2/5/17

La séptima función del lenguaje



 La séptima función del lenguaje (Seix Barral, 2016), de Laurent Binet, es a la vez una novela policiaca y una reflexión sobre semiótica y filosofía, combinando hechos y personajes reales con una historia detectivesca de ficción, siempre con inteligente ironía. La novela está llena de referencias a lingüistas, famosos de la sociopolítica francesa y hechos reales contemporáneos. Un divertimento cultista que podría resultar snob si no fuera porque Binet tira de humor y se ríe de casi todo.

Binet, en la novela, asesina al semiólogo francés Roland Barthes (que, en realidad, murió en un atropello fortuito frente a la Sorbona, allá por el año 1980) y esto da pie a que un imaginario inspector de derechas, Bayard, investigue la muerte con la ayuda de un profesor universitario de izquierdas, Herzog. El policía, que nada sabe de semiótica, debe pedir ayuda a los que sí saben y, así, la trama incluye a Foucault, a Umberto Eco, a Deleuze o a Sartre. Igualmente, aparecen políticos como Giscard, Fabius o Miterrand o gentes de la farándula francesa de los años ochenta. Personajes a los que Binet trata sin contemplaciones en muchas ocasiones. Siempre con humor, la investigación combina muy hábilmente la realidad con la ficción, los hechos con las suposiciones, y sirve para que el autor discurra sobre el poder y de cómo el lenguaje contribuye al mismo. Ese poder de las palabras que los detectives convienen que es el motivo que ha llevado a matar a Barthes, pues este ha descubierto una séptima función del lenguaje que añadir a las seis preconizadas por Jakobson, una función mágica que permite convertir el decir en hacer.

Una novela inteligente, irónica, satírica, entretenida, divertida, algo surrealista, llena de referencias metaliterarias, también de cotilleos bien conocidos de la Francia actual, quizá algo pedante en ocasiones, que se disfrutará mucho más - sobre todo, diría yo - en la medida que el lector tenga ese bagaje cultural anterior y sea capaz de leer entre líneas. Pero, aun sin él - como cuando Barthes escucha a Foucault sin entender nada- , la propia historia policiaca puede resultar de por sí atractiva.

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