rincón favorito cuando necesitaban hablar, lejos del bullicio de la barra y del ajetreo de la puerta principal. Les gustaba aquel establecimiento, tan ajeno al mundo lleno de neones y coches de la avenida, donde una vez traspasada la entrada, la atmósfera era dieciochesca, caduca a los ojos de muchos, trasnochada pero tranquila. Y, además, la pastelería que ofrecían era deliciosa, que para algo disponían de obrador propio.
- Aquí tienes. Un chocolate y un bollo de crema – Noelia depositó la bandeja sobre la mesita redonda cubierta con cristal.
- No debería. Esto son seis millones de calorías. – contestó Julia.
- ¿Y qué más da? Estamos estupendas, con chocolate o sin él.
- Ya, ya, lo que tú digas, pero luego los pilates son un infierno.
- ¿Azúcar?- Noelia le acercó un sobre.
- Sólo faltaría eso.
Julia tomó el cuchillo y cortó un pedazo del bollo. Masticó despacio, alargando el bocado porque, en realidad, no quería comenzar a hablar.
- ¿Entonces, le vas a dejar? – preguntó Noelia, mirándola a los ojos
- Sí, creo que sí.
- ¿Estás segura? – volvió a preguntar.
Por supuesto que Julia no estaba segura. No podía decir que todo había sucedido demasiado rápido, la excusa perfecta para tomar decisiones drásticas. No, había ocurrido poco a poco, sin casi advertirlo, tan sutilmente que todas sus defensas habían quedado desactivadas sin percatarse de lo que ocurría. Mejor hubiera sido que Teo la hubiera besado de sopetón una noche, en cualquiera de las cenas de colegas que habían tenido durante aquellos meses, o que se hubiera declarado con un ramo de claveles, como un moñas cualquiera, o que la hubiera mirado alelado a los ojos sin decir nada. Todo eso la hubiera alertado, la habría hecho reaccionar, prevenirse, subir los escudos de la nave espacial, irse de vacaciones, lo que fuera para no dejarse engullir como una tontaina adolescente. Pero no, no lo había visto venir. Por mucho que recordaba, no hallaba momentos mágicos o añoranzas al acostarse. A traición, pensó. Había sucedido a traición.
- Ramón es un buen tío. Y lleváis tantos años… da pena…. – Noelia comió un poco de su pastel de ponche.
- Ya sé que da pena. ¿Por qué crees que estoy echa un asco? Ya sé que da pena. Pero no puedo evitarlo.
- Un capricho tía. Será un capricho. Nos vamos a Barcelona la semana que viene, si quieres. Aún tengo días de vacaciones pendientes. Nos vamos y nos olvidamos de todo esto. Ya verás cómo cuando regreses, estarás más centrada.
- Huir no es lo mío. Hay lo que hay. – contestó Julia.
- Joder, pero si estáis a dos meses de la boda. Le vas a hacer una cabronada.- Noelia elevó la voz sin quererlo.
- Ya lo sé.
- Eres mi amiga, lo sabes. Pero también aprecio a Ramón y esto le va a hundir en la miseria. Ni se lo espera, eso te lo aseguro, ni se lo espera.
- Tú, dame ánimos. Eres una verdadera amiga. Joder, Noelia, que ya sé todo eso. ¿Y qué quieres que haga? ¿Cómo se cambia lo que una siente?
- Perdona… pero es que no entiendo. Si parecéis hechos el uno para el otro. Los mismos gustos, el mismo estilo de vida, os lleváis bien.
- Justo lo contrario que con Teo, ¿no?
- Sólo le preocupa su trabajo, uno de esos que dedica toda su energía y todo su tiempo a la profesión. Poco caso te va a hacer.
Quizá en eso, Noelia tenía razón, pensó Julia. Quizá por eso no lo había visto venir. Eran colegas de trabajo y compartían las muchas cuitas que cualquier negocio trae cada día. Discutían sobre los balances o sobre la estrategia comercial, acerca de la gestión de compras o de las políticas de crecimiento, pero, a veces, porque uno no puede estar hablando siempre de economía, también compartían opiniones sobre los libros que leían- a él le había encantado el último de Julia Navarro, ella le había contado cuánto apreciaba la poesía de Amalia Bautista; ambos coincidieron en que “Carol” era una película excelente; discutieron un día, tras haber logrado cuadrar una hoja Excel de ventas endiabladamente complicada, sobre si a Bob Dylan se le había ido la olla en su última gira. Apenas, cuatro pinceladas dentro de un lienzo de trabajo y más trabajo.
- Lo he pensado y no tengo ni idea de por qué ha sucedido- Julia jugueteó con el tenedor.
- Más razón para poner toda esta mierda en el congelador, para darte tiempo.
- ¿Y casarme con Ramón?
- Hace cuatro meses lo tenías claro- afirmó secamente Noelia.
- Cuatro meses, sí. En la prehistoria.
- ¿Pero Teo sabe algo? ¿Se te ha insinuado?
- No tiene ni la más remota idea- dijo Julia con voz triste.
- ¿Entonces, se te ha ido la pinza o qué? Dejas a un hombre que te va a hacer feliz, con el que compartes millones de cosas, al que amas, o amabas, hasta hace dos telediarios, con el que tienes preparada una boda, contratado el restaurante y hablado con el cura…. Lo dejas todo porque sí, por nada, porque te da un antojo… ¿Oye, no estarás embarazada y todo esto es sólo un vaivén hormonal? – Noelia quiso ser graciosa y rebajar la tensión.
Su amiga tenía razón. Julia repasó mentalmente las razones que la empujaban a mandarlo todo a paseo y encontró pocas. Sus ojos llenos de pasión por lo que hacía, sus ganas de comerse el mundo, su respeto, su compañerismo, el que estaba siempre dispuesto a ayudarla, su trato de igual a igual, incluso el día que llegó como una novata a la oficina, lo mal que se hacía el nudo de la corbata, su pelo mojado aquella tarde en que la galerna trajo una inesperada e intensa lluvia.
- Dale una oportunidad a Ramón- insistió Noelia.
- ¿Y le cuento todo esto?
- ¿Estás loca? Ni se te ocurra.
- ¿Qué hago entonces?
- Casarte con él. Puedes vivir muy bien con él. Os parecéis. ¿Hay algo mejor que casarte con alguien con el que puedes vivir a gusto?
- Puedo vivir con Ramón, sí… pero no puedo vivir sin Teo. - contestó Julia.
- Estás loca- Noelia se terminó el capuccino.
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