En viernes santo, el recuerdo de la muerte se nos acerca acechante y nos envuelve en un desconsuelo difuso e incómodo. Los crucificados que agonizan, los capirotes que desfilan, las madres que lloran por sus hijos, la violencia del mundo, son molestos en estos días de vacaciones porque nos enfrentan a lo inevitable. Más allá de cualquier creencia, sabemos que es inevitable, que la vida se encargará de crucificarnos al final del camino. Es mejor no recordarlo, mirar para otra parte, seguir al vocero de una visita guiada o tumbarse en una playa del sur. Ojos que no ven, ojos que no quieren ver, no sufren.
Vano intento de pretender no recordar lo que esa cruz anuncia.
No obstante, en medio de esa zozobra, con igual instinto, en universal condición, sentimos que sí hay esperanza y tenemos certeza de ello porque amamos y somos amados, sólo por esto. Es la única fe que permanece inquebrantable, la que nos dice que la cruz no puede ser el final que nos separe irremediablemente de los que amamos, de los que necesitamos, de los ojos que deseamos ver, de la piel que anhelamos acariciar, de los besos que nos tienen que dar y debemos ofrecer, de los abrazos carnales y fuertes. Aspiramos a la resurrección, no para irnos de vacaciones o comprarnos un coche. Anhelamos la resurrección para ver nuevamente a los que se fueron, para sentirlos cerca, para recuperar el cálido abrazo del amor, para calmar las ansias de eternidad que sólo se colman reencarnando el amor perdido. Para siempre, ya.
Estás siempre aquí, tan cerca, que los años que han pasado, que la ausencia objetiva que has dejado, son casi una mera anécdota.
Escucho el final de Andrea Chenier, ese conmovedor Vicino a te s’acqueta. Sí, eres el fin de todos mis deseos y estoy aquí para no dejarte porque eres el objetivo de mi existencia. No hay un adiós, porque el amor que resucita consumirá todos los adioses en su luz, moverá la piedra, hará que caminemos juntos otra vez.
Chenier:
Cerca de ti se calma
mi alma inquieta;
¡eres la meta de todos mis deseos,
de cada sueño, de cada poema!
En tu mirada percibo
la iridiscencia
de los espacios infinitos.
Ye miro y en este fluir verde
de tu pupila se pierde mi alma.
Magdalena:
Estoy aquí para no dejarte
¡No es un adiós!
¡Voy a morir contigo!
¡El sufrimiento terminó!
¡La muerte, amando!
Lo que dicta la última palabra de mis labios es él,
¡El amor!
¿Quién la palabra extrema de los labios
se reúne, es Él, el Amor!
Chénier
¡Tú eres el objetivo de mi existencia!
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