13/7/08

La tormenta

Hay tardes en que algo mágico surge del cielo. Las nubes, cenicientas y tormentosas, llegan del océano y amenazan con dejar lluvia en la ciudad. El aire se llena de ese aroma dulzón a ozono y pequeños torbellinos de viento, que anuncian la galerna, levantan la arena de la playa. El mar, azul verdoso durante todo el día, se vuelve oscuro y miles de montañitas espumosas lo van cubriendo. Es entonces cuando el sol, ya bajo y anaranjado, pugna por adueñarse del ocaso y se adentra entre los nubarrones formando decenas de pequeños arco iris y creando dibujos de luz en la atmósfera. Luego, tras ese juego de titanes, la tormenta vence y el ambiente, súbitamente refrescado, se vuelve íntimo. Es, entonces, cuando las parejas se besan bajo los paraguas.

Una tarde así paseaba contigo por la orilla. Estuvimos sentados en la arena viendo como el mar se arremolinaba poco a poco. Imaginamos formas y dibujos en las olas y en el cielo. Tu largo pelo, acariciado por el viento creciente, envolvía mi cara y formaba una especie de túnel con tu carita en uno de sus extremos y la mía en el otro. Y los arcos iris, entonces, se formaban en tus ojos y en tus labios y en tu piel. Y nada más había, en ese momento, en el Universo. Y la tormenta, que ajena a nuestro amor, descargaba nos empapaba sin que apenas nos diéramos cuenta.

- Vamos a coger una pulmonía – dijiste.
- No, porque te secaré con mis besos – contesté.

Reíste y echamos a correr, las manos enlazadas, por la arena. Y te salpiqué y me salpicaste, jugando con las olas. Y el mundo se detuvo.

2 comentarios :

Anónimo dijo...

es bello pasear por la orilla con alguien a quien amas

Anónimo dijo...

me gustó mucho esta historia. Quedé con ganas de más.

Juan, desde México.