5/4/09

Blanca vuela mañana

Blanca vuela mañana (Plaza y Janes, 1997), de Dulce Chacón es una reflexión exquisita sobre la muerte y el amor, sobre la soledad y la búsqueda de consuelo en un ser amado, de la duda y de la debilidad, de la fortaleza y de la enfermedad. Es una novela corta, con capítulos de muy pocas páginas pero llenos de frases que hay que releer, que quedan en la memoria por ser profundamente emotivas en su brevedad. Es una obra poética, lírica sin pretenderlo, cadenciosa. Parece en ocasiones poesía en prosa.

Y, sobre todo, es cercana. Cualquiera que haya sufrido la agonía de un ser querido herido por el cáncer, que haya amado, o que hay dudado ante el futuro, que se haya planteado el sentido de su propia existencia asumirá casi al instante como suyas las páginas de Chacón, preguntándose cómo es que la autora ha sabido de nuestros pensamientos más íntimos; cómo supo de nuestro descarnado dolor ante la soledad que la marcha de la persona querida dejó, viaje que nunca aceptaremos. Cómo supo del anhelo por prolongar, en la memoria, su presencia. Cómo supo del afán por lograr el amor y del temor a lograrlo o de la desdicha de no encontrarlo. Cómo supo de nuestras cavilaciones internas en la soledad de una habitación oscura, aún cuando haya otro cuerpo cerca pero sin alma cerca.

Los capítulos más logrados son los que tratan de Ulrike y Heiner, quedando aquellos en que se trata de Blanca un tanto inconclusos, sin precisar qué busca realmente la protagonista.

Son páginas introspectivas, pesimistas quizá, pero de las que surge un arrebatado romanticismo. Pasión que puede resumirse en la conciencia del amor hereos – “estoy enferma de ti”, le dice Blanca a Peter- y en el “querido mío, querido mío, querido mío” que Ulrike escribe a Heiner. Una novela muy bella. La lees y cuando tornas la última página deseas empezar a hacerlo de nuevo.



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