19/3/19

Ausencias 4.0.





Aunque el destino volviera y jugara a inmiscuirse,
aunque el destino quisiera regresar y arrepentirse,
algo se ha roto muy dentro.
Algo se ha roto muy dentro
al no dejarme seguirte.
No puede volverse atrás cuando uno comienza a irse.


Y, de pronto, has desaparecido.
Miro mi correo y no hay nada.
Las redes se han convertido en un laberinto de opacos silencios.

Tu icono - esa foto de cuando fuimos juntos al pantano. Te besé aquel día - ha cambiado y no lo reconozco entre la multitud de falsos amigos.
Ya no eres mi cómplice.

Miro la pantalla, una y otra vez, sin tenerte, sin leerte.


A veces, ¿sabes?, juego a engañarte, 
a estar en línea, a que te escribo,
por si me contestas, por si quieres saber de mí.
Pero desisto. ¿Cómo encerrar mi alma entre dos líneas de diodos?
¿Cómo regalarte poemas en tan escasa geografía?

Si la pantalla fuese más amplia, podría escribirte por ejemplo:

Parece que es igual, pero es distinto.
Parece que me hablas, pero callas.
Te reclamo y no quiero que te vayas
pero el mundo que hicimos ya está extinto.
Tu adiós es tan distante y tan sucinto
que me matas, me abates, me desmayas.
No te quiero, dijiste. Luego, callas
y te marchas del brazo de tu instinto.
Y miro diez mil veces la pantalla,
que pasó de ser aire a ser muralla,
muriendo por “un tuit” cada mañana.
¿Buscarás tú escribir, al otro lado?
¿Lees aún mis mensajes con agrado?
Tu ternura ha volado, tan lejana.


Sí, observo la pantalla como si fuera la ventana del mundo,
de tu mundo, de nuestro mundo,
pero lo que construimos se ha diluido
   como el efímero humo de los barcos,
      como los destellos de los espejos, 
         las cabriolas de los estorninos
           o las ondas de los estanques.


Se habrá saturado tu memoria y es preciso borrar el pasado
para dejar sitio a nuevos desengaños.
Es irónico cuán rápido se desvanece un cosmos que parecía eterno.
Un día me dijiste que, aunque no me lo dijeras,
me amabas mucho.
Dos meses después me dejaste
y tu icono en el whatsapp, como si fuera tu sombra, 
marchó contigo, 
se sumergió hasta las profundidades de la oquedad abisal 
en la que caen los mensajes no dichos,
    los contactos no habituales, 
      los textos no deseados,
        las palabras que no llegan a los labios, 
           accidentadas mortalmente en la garganta.


Y miro la pantalla, una y otra vez. Y otra más. Y otra.


Para la luz no existe el tiempo.
Tan deprisa navega por el cosmos
que el universo se le contrae y todo se colapsa en dos dimensiones.
Antes, después, ahora, no se diferencian.
Un instante son todos los instantes. Lo dijo Einstein.
Por eso, cuando me mirabas,
tus ojos me regalaban tu presente, tu pasado y tu futuro,
y yo creía vivirte completa.
Pero eso era antes. Mucho antes. Ayer.


A veces, ¿sabes?, juego a engañarte,
a estar en línea, a que te escribo,
por si me contestas, por si quieres saber de mí.
Pero desisto. ¿Cómo encerrar mi alma entre dos líneas?
¿Cómo regalarte poemas en tan escasa geografía?

El teléfono, antes, fue
el nacer de nuestro mundo,
el amanecer fecundo
de un para siempre, pensé.
Aquel día que llamé,
¡Te quiero!, dije rendido,
disparado aquel latido
de mi ansia desmedida
por encontrarte en mi vida
sin creer ser merecido.
Y me dijiste que sí,
¡Por Dios, llámame! escribías;
ansío oírte, decías.
Y te juré y prometí
estar perdido sin ti.
Pasábamos muchas horas
en palabras persuasoras,
conversando en la distancia
aupados en la constancia
de ternuras tentadoras.
Y, de pronto, te has callado.
No suena ya el tintineo
de un mensaje, ni te veo.
Y me siento traicionado,
sin velas, desarbolado.


Me malacostumbraste a saber de ti,
  a asfixiarme en un torrente de sentidos,
    a saber que estabas aunque no te viese,
      a creerme deseado,
        a desearte.

Qué importaban los viajes si cada mañana te escuchaba,
si me enviabas una fotografía de cada paisaje que veías,
si yo te la enviaba de cada avenida que visitaba.

Qué júbilo al recibir tus mensajes,
unos por algún motivo, los más sin él;
algunos por hacernos saber que, justo en ese momento, 
nos habíamos pensado;
otros porque sí, porque te apetecía decir “te quiero” 
o yo deseaba escucharte.

Y, ahora, parece inimaginable que el teléfono sea tan desalmado,
que su pantalla permanezca oscura como la madera bien quemada,
que tu nombre se haya hundido en la hondonada de los recuerdos,
en un mar sin corales, en una primavera sin azahar,
que no seas más mi amiga,
aunque sólo fueses una de esas de mentirijillas
con un redondel amarillo risueño delante.


A veces, ¿sabes?, juego a engañarte, 
a estar en línea, a que te escribo,
por si me contestas, por si quieres saber de mí.
Pero desisto. ¿Cómo encerrar mi alma entre dos líneas?
¿Cómo regalarte poemas en tan escasa geografía?


Y, ¿cuándo te fuiste sin darme cuenta?
Dímelo, que no tengo las respuestas
ni derecho a expresarte mis protestas,
tan sólo es mi dolor que se lamenta.
Tengo, de ti, mi existencia sedienta
como las piedras secas de las crestas.
¿Qué hice?, te pregunto, y no contestas.
Sólo deseas una ida incruenta.
Mas no existen adioses apacibles,
que todos resultan tan terribles
porque para un amante es el declive
y para el otro el aire que reanima
sin importar si hiere o si  lastima.
Acepto el trato. Yo, muero. ¡Tú, vive!


Toco la pantalla con mi dedo y me duele,
como si acariciara agaves, como si tocara metal helado.
Me duele porque, antes, mi mano recorría tu rostro,
y tu vientre, y tu sexo, y el interior de tus muslos,
y peinaba tu pelo,
y delineaba tus labios justo antes de besarlos,
y se maravillaba de sentir tu piel,
 siempre distinta, así que la transitara un millón de veces.

Ahora, sólo tengo la pantalla donde busco tu icono,
esa foto de cuando fuimos al pantano,
y aquella otra en que me hablabas inglés 
                                 con un cigarrillo en la mano,
y el mundo hermoso y completo – nada más importaba- 
                                 en el iris de tus ojos;
y la del banco junto a la ribera del río que compartimos 
                                con el piar de los petirrojos,
o la imagen tuya reflejada en la vitrina de aquel escaparate.

Somos una buena pareja- dijiste- … pero ya no lo recuerdas.

Ahora, el gozo de mis ojos es tu nombre delante de la arroba
cuando llega un correo, las pocas veces que lo envías.

Y me duele, porque antes mi mirar se embelesaba con tu sonrisa,
y con tu figura desnuda justo antes de abrazarme bajo la cama.
Me llamabas tonto cuando, 
cada noche, como si antes no hubiera habido otras,
me quedaba absorto mientras te desnudabas
y mis pupilas se agrandaban 
para ver la vía láctea de tu cuerpo.

Toco la pantalla con mi dedo, buscándote, buscando tus mensajes
y no hay nada.


A veces, ¿sabes?, juego a engañarte, 
a estar en línea, a que te escribo,
por si me contestas, por si quieres saber de mí.
Pero desisto. ¿Cómo encerrar mi alma entre dos líneas?
¿Cómo regalarte poemas en tan escasa geografía?


Detrás se quedan las copas
compartidas de Verdejo
entre el acariciar de manos
y los juegos del cortejo.
Atrás quedan tantas charlas,
tu ternura, tu consejo,
que vieras no sé qué en mí,
que me dejaras perplejo.
Atrás muere la esperanza,
se torna negro el espejo
porque sin ti, sin tu afecto,
no me gusto en mi reflejo.
Quedan atrás los instantes,
es mi vida la que dejo
porque sin ti a mi costado
tan sólo me siento viejo.


Cómo duelen los recuerdos que no pueden repetirse,
…que no pueden repetirse.
Cómo duelen los recuerdos que no pueden repetirse
y tantas y tantas cosas que no pueden ya decirse.
Aunque el destino volviera y jugara a inmiscuirse,
algo se ha roto muy dentro,
al no dejarme seguirte.
No puede volverse atrás cuando uno comienza a irse.



Me despierto sobre el ruido de la noche,
ha llovido y los coches circulan con ese sonido 
                           a llanto triste que producen, 
y palpo en la mesilla el cristal de la pantalla.
Se ilumina, y no hay mensaje. No me has escrito.

Es una espera melancólica,
como cuando se atiende en el tanatorio
o en el pasillo de un hospital.
Es la esperanza falsa de que va a salir un doctor de bata blanca 
para decir que todo fue bien,
o va a llegar un Nazareno que diga: levántate y anda.

Siento angustia porque el teléfono no suena,
porque no me llegan tus correos, porque ya no estás en mi red.


A veces, ¿sabes?, juego a engañarte, 
a estar en línea, a que te escribo,
por si me contestas, por si quieres saber de mí.
Pero desisto. ¿Cómo encerrar mi alma entre dos líneas?
¿Cómo regalarte poemas en tan escasa geografía


La noche ya no es amiga.
Ahora, se puebla de imágenes que huyen,
como caballos desbocados y aterrados,
sin amazona que los guíe,
instantes quemados por el fuego bajo que nunca compartimos,
convertidos en pavesas inquietas que se lleva el viento.

Abajo, en la calle, dos sombras se funden en un beso
y en abrazos de anhelo y ansia,
como antaño lo hacíamos nosotros,
cuando rodábamos desnudos eclipsando nuestros cuerpos.


Has llenado mi mundo de niebla, de galernas, de óxido,
para poder llenar el tuyo de luz, de caracolas, de espuma de mar.
Ahora, tu nombre sabe a hielo,
tu recuerdo, que una vez fue alas, pesa,
el deseo se envenena de sí mismo.
Ahora, afronto la vida como en esas tardes frías y cortas,
sin anaranjados hermosos o farolillos de fiesta,
como esas tardes de otoño en que lo único que apetece
es que llegue ya el invierno.


Me asusta tu ausencia.
Dispongo de mil artilugios para saber de ti
       y todos están en silencio,
             como si se hubiesen confabulado en un apocalipsis.

Me pongo en línea para que veas que estoy conectado,
para animarte, para incitarte a decirme algo, cualquier cosa.

Dijiste que también te duele a ti pero que ese dolor pasará
y lo afirmaste con tanta frialdad que me asusté aún más.
No sólo me dejas,
    es que tienes la voluntad de hacerlo, 
        orgullosamente,
tan segura estás de que soy una rémora,
    tan preparada estás para marcharte. 
        Estoy tranquila ahora, dijiste.

¿Tanto he fracasado? ¿Tanto?

Anda, coge el teléfono, escríbeme.
Anda, mándame un mensaje
     aunque sólo tenga ciento cuarenta letras.
Anda, escríbeme, aunque sólo sea una palabra.

Por Dios, llámame. Soy yo ahora el que lo grito.

Anda, haz que suene el “dindondín” y me despierte en plena noche
y que pueda leer, como antaño, 
un te añoro, o un te quiero, o un te deseo.
Anda, hazlo, atrévete, estoy aquí, esperando, 
mordiéndome el orgullo,
llamándote estúpida … y vida de mi vida al mismo tiempo,
    y traidora … y almíbar de mis labios,
        e insensible… y cielo mío,
            y egoísta… y dulce cariño,
                y queriéndote más que nunca.

Anda, haz que este maldito aparato se ilumine.
O, mejor, no lo hagas, quizá yo ya no quiero.
Quizá yo ya no quiero.


Nos separa una distancia infinita
en cómo valoramos los afectos
porque tus besos son mis predilectos,
mas mi presencia a ti te debilita.
Mi mundo alrededor de ti gravita
y contigo se escriben mis proyectos
pero tú miras sólo mis defectos
y mi amor sólo dudas te suscita.
Tan honda asimetría nos separa
que aunque infinitamente yo te amara
no igualaría el fiel de la balanza.
Es dolorosa la verdad concisa:
para rendirme, basta tu sonrisa
pero mi amor entero no te alcanza.


La batería está cargada, la conexión activa, la red en marcha.
La aplicación funciona, tengo el teléfono en mi mano, espero.
Tú quizá escribas ahora a alguien, a algún otro que no soy yo.

Espero, sabiendo que te has ido para siempre.


A veces, ¿sabes?, juego a engañarte, 
a estar en línea, a que te escribo,
por si me contestas, por si quieres saber de mí.
Pero desisto. ¿Cómo encerrar mi alma entre dos líneas?
¿Cómo regalarte poemas en tan escasa geografía?


El mundo tiene memoria,
es difícil el olvido
porque escribo con tu pluma,
y tu libro he releído,
porque uso tu cartera,
porque contigo he tejido
viajes, noches, sexo, charlas,
porque me pensé elegido,
porque tu foto, en un marco,
miro ahora entristecido,
porque tu aroma en la cama
aún no se ha desvanecido,
porque aún uso tu colonia,
porque estaba convencido
que el lazo que nos unía
no sería desunido.
Aunque has elegido irte,
porque orgullosa te has ido,
encintas están las calles
de tu recuerdo querido.
Los instantes de las cosas
no son parte del olvido,
las memorias de lo inerme
no se avienen al despido.
Aunque yo ya te he olvidado
 continúa el mundo entero
recordando lo vivido.



Y, ¿ahora, qué?
¿Qué hago con esta pantalla que no se alumbra,
con estas conversaciones que han enmudecido?
¿Me bloquearás?

Repaso, uno a uno, los miles de mensajes de tantos años
para arrojar más sal a la herida, para recordar que fuimos,
para morir lentamente porque no supe entusiasmarte.

He de agradecerte que me acogieras en tu puerto,
que me agarraras de la mano y me hicieras ver el horizonte,
en ese encuentro infinito 
en que no hay nada más allá del corazón henchido,
del balbuceo torpe de las palabras que no expresan lo sentido.

Me has mostrado un cosmos, ahora me lo ocultas.
Me has abierto un palacio, ahora me lo cierras.
Me has llenado de miel el paladar, ahora me sabe a metal amargo.
Recordar no es vivir dos veces, es llorar por la pérdida,
amortajarse de nostalgia y de infinitas dudas.


Cómo duelen los recuerdos que no pueden repetirse
y tantas y tantas  cosas que no pueden ya decirse.
Aunque el destino volviera y jugara a inmiscuirse,
algo se ha roto muy dentro
al no dejarme seguirte.
No puede volverse atrás cuando uno comienza a irse.

A veces, ¿sabes?, juego a engañarte,
a estar en línea, a que te escribo,
por si me contestas, por si quieres saber de mí.

Por si quieres saber de mí.




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