Ahora, en retrospectiva, me cuestiono
por qué yo te olvidé sin olvidarte,
por qué fui tan capaz de descuidarte
y dejarte sola. No me perdono.
Excusas son y sé que me traiciono
pensándolas siquiera. Sólo amarte
me juré. Y sólo supe traicionarte.
Me arrepiento, sollozo, me abandono.
Quizá fue la tristeza aterradora,
o aliviar por un tiempo mi condena.
¿Por qué cedí a la huida seductora?
¡Qué sé yo!... Tengo ya el alma serena.
¿Mereció la pena?, me pregunto ahora…
No, claro que no mereció la pena.
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