Ya está disponible a través de la editorial Bubok para España y de la editorial Lulu.com para el resto de países, el libro de relatos 20 Relatos de Viaje y una Crónica Desesperada, en donde se incluye mi relato El desfiladero del Taolai, una historia de amistad, de búsqueda de un lugar en el mundo y de rebelión contra el propio destino sobre el escenario de un recóndito paraje en China.
28/9/09
Suben las ventas de libros digitalizados en USA
La Association of American Publishers ha publicado los resultados de ventas de libros en Estados Unidos en Julio de este año. Las ventas se incrementaron en un 2% hasta los 1.540 millones de dólares. El acumulado del año también se ha incrementado en un 1,9%. De este enorme volumen de libros, los audiolibros representaron 11,7 millones de dólares (con casi un decremento del 30% respecto al dato anterior) y los libros electrónicos supusieron 16,2 millones de dólares, cifra que aunque representa un enorme aumento del 174% en lo que va de año, es aún un valor pequeñísimo respecto al total.
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Literatura digital
27/9/09
Literatura digital gallega
Se ha presentado un mash-up literario que combina Google Earth con la literatura gallega. Se trata de un interesante proyecto de Culturagalega (http://www.culturagalega.org/noticia.php?id=15441 ) en donde se pretende mostrar los versos de poetas gallegos engarzados en los lugares donde fueron escritos y donde la inspiración llegó a los autores, es decir el contexto geográfico que los hizo ser. La aplicación muestra buena parte de los poemas que aparecen en la obra De Pondal ao Batallón Literario. 120 anos de poesía na Costa da Morte. Basta descargar el fichero KMZ que aparece en la web antes mencionada para poder realizar este atractivo viaje literario. Recomendado.
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Literatura digital
Poco a poco
Poco a poco voy aprendiéndome tu rostro. Cada detalle, cada tono, el cómo la luz juega en tu piel y esos reflejos verdes que aparecen en tus pupilas y que no deberían estar ahí. Puedo redibujar tus mejillas, la línea de tus labios, tu frente, tus párpados y el cuello que tanto me atrae. Poco a poco conozco tus gestos más íntimos, esos que entregas cuando besas, cuando amas, cuando te vuelves tierna. Ya soy capaz de cerrar mis ojos y verte casi, casi, como si estuvieses junto a mí. ¡Pero aún me queda tanto que aprender de tu carita! Un día leí acerca de los fractales, esas figuras que a medida que vas mirándolas más en detalle, más maravillas chiquitas y escondidas te muestran. Como si miraras por un microscopio para hallar un mundo mágico. Así eres tú. Creo saberme de memoria cada milímetro de tu cara y, de pronto, ahí, en una esquinita de tu mentón, o en el frunce de tus sienes o en el lóbulo de tu oreja, descubro un nuevo enigma que antes no había percibido. Y, entonces, debo dedicar horas a disfrutar de ese nuevo hallazgo, de ese nuevo milagro que acabo de encontrar. Es cuando me quedo alelado mirándote tan de cerca, cuando te digo que eres tan hermosa que me haces temblar de gozo, cuando a ti te entra un cierto rubor y me contestas “soy sólo yo”. Sí, menos mal que eres tú. Doy gracias al cielo de que eres tú. Precisamente tú.
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Relatos breves
Courier
Microsoft parece estar en la fase final de desarrollo de un tablet que puede servir de e-book denominado Courier cuya principal característica es que constará de dos pantallas multitáctiles de 7” que se abren como un libro convencional. Además dispondrá de una cámara de fotos integrada e incluirá programas OCR de reconocimiento de escritura. El nuevo formato de dos pantallas enfrentadas acerca más el e-book a la “sensación” del libro convencional. Hay un vídeo de Gizmodo que muestra las presumibles habilidades del nuevo dispositivo.
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Literatura digital
Motion controller
En la carrera por desarrollar tecnologías más interactivas aplicadas sobre todo a los juegos, Sony ha anunciado que lanzará su mando sensible al movimiento en marzo del próximo año. Si hace poco comentábamos la tecnología NATAL ahora nos llega la Motion Controller, un control presentado en la feria E3 de Los Ángeles. El mando llevará dos emisores luminosos que serán detectados por la cámara de modo que, en base a la posición de los mismos en cada instante, el software determinará el movimiento que se está realizando.
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Literatura digital
24/9/09
Deseos
Aunque hacía ya muchos años que disfrutaba de ellos, los atardeceres púrpura de la selva seguían hechizándole, especialmente desde que sus anhelos se habían sobresaltado. Le gustaban los días de principios de octubre, cuando el calor ya no era sofocante y el río bajaba crecido por las lluvias. Llamaba a María del Rosario para que le sirviera una limonada de menta en el porche y se sentaba mirando hacia el oeste. Se quedaba pensativo, aspirando lentamente de su pipa humeante mientras el sol se escondía por detrás de las volutas grises y el follaje del horizonte.
La mulata le había servido fielmente durante dos décadas. Todos los días como cocinera. Cada dos días, limpiando la granja del polvo y de los insectos que se colaban por las rendijas. Dos veces por semana, como concubina de afectos urgentes. Lo cierto es que nunca le había preguntado nada. Simplemente, entraba en su alcoba y la poseía sin decir palabra. Al cabo, en aquel lejano lugar y rodeados de selva, era lo que se suponía que una mujer debía aceptar si es que no quería volverse a las favelas de la ciudad. No recordaba bien cómo la había contratado. Debió ser cuando llegaron aquellos mineros. Sí, ella debía estar con la caravana. Recordaba que era hermosa, callada, y que tenía una hijita de apenas un año. Nunca le contó qué hacía allá o por qué huía de la civilización pero sí recordaba que le dijo que haría cualquier cosa para permanecer en la propiedad con su niña y lejos del mundo. No firmaron contrato alguno ni discutieron las condiciones. Se acordaron los términos sin que hicieran falta palabras. Ella obtendría comida, techo y protección para ambas. Él, a cambio, tendría una casa ordenada y copularía cuando se le antojara. Al principio, él notaba que le aceptaba con desgana y cierta aversión. Mas con el tiempo- en aquella soledad ella también tendría sus necesidades como todos- los encuentros regulares llegaron a ser incluso agradables. Silenciosos siempre, ciertamente, pero con un poco de ternura flotando en el ambiente. Sonrió para sí. Porque, podía decirse que había sido un buen “marido”. En aquel perdido y remoto paraje, él le había sido fiel porque, simplemente, no había otra mujer en quinientos kilómetros. Al menos, no la había habido hasta ahora. Un nubarrón de inquietud nubló su pensamiento.
Una bandada de horneros cruzó a una altura que se le antojó tan baja que incluso alzó el brazo como si pudiera llegar a tocarlos. Se perdieron entre el grupo de ceibas que ocultaban el recodo del río y él volvió a sumergirse en sus cavilaciones, acompañado por una profunda aspiración de su tabaco. Vio que María del Rosario le miraba, desde la cocina, y eso le inquietó. Todo había cambiado en los últimos meses aunque ni él se lo había mencionado ni ella –siempre reservada, siempre criada- se atrevería jamás a hacerlo. Sorbió de la limonada aún fría y se preguntó cómo sería el contacto de su piel. Ni recordaba otro cuerpo que no fuera el de la mulata aunque, de muy joven, antes de llegar a los meandros, supo cómo tratar a las mujeres. Sintió que las novedades le incomodaban. Señal de que iba para viejo. La vida había sido ordenada hasta que se había fijado, casi por un casual, en ella. Maldita vida que obliga a los hombres a hacer cualquier cosa por el contacto de una caricia. ¿Por qué no le bastaba con María del Rosario?
El añil de la noche comenzaba a pintar el paisaje. Los samanes se habían cerrado por lo que dedujo que llovería dentro de poco. Una de esas noches - había habido ya tantas iguales- en las que su soledad necesitaba refugiarse en los pechos de la mulata mientras el pesado aguacero de la selva golpeaba los mamparos. Olía ya el aroma del pescado que la criada estaba asando en el fuego. Lo estaría especiando con ajo y salvia, que ella picaba en pedacitos muy pequeños con aquel machete más propio de matar caimanes que de cocinar platillos. Siempre le había admirado la destreza en su manejo. Comería con gusto el guiso. Y bebería también unos buenos vasos de aguardiente para olvidarse de todo aquello, al menos durante una noche más.
La vio llegar justo cuando comenzaba a llover. Caminaba deprisa por el sendero rodeado de orquídeas y tal fue el ímpetu de la tormenta que sus ropas se mojaron en un santiamén. Para cuando arribó al porche, sus ropas se transparentaban y él sintió que la sangre le hervía de juventud y que la mente se le ofuscaba de deseo. Percibió las ondas de sus caderas, sus pechos erguidos y la silueta de sus muslos. Por un segundo, se perdió en el color canela de la muchacha, en sus ojos negros y en su pelo arremolinado. Pensó en la ironía de todo ello. Tantos años la había tenido alrededor sin siquiera mirarla para que, de pronto, se hubiese convertido en el centro de todo el universo. En un segundo -porque todo aquello no debió durar más- se la imagino vestida de blanco, con campánulas adornando su cabello, besándola bajo la pérgola cubierta de flores y amándola entre las sábanas de lino que guardaba para una ocasión que jamás había llegado.
La chica le saludó y entró corriendo a la casa. Saludo a su madre con un beso y robó juguetona un trocito de pescado. Él la siguió con sus ojos hasta que, súbitamente, se topó con la imagen de María del Rosario que tensaba su mano sobre el machete y le miraba con la fiereza de un animal salvaje . Apartó la vista de ella y tembló de espanto.
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Relatos breves
23/9/09
LITERATURA (con mayúsculas) digital
En este comentario no voy a abordar la “literatura digitalizada” que, en realidad, puede ser la más extendida hoy en día sino la “literatura digital”.
Se entiende por literatura digitalizada la que conlleva primordialmente un cambio de soporte pero que no aporta nada novedoso respecto a contenidos. Es el caso de la mayor parte de títulos disponibles para lectores digitales. Sí, ahora, las novelas o los poemas pueden leerse en un monitor, pueden descargarse desde Internet o pueden almacenarse en un CDROM, pero la obra, el texto, la literatura sigue siendo la misma. Poco importa, a estos efectos, que Cien años de soledad o Hamlet se lean en pantalla o en papel. Las palabras son las mismas. Cada frase es igual. El monitor es circunstancial. Cada soporte tendrá sus ventajas y sus inconvenientes pero el corazón de lo literario no ha variado. Tan sólo se ha “digitalizado”.
La literatura digital, por el contrario, sería aquella que no puede concebirse (o, al menos, no puede realizarse de una manera razonablemente sencilla ya que en papel se han hecho todo tipo de experiencias a lo largo de la historia) sin el ordenador. En el escalón más sencillo se encontrarían muchos de los textos que aparecen en los blogs por cuanto que, aunque podrían también escribirse en papel, sería bastante complicado poder publicarlos en tiempo real y con la difusión que puede tener una bitácora. En el nivel más sofisticado se encontrarían obras digitales cuyo desarrollo fuera imposible sin un ordenador bien porque los elementos multimedia que las componen son imposibles o muy dificultosos de plasmar en otro soporte o porque su complejidad estructural lo impide como es el caso de aquellos trabajos con muchos enlaces hipertextuales que no podrían ser seguidos ágilmente sin una computadora.
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Se entiende por literatura digitalizada la que conlleva primordialmente un cambio de soporte pero que no aporta nada novedoso respecto a contenidos. Es el caso de la mayor parte de títulos disponibles para lectores digitales. Sí, ahora, las novelas o los poemas pueden leerse en un monitor, pueden descargarse desde Internet o pueden almacenarse en un CDROM, pero la obra, el texto, la literatura sigue siendo la misma. Poco importa, a estos efectos, que Cien años de soledad o Hamlet se lean en pantalla o en papel. Las palabras son las mismas. Cada frase es igual. El monitor es circunstancial. Cada soporte tendrá sus ventajas y sus inconvenientes pero el corazón de lo literario no ha variado. Tan sólo se ha “digitalizado”.
La literatura digital, por el contrario, sería aquella que no puede concebirse (o, al menos, no puede realizarse de una manera razonablemente sencilla ya que en papel se han hecho todo tipo de experiencias a lo largo de la historia) sin el ordenador. En el escalón más sencillo se encontrarían muchos de los textos que aparecen en los blogs por cuanto que, aunque podrían también escribirse en papel, sería bastante complicado poder publicarlos en tiempo real y con la difusión que puede tener una bitácora. En el nivel más sofisticado se encontrarían obras digitales cuyo desarrollo fuera imposible sin un ordenador bien porque los elementos multimedia que las componen son imposibles o muy dificultosos de plasmar en otro soporte o porque su complejidad estructural lo impide como es el caso de aquellos trabajos con muchos enlaces hipertextuales que no podrían ser seguidos ágilmente sin una computadora.
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Literatura digital
Cervantes virtual
Se ha inaugurado el portal de Literatura digital hispánica de la Biblioteca Virtual Cervantes. El portal, dirigido por Juan José Díez tiene una gran calidad y dispone de un catálogo de obras y autores, así como de un blog propio (http://webliter.blogspot.com/ ) y una biblioteca de interesantes artículos. Para mí es un privilegio el que alguna obra mía se haya incluido en este portal.
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Literatura digital
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Publicaciones y galardones
20/9/09
Impresión a medida
La publicación de libros a medida es sin duda un elemento a considerar como muy importante de cara al futuro. Hasta ahora, el modelo tradicional es imprimir tiradas de libros de varios miles de ejemplares (o decenas de miles) lo que da lugar a que, si la obra no triunfa, existan numerosas devoluciones y un bajo rendimiento económico. Este modelo, influenciado también sin duda por la tecnología de impresión habitual que baja los costes a medida que crecen los ejemplares, puede tener sus días contados. Máquinas como Expresso Book Machine (http://www.youtube.com/watch?v=ZDe_Jy4HnMY ) permiten imprimir un único libro con alta calidad- similar a la de la imprenta convencional- , incluida su portada y su encuadernación, en menos de cinco minutos de modo que podrían imprimirse los ejemplares que realmente se compraran. Y a un coste muy competitivo.
El concepto de libro digital, así, pasa del debate- muchas veces inútil- de si el papel es mejor o peor que la pantalla al de la capacidad para poder imprimir digitalmente sólo aquel libro deseado, en el momento oportuno y en la cantidad requerida (que puede ser un único ejemplar). Un auténtico Just-in-time editorial. La digitalidad del libro residiría, entonces, no en el soporte (ya que la impresión seguiría siendo en papel) sino en su almacenamiento (memorias de computadora) y en su tratamiento informatizado para alimentar las máquinas de impresión de baja serie.
Además, este tipo de dispositivos abriría la puerta a los autores desconocidos que podrían costearse sus propias ediciones. Basta tener el texto y los demás elementos necesarios (el diseño de la portada en formato TIFF por ejemplo) en un pendrive USB para poder pasarlo al instante a la máquina de impresión y conseguir en pocas horas la tirada justa para promocionar la propia obra o, en el peor de los casos, regalar el libro a amigos y conocidos. Y, todo ello, con un coste muy modesto.
El concepto de libro digital, así, pasa del debate- muchas veces inútil- de si el papel es mejor o peor que la pantalla al de la capacidad para poder imprimir digitalmente sólo aquel libro deseado, en el momento oportuno y en la cantidad requerida (que puede ser un único ejemplar). Un auténtico Just-in-time editorial. La digitalidad del libro residiría, entonces, no en el soporte (ya que la impresión seguiría siendo en papel) sino en su almacenamiento (memorias de computadora) y en su tratamiento informatizado para alimentar las máquinas de impresión de baja serie.
Además, este tipo de dispositivos abriría la puerta a los autores desconocidos que podrían costearse sus propias ediciones. Basta tener el texto y los demás elementos necesarios (el diseño de la portada en formato TIFF por ejemplo) en un pendrive USB para poder pasarlo al instante a la máquina de impresión y conseguir en pocas horas la tirada justa para promocionar la propia obra o, en el peor de los casos, regalar el libro a amigos y conocidos. Y, todo ello, con un coste muy modesto.
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Literatura digital
El caso del hombre película
No se trata de una enfermedad muy conocida pero, con tiempo y paciencia, puede rebuscarse por entre enciclopedias perdidas u oscuras webs de la Red acerca del síndrome de Maurus Hiker, un australiano que fue el primero en describirlo. Yo conocí a una persona que sufría el mal aunque, para ser sinceros, nunca estuve muy seguro de que se tratara de una dolencia perniciosa. Más bien, conociendo al tipo, uno diría que era una especie de premio gordo que sólo tocaba a unos pocos afortunados.
El individuo en cuestión se llamaba John y, aunque su nombre parece indicar un nacimiento lejano, era gallego. En realidad, nadie sabía cómo se llamaba pero le apodábamos John – Ford para más señas- debido precisamente a su enfermedad. El caso es que el tipo tenía un cerebro que funcionaba como una película de cine. Lo que veía, lo que escuchaba, los acontecimientos que experimentaba, se grababan en su mente como si de un montaje cinematográfico se tratara. Mientras que el resto de los mortales acumulamos un sinfín de eventos que ligamos más mal que bien, John los memorizaba en una estricta y estudiada secuencia de planos visuales y sonoros como si fuesen películas. Contaba que los recuerdos de la niñez se le aparecían en blanco y negro, algunos de ellos incluso sin ninguna evocación sonora, mientras que los más recientes le asaltaban a pleno color y con diálogos perfectamente definidos.
Nos echamos novia más o menos al mismo tiempo. Cuando la mía me dejó, tras varias peleas y reencuentros, me quedaron recuerdos que los años fueron borrando y adulterando. Ahora mismo no sé ni por qué nos enfadábamos ni cómo eran sus besos o su perfume. A John, su novia lo dejó un mes después pero recordó toda su vida los acontecimientos exactamente de la misma manera. Podía contar con todo lujo de detalles la cara de él, la expresión de ella, lo que se dijeron, el humo del tren que volaba en la estación y que, año tras año, lo recordaba siempre igual. Era capaz de repetir con precisión milimétrica el movimiento de sus labios para besarla o la onda que su cabello pintaba cuando soplaba el viento.
Si le pedías que contara su primer día de trabajo repetía la historia sin cambiar ni un detalle jamás, de un modo que parecía más un guión que la narración de una vida. Plano corto, yo entro por la puerta. Hay un paragüero a la derecha. Tres paraguas dentro. Plano corto, la señora Carlota – vestido azul, talla cincuenta, lleva una diadema en el pelo- sonríe y me saluda. Hola, dice. Hola, digo. Mi recuerdo se abre en zoom panorámico para mostrar la oficina. Hay seis mesas. De madera. Al fondo, una puerta con un letrero que pone director. Travelling que me sigue. Llamo a la puerta. Plano corto. La cara del director me sonríe.
Ni que decir tiene que, durante los primeros años, nos reíamos muchísimo del pobre John. Más con el tiempo fuimos cogiéndole aprecio. Además, el hombre recordaba cada broma y cada escarnio de la misma forma. Primer plano, tú te ríes de mí. Primer plano de mis ojos. Tristeza. La cámara te sigue. Estás avergonzado. Cielo azul.
Era tan vívido el recuerdo que nos transmitía que finalmente llegamos a sentir que éramos unos imbéciles. Cuando uno razona con normalidad va adecuando la imagen que de sí mismo tiene a su propia experiencia y edulcora su pasado para hacerlo llevadero. Eso no era posible con John. Nos contaba una y otra vez lo que éramos, tal como éramos. Y, del mismo modo que uno se ve vestido con unos pantalones trasnochados y ridículos cuando se ve en una foto antigua, o como cuando uno no comprende cómo demonios pudo llevar aquel bigotillo tan horrible en el pasado al verse en el vídeo de la boda, sentíamos vergüenza propia cuando hablábamos con John. Al final, se convirtió en un amigo entrañable que era depositario de las memorias que a nosotros nos iban faltando. Nunca tuvo un fallo de script ni pudimos encontrar gazapos en sus recuerdos a pesar de que lo intentábamos.
El individuo en cuestión se llamaba John y, aunque su nombre parece indicar un nacimiento lejano, era gallego. En realidad, nadie sabía cómo se llamaba pero le apodábamos John – Ford para más señas- debido precisamente a su enfermedad. El caso es que el tipo tenía un cerebro que funcionaba como una película de cine. Lo que veía, lo que escuchaba, los acontecimientos que experimentaba, se grababan en su mente como si de un montaje cinematográfico se tratara. Mientras que el resto de los mortales acumulamos un sinfín de eventos que ligamos más mal que bien, John los memorizaba en una estricta y estudiada secuencia de planos visuales y sonoros como si fuesen películas. Contaba que los recuerdos de la niñez se le aparecían en blanco y negro, algunos de ellos incluso sin ninguna evocación sonora, mientras que los más recientes le asaltaban a pleno color y con diálogos perfectamente definidos.
Nos echamos novia más o menos al mismo tiempo. Cuando la mía me dejó, tras varias peleas y reencuentros, me quedaron recuerdos que los años fueron borrando y adulterando. Ahora mismo no sé ni por qué nos enfadábamos ni cómo eran sus besos o su perfume. A John, su novia lo dejó un mes después pero recordó toda su vida los acontecimientos exactamente de la misma manera. Podía contar con todo lujo de detalles la cara de él, la expresión de ella, lo que se dijeron, el humo del tren que volaba en la estación y que, año tras año, lo recordaba siempre igual. Era capaz de repetir con precisión milimétrica el movimiento de sus labios para besarla o la onda que su cabello pintaba cuando soplaba el viento.
Si le pedías que contara su primer día de trabajo repetía la historia sin cambiar ni un detalle jamás, de un modo que parecía más un guión que la narración de una vida. Plano corto, yo entro por la puerta. Hay un paragüero a la derecha. Tres paraguas dentro. Plano corto, la señora Carlota – vestido azul, talla cincuenta, lleva una diadema en el pelo- sonríe y me saluda. Hola, dice. Hola, digo. Mi recuerdo se abre en zoom panorámico para mostrar la oficina. Hay seis mesas. De madera. Al fondo, una puerta con un letrero que pone director. Travelling que me sigue. Llamo a la puerta. Plano corto. La cara del director me sonríe.
Ni que decir tiene que, durante los primeros años, nos reíamos muchísimo del pobre John. Más con el tiempo fuimos cogiéndole aprecio. Además, el hombre recordaba cada broma y cada escarnio de la misma forma. Primer plano, tú te ríes de mí. Primer plano de mis ojos. Tristeza. La cámara te sigue. Estás avergonzado. Cielo azul.
Era tan vívido el recuerdo que nos transmitía que finalmente llegamos a sentir que éramos unos imbéciles. Cuando uno razona con normalidad va adecuando la imagen que de sí mismo tiene a su propia experiencia y edulcora su pasado para hacerlo llevadero. Eso no era posible con John. Nos contaba una y otra vez lo que éramos, tal como éramos. Y, del mismo modo que uno se ve vestido con unos pantalones trasnochados y ridículos cuando se ve en una foto antigua, o como cuando uno no comprende cómo demonios pudo llevar aquel bigotillo tan horrible en el pasado al verse en el vídeo de la boda, sentíamos vergüenza propia cuando hablábamos con John. Al final, se convirtió en un amigo entrañable que era depositario de las memorias que a nosotros nos iban faltando. Nunca tuvo un fallo de script ni pudimos encontrar gazapos en sus recuerdos a pesar de que lo intentábamos.
Fue un hombre feliz porque sus recuerdos eran completos y estructurados, coherentes, conservados, porque recordaba su felicidad plenamente.
Hace dos años ocurrió el accidente. Un jovenzuelo alocado, lleno de alcohol, se lo llevó por delante en un paso de cebra no respetado. Llegué al hospital poco antes de que muriera. Me acerqué a su boca para escuchar sus últimas palabras. Se quedaron grabadas en mi memoria. Noche americana. Plano sobre las ruedas veloces de un automóvil. Se oye un chirrido. Primer plano. Mi rostro expresando temor y asombro. Fundido a negro. The End.
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Relatos breves
E-paper World
Del 30 de septiembre al 1 de octubre se celebrará en Montreal, Canadá, la E-paper World, una feria sobre el libro electrónico organizada por la Universidad de Quebec. Los expertos analizarán el futuro del libro en su transición desde el papel a la digitalidad. Tendrá ligar en el salón Marie-Gerin-Lajoie y el Pabellón Judith-Jasmin. La feria tendrá stands, paneles expositores y conferencias técnicas. Se entregarán premios al mejor lector digital, al mejor software y la empresa que ofrezca una mejor solución digital para los editores. Para más información puede acudirse aquí.
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Literatura digital
Tecnología NATAL
La tecnología NATAL que está desarrollando Microsoft para reconocer los movimientos del jugador sin ningún tipo de mando físico puede ser también un instrumento interesante para el futuro desarrollo de literatura digital interactiva al estilo de las que se vislumbraban aquí. NATAL- cuando funcione porque de momento tiene una buena dosis de publicidad- se está pensando para su consola, Xbox360 y permitirá jugar y controlar los equipos sin ningún tipo de controlador o mando. Para conseguirlo, se añaden dos cámaras que mediante reconocimiento de imágenes detectarán los movimientos de todo el cuerpo de varias personas simultáneamente, además del reconocimiento facial y vocal. Un primer prototipo es MILO, una historia que interactúa con un chico virtual que “entiende” nuestra voz y nuestras expresiones (http://www.youtube.com/watch?v=KWZjb46uzbk ). Sin duda, son unos primeros pasos en los que hay mucho de marketing pero parece evidente que la tecnología a largo plazo irá por ese camino. Podemos ya imaginar, aunque aún estén lejos, novelas digitales que no leamos sino que “vivamos” desde dentro.
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Literatura digital
I Feria del libro digital
Ya se han concretado las fechas de la I feria del libro digital (http://biblumliteraria.blogspot.com/2009/07/i-feria-del-libro-digital.html) . Tendrá lugar en Madrid los días 17, 18 y 19 de noviembre en el contexto del III foro Internacional de Contenidos Digitales (FICOD '09). La feria se desarrollará en tres campos principales: el análisis sobre las posibilidades del libro y de la prensa digital; el mostrar su aplicación exitosa en diversos talleres explicados por expertos y la exposición de productos y proyectos en los stands de los expositores.
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Literatura digital
Hologramas 3D
Más pasos hacia la holosala (http://biblumliteraria.blogspot.com/2008/11/un-paso-hacia-la-holosala-literaria.html ) . Científicos japoneses han logrado crear hologramas tridimensionales que pueden “tocarse”. Con la tecnología hasta ahora existente, un holograma era únicamente una creación óptica sin consistencia material. Si alguien intentaba asir el holograma simplemente encontraba aire.
En la Universidad de Tokio, han desarrollado un hardware que rastrea la mano del usuario y, en función de su posición generan cierta presión mediante el uso de ondas ultrasónicas de modo que la persona “siente” como si estuviera palpando el objeto. Los prototipos sólo funcionan, aún, en objetos simples pero continúa la investigación.
En la Universidad de Tokio, han desarrollado un hardware que rastrea la mano del usuario y, en función de su posición generan cierta presión mediante el uso de ondas ultrasónicas de modo que la persona “siente” como si estuviera palpando el objeto. Los prototipos sólo funcionan, aún, en objetos simples pero continúa la investigación.
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Literatura digital
¿Para cuándo lectores digitales A4?
A pesar de las campañas publicitarias que nos inundan sobre las bondades de los lectores digitales, lo cierto es que todos ellos tiene pantallas bastante pequeñas, sólo permiten visualizar escalas de grises y el refresco de página es relativamente lento. Aún no han aparecido lectores con pantallas de tamaño A4 y en color. La tecnología que los haría posible está, sin embargo, disponible. Así, por ejemplo, LG presentó hace ya un año un soporte flexible (permite algo de curvatura, aunque aún muy lejos de lo que permite el papel) de tamaño A4 basado en transistores TFT implementados sobre soporte de film en vez del tradicional cristal. Puede producir 4.096 colores que no es para tocar trompetas pero que apunta en la buena dirección.
(fotografía tomada de la publicidad de LG.Philips)
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Literatura digital
18/9/09
Conclusiones de Interliteral 2009
Se ha cerrado con notable éxito la segunda edición del encuentro Interliteral que ha venido celebrándose en Jaén. Me permito copiar las conclusiones que aparecen, entre otra mucha más información, en www.interliteral.com
Conclusiones II Encuentro de literatura digital. Interliteral'09
Conclusiones II Encuentro de literatura digital. Interliteral'09
-La literatura digital es hoy una realidad creativa con entidad propia que reconfigura a los actores implicados en las tareas de creación, difusión y recepción.
- La literatura digital facilita la cooperación multidisciplinar y los creadores se ven obligados a adquirir nuevas competencias.
- Lo colectivo se enriquece con la suma de las distintas identidades y a su vez la individualidad coexiste, se potencia y retroalimenta en ese mismo colectivo.
- Los blogs son el primer sistema de información público que convive ya con otras modalidades de creación literaria que se diversifican en poesía digital, cibertextos y el tecnodrama, entre otros.
- Se requieren medidas objetivas para orientar el futuro desarrollo de este campo. Las medidas de tiempo y especio quedan difuminadas en la literatura electrónica.
- El gran reto de la literatura digital no es analizar el camino recorrido sino el que queda por recorrer contribuyendo de forma activa a la universalización de este concepto.
- La tecnología no deber representar una barrera para el emisor y receptor de la literatura digital. La tecnología siempre ha estado presente a lo largo de la historia de la humanidad.
- Las redes sociales son nuevos actores en la difusión y promoción de la creación literaria con una capacidad viral tecnológicamente desconocida hasta ahora.
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Literatura digital
Lluvia de verano
Los días como el de hoy le sorprenden a uno con las defensas bajas. Es aún verano y, sin embargo, la tarde es de invierno, con esa luz triste que tremola entre las ramas de los árboles y esas ganas de tomar sopa caliente que tienen los atardeceres de noviembre. Llueven gotas grandes, pesadas y grises y uno, vestido aún con camisa de manga corta, se siente desvalido ante el súbito frío que baja del norte. Hay charcos en los que juguetean niños y se escucha ese rumor húmedo de los automóviles sobre el asfalto mojado. Los transeúntes se apresuran y un bosque de paraguas oculta la calle.
Los días como el de hoy le cogen a uno desprevenido y los recuerdos tiernos aprovechan para corretear por la memoria. Y, qué curioso, tu carita se me aparece una y otra vez con esos reflejos verdes que no pueden existir en tus ojos avellana y que, sin embargo, chispean como las gotas que me mojan ahora mismo. Corretea la lluvia por el cristal dibujando ondas y arabescos. Truenan las nubes a lo lejos. Miro a uno y otro lado por si, casi por milagro, apareces. Apetece un chocolate con churros que degustar juntos mientras charlamos. Las tardes como las de hoy están hechas para hacer el amor y mirarse largamente bajo una manta cálida. Te echo de menos.
Los días como el de hoy le cogen a uno desprevenido y los recuerdos tiernos aprovechan para corretear por la memoria. Y, qué curioso, tu carita se me aparece una y otra vez con esos reflejos verdes que no pueden existir en tus ojos avellana y que, sin embargo, chispean como las gotas que me mojan ahora mismo. Corretea la lluvia por el cristal dibujando ondas y arabescos. Truenan las nubes a lo lejos. Miro a uno y otro lado por si, casi por milagro, apareces. Apetece un chocolate con churros que degustar juntos mientras charlamos. Las tardes como las de hoy están hechas para hacer el amor y mirarse largamente bajo una manta cálida. Te echo de menos.
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Relatos breves
17/9/09
Interliteral 2009
Bajo la batuta de Fernando Ortega y el equipo de Ittakus se celebra hoy y mañana, en Jaén, el II encuentro Interliteral que debatirá sobre literatura digital y el impacto de los nuevos medios. Pueden seguirse las sesiones en vivo en www.interliteral.com. Las ponencias serán impartidas por catedráticos, expertos y creadores digitales.
Entre los ponentes cabe citar a Rafael Alcoholado, Doménico Chiappe, Luis Collado, Laura Borrás, Juan Gutierrez o Jaime Alejandro Rodríguez entre otros.
Él trabajo impagable y persistente de Fernando Ortega para promocionar la digitalidad en el libro y la literatura está resultando especialmente notable a lo largo de los años e iniciativas como estas son de agradecer.
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Literatura digital
16/9/09
El Ministerio de Cultura analiza el libro electrónico
El Ministerio de Cultura analiza el libro electrónico. La primera reunión del grupo de trabajo tuvo lugar ayer y a la misma asistieron representantes de varios Ministerios (Industria, Cultura y Educación), del sector editorial, del bibliotecarios y varios expertos en los medios digitales. El director general del Libro, Rogelio Blanco presidió la reunión. El objeto de estas sesiones de trabajo es elaborar un informe sobre el estado actual del libro electrónico en España y definir las políticas para su desarrollo más adecuadas de cara al futuro. El informe también analizará otras cuestiones como los proyectos de la industria editorial sobre el libro digital, su uso en el campo de la enseñanza y en la investigación universitaria, así como su impacto previsible en los canales de distribución.
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Literatura digital
14/9/09
Noche de relatos
La tarde estaba negruzca y la sombra de la noche que llegaba desde el este se mezclaba con la de los nubarrones oscuros cargados de lluvia y galerna.
- Igual que el día de autos – dijo Imanol, mientras miraba al cielo y se santiguaba como para espantar a espíritus que solo él presentía.
Yo algo había oído de todo aquello pero, la verdad, me consideraba un bicho raro en el pueblo porque no participaba de los cotilleos que se esparcían por la taberna y por el puerto. Y así hubiera seguido si la lluvia no nos hubiese sorprendido en aquel mismo instante, al otro lado del malecón. Hubimos de refugiarnos en la cueva natural que la falda de la montaña formada sobre el muro, tal era la fuerza con que diluviaba. No podíamos regresar hasta la taberna sin calarnos hasta los huesos, de modo que decidimos esperar acurrucados bajo la bóveda de piedra a que amainara. Más para pasar el rato que por interés le pregunté qué había ocurrido en aquel barco.
- El Virgen de Igueldo- murmuró – así se llamaba el pesquero. No volvió por este puerto nunca más después de aquello.
- He oído decir que ocurrió un accidente durante la travesía – continué sin mucho entusiasmo.
- ¿Accidente? – me miró con los ojos del que mira a un ingenuo redomado- de eso nada, amigo mío. Fue un asesinato en toda regla.
Debí poner cara de susto porque mi interlocutor me dio una palmada en el hombro para tranquilizar mi inquietud. Y, lo cierto es que aquella revelación me había afectado. No es normal oír hablar de crímenes en pueblitos pesqueros de unos pocos cientos de habitantes. Y mucho menos, cuando ese lugar es el que uno ha elegido para retirarse del mundo y buscar el sosiego que le permita escribir el libro de relatos que un editor vociferante está exigiendo cada sábado porque las galeradas de la imprenta esperan impacientes.
Le pedí que me contara lo que supiese. Por una vez, traicionaba mi tradicional desinterés por las vidas ajenas. Si iba a residir en aquella localidad por tres o cuatro meses, debía convencerme de que no corría peligro. Porque venía de leer las novelas de Camila Lackberg y los horrendos asesinos que pululan por la pequeña villa sueca de Fjällbacka. Y, he de reconocerlo, soy más bien de natural cobarde.
- Juanjo y Carmele se habían casado de jóvenes, demasiado inmaduros tal vez- prosiguió- y no tuvieron hijos. Usted ya lo sabe, supongo. Una pareja sin descendencia se consume a sí misma. Todo queda demasiado concentrado, como en una olla de vapor que, si no se regula adecuadamente, acaba por explotar.
Como viera que me estaba perdiendo con sus metáforas culinarias, fue derecho al grano. Había ya oscurecido del todo pero el reflejo de la lluvia contra la luz amarillenta de las farolas ofrecía suficiente claridad para ver su expresión de recogimiento, como si estuviese contando un secreto que nadie conociera.
- Parecían una pareja normal, enamorados unas veces, aburridos las más de ellas. Vamos, como todas las de aquí. No hay muchas diversiones por estos lares y la rutina acaba amuermándonos a todos. En el cuerpo y en el alma. Eso debió ocurrirles a ellos también. El caso es que ella perdió el interés por el muchacho, usted ya me entiende – me guiñó un ojo con cierta expresión guasona y creí entender que las cosas de la cama no les iban bien.
Un par de rayos cortaron la cortina de lluvia hacia el norte, cayendo casi verticales desde la masa informe y negra del cielo hacia el mar que, al iluminarse, dejó ver encrespadas olas. Imanol volvió a decir
- Así, así estaba el mar aquel día.
Saqué el paquete de cigarrillos y le ofrecí uno. Nos costó encenderlos porque el viento nos apagaba la cerilla pero, al final, dimos un par de caladas y el pitillo nos calentó los dedos.
- Un día llegó un tipo forastero. Italiano, dijeron que era y en verdad que lo parecía por su acento. Comprenderá que le digo esto de oídas porque, no lo dude, mis afectos siempre se han inclinado hacia las mujeres. Pero ellas afirmaban que el hombre era de muy buen ver y, pronto, fue el objetivo de todas las miradas y de todos los suspiros. Era buen marinero. Le contrató el patrón del Virgen de Igueldo y faenó bien y sin reparar en esfuerzos. Juanjo también estaba enrolado en el mismo barco y ambos se hicieron amigos. Tanto que le invitó a cenar un par de veces a su casa. En esas veladas se conocieron Carmele y el italiano.
Las farolas se apagaron. No era inusual. Con cada tormenta la frágil instalación eléctrica de la zona se venía abajo y las viviendas y las calles quedaban a oscuras hasta que amainaba y algún técnico de la capital se animaba a ponerse un chubasquero, coger el todo terreno e ir hasta la subestación. Ahora, sólo se escuchaba la voz de Imanol y sólo se veían los dos extremos ardientes de los cigarrillos.
- Nunca ha estado claro qué pasó o cuándo pasó pero parece que la mujer y el extranjero acabaron entendiéndose más de lo debido. Esto no puedo afirmarlo con total seguridad pero parece que habían planeado marchar a Padua en cuanto finalizara la temporada. Un amigo me dijo que ya habían comprado los billetes de un paquebote que salía en Noviembre con destino a Génova. Sea lo que fuese, aquella noche Juanjo debió enterarse. Ella siempre dijo que le había gritado antes de salir que los mataría a los dos, que no se iban a reír de él y que primero acabaría con él para que ella sufriera su ausencia.
- Bueno, pero eso es un simple ataque de celos- argüí mientras me frotaba las manos para entrar en calor.
Ya dejaba de llover y nos animamos a dirigirnos, a buen paso, hacia la taberna. Estaba iluminada y al acercarnos oímos el soniquete de la televisión que siempre estaba funcionando aunque sólo fuera para mostrar anuncios. Entramos y saludamos al par de parroquianos que se resistían a marchar a sus casas. Pedimos dos vinos y nos sentamos en la mesa del rincón, ocultos a los oídos curiosos de los demás. Yo, de frente a la barra y a la puerta. Mi amigo, de espaldas a todos y ajeno a lo que sucedía detrás de sí.
- Aquella noche era como esta. Amenazaba tormenta y la mayoría de pesqueros no salieron a faenar. El Virgen de Igueldo sí que lo hizo y, junto a otros tres muchachos, marcharon en él, Juanjo y el italiano. La mujer debió presentir algo porque salió, a pesar de la llovizna, a despedirles sin quedar claro si agitaba su mano por su marido o por el otro. Volvieron todos menos el extranjero. Dijeron que se había caído por la borda.
- Un accidente, pues – remarqué.
En ese instante, la lluvia volvió a arreciar. Algunas veces la tormenta duraba toda la noche hasta que el sol del amanecer caldeaba el mar y volvía la tranquilidad a la atmósfera. Una vaharada de aire frío entró de pronto en el bar. La puerta se abrió y entró un hombre delgado, con cara triste, gorra calada y barba de varios días. Miró a todos con recelo y no saludó. Imanol no se percató de su llegada y continuó charlando.
- De accidente, nada. Él lo mató. Nadie se atrevió a decirlo porque les amenazó con matarlos también. Y, al cabo, prefirieron ponerse del lado del paisano cornudo que del don Juan traicionero. Tenemos espíritu de equipo en este pueblo, ¿sabe usted? Pero no dude que él lo mató. Todos lo saben. Ella le dejó hace un año. Se marchó lejos…
Imanol se dio cuenta de que algo sucedía. Apenas volteó la cabeza, pero por el rabillo del ojo entrevió al recién llegado. Quedó lívido y, por la expresión de su rostro, comprendí que el individuo que acababa de entrar era precisamente el marino Juanjo, el presunto asesino. El hombre debió también darse cuenta de que hablaba de él porque le lanzó una mirada dura y llena de odio que me hizo entrever que realmente el tipo podía matar. Y si podía hacerlo por un comentario idiota, qué no sería capaz de hacer si le quitaban a la mujer.
Cambiamos de conversación pero era evidente que Imanol estaba ya fuera de sí y muy a disgusto en presencia del otro. Le dije que parecía cansado y él aprovechó la indirecta para decir que estaba muerto de sueño y que se marcharía a la cama. Le dejé ir estrechándole la mano y salió apresuradamente, sin mirar en ningún momento a Juanjo que había pedido algo de beber sentado junto a la barra. Seguía lloviendo, ora con fuerza, ora como suave sirimiri. No me apetecía salir a mojarme pues la casa que había alquilado caía a cosa de unos quinientos metros del casco urbano. Pensé en pedir prestado un paraguas al tabernero pero finalmente decidí aguantar un rato más en la taberna, pedir otro vaso de vino y dejarme llevar por las tonterías que emitían en la televisión. Era un concurso o algo así, no lo recuerdo bien. Pero me quedé mirando la pantalla por unos minutos y acabé por olvidarme del resto del local.
Entonces, tan por sorpresa que me sobresalté, me cogieron del brazo y alguien dijo.
- ¿Puedo beber con usted?
Al mirar al que me hablaba, vi que se trataba de Juanjo. Me miraba serio pero su mirada no me infundió temor. Más bien, compasión. Asentí con un gesto porque mi garganta se negó a emitir ningún sonido.
- ¿Le hablaba de mí, verdad? – preguntó unos segundos después.
- Bueno, no sé….- Balbuceé sin saber a ciencia cierta si era mejor callar o hablar, mentir o decir la verdad.
- No se preocupe. Ya sé lo que dicen de mí. Le habrán contado que soy el asesino de un hombre.
Permanecí callado. ¿Qué podía decir? Y, además, estaba temblando de miedo aunque mi apariencia exterior fuese serena y me esforzara por darme ánimos a mí mismo, asegurándome que el tipo no me iba a descerrajar un tiro delante de testigos.
¿Sabe? Yo no lo maté pero soy el asesino – afirmó con voz clara.
Quedé confuso. No estaba seguro de haber entendido completamente la frase de Juanjo. No parecía un loco y lo que decía debía tener alguna lógica. Mi cerebro reaccionó por fin. Mi olfato de escritor detectó que allí había una historia fatídica, un enigma que narrar y, poco a poco, el interés venció al temor. Le pregunté si quería otra copa y accedió. Pedí al tabernero que nos sirviera dos. No tuve que preguntarle. Él mismo continuó hablando como si llevara tiempo deseando hacerlo sin poder hacerlo delante de aquellos a los que conocía de siempre, como si hubiese estado esperando unos oídos nuevos, forasteros, que no le juzgaran antes de empezar. Es decir, los míos.
- Era una noche de tormenta, como esta. Apenas nos alejamos un par de millas, la mar se encrespó – hizo ondular sus manos, imitando las grandes olas que aún se agitaban en sus recuerdos- y comprendimos que la pesca sería del todo imposible. Aquella misma tarde me había enterado que mi esposa se acostaba a mis espaldas con el italiano. La golpeé, sí, lo hice. Una bofetada. Grité. Estaba fuera de mí y juré que vengaría la traición. Si en aquel instante hubiera tenido el cuello del otro tipo lo hubiera estrangulado. No lo niego.
Mi temor aumentó. Aquel hombre manifestaba sin pudor alguno que había deseado matar a otro y no mostraba remordimiento alguno por ello. Recordé que, sin embargo, él había dicho al empezar que no lo mató y eso me hizo sospechar que la historia no era tan sencilla.
- Pero no, no lo hice. Pensé que sería mejor matarlo a bordo. Usted ya me entiende. En el mar, en la noche, puede ocurrir cualquier cosa. Además, la tormenta era la ocasión perfecta. Con cada ola, la proa se elevaba y se elevaba para, de pronto, caer de golpe sobre el mar que desaparecía bajo la quilla. El buque rolaba sin tino y el mar barría la cubierta. Dios, o seguramente el diablo, quiso ponerse de mi lado y una de las olas impactó en el italiano arrastrándole y lanzándole por la borda. Cayó no lejos de mí y yo vi cómo levantaba sus brazos, cómo intentaba nadar y cómo me miraba con ojos suplicantes. Podía haberlo salvado, podía. Tenía dos salvavidas muy cerca de mí y estaba bien asegurado por mi arnés. A pesar del oleaje podía haberle salvado. Pero no quise. No quise. Dejé que se fuese alejando, que se fuera hundiendo mientras una sonrisa de venganza se dibujaba en mi cara y pensaba con satisfacción en lo que ella sufriría al enterarse por la mañana. No lo maté, no. Pero sí lo maté. A conciencia.
Quedé sin habla. No pude acabar mi vaso y él comprendió que ya me había dicho suficiente. Apuró su vino y se levantó de un brinco.
- Ahora ya tiene sobre lo que escribir- me dijo antes de salir apresuradamente.
Fuera, continuaba lloviendo y mi casa estaba lejos. Le pedí unas cuartillas al tabernero y comencé a redactar un relato de muerte y desamor.
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Relatos breves
13/9/09
El jardín de los relatos inacabados
El jardín de los relatos inacabados de Félix Remírez es una obra digital en la que el lector debe explorar un escenario que simula un jardín para descubrir varias decenas de inicios de relatos que, eventualmente, pueden darle ideas para continuar con una narración más extensa. Como si de semillas creativas se tratara. Son comienzos literarios de varios tipos. Los textos no son evidentes de descubrir y obligan al lector a recorrer las imágenes del jardín.
Además, estas tienen animación propia de modo que se lee contra el tiempo ya que, de hacerlo muy lentamente, el paseo automático nos conduce a otro lugar del jardín y ya no podrán hallarse ciertas historias. Ha sido programado en Flash e incluye elementos multimedia. Aunque el interface está cuidado y posee su función, el énfasis sigue recayendo en el texto.
Además, estas tienen animación propia de modo que se lee contra el tiempo ya que, de hacerlo muy lentamente, el paseo automático nos conduce a otro lugar del jardín y ya no podrán hallarse ciertas historias. Ha sido programado en Flash e incluye elementos multimedia. Aunque el interface está cuidado y posee su función, el énfasis sigue recayendo en el texto.
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Literatura digital
Periodismo
Alejandro estaba orgulloso de su título de periodista. Vale, cierto que había necesitado ocho años para acabar la carrera pero tampoco se trataba de estar encerrado todo el puñetero día empollándose los librotes de apuntes interminables. Y para ser periodista deportivo tampoco es que necesitara un máster por Stanford. Bueno, eso es lo que él pensaba hasta que empezó a tener problemas con su jefe. Tantos que, un día, este le llamó a sus despacho para – lamentándolo mucho, le dijo, aunque era evidente que no le pesaba nada de nada- tener que despedirlo hasta que espabilara un poco y se lustrara el trasero – así se lo indicó- en suplencias de alguna otra redacción. Él quedó desconcertado. Había siempre intentado escribir unas crónicas deportivas ajustadas y correctas. Había dedicado muchas horas a pulir el estilo y el lenguaje, a ser riguroso con las informaciones. Sin embargo, el tipo aquel le estaba diciendo que era un imberbe sin idea. Así que, ya estaba todo perdido y daba igual, se animó a preguntar el porqué, a pedirle explicaciones.
El jefe le miró con aire resignado. Al parecer, no era la primera vez que un chaval creía saber el oficio cuando no sabía hacer ni una “o” con un canuto. Ejemplos, eso es lo que le daría.
- Mira, hijo, no te ofendas- se sentó a su lado, poniéndose las gafas-, tú no estás aún maduro. Escribes bien, sin faltas de ortografía. Esto está bien pero eso lo pueden hacer millones de personas. Lo que se espera de un periodista deportivo es que trascienda la realidad, que cree mitos.
Como que Alejandro pusiera casa de asombro, el otro continuó:
- A ver, vamos a ver. Aquí, la pasada semana por ejemplo. Mira lo que escribiste: “Fernando Tredones jugó bastante mal”.
- Bueno, es que lo lanzó por encima del larguero y….
- ¡No se pueden cometer más incorrecciones en una frase!- exclamó el jefe-. ¡A quién se le ocurre llamar a un futbolista por su nombre, chaval! ¿Tú crees que así se puede enardecer al lector? Pues no. Se le pone un mote. Por ejemplo, podías haber escrito “el ratoncito Tredones…”
- ¿Ratoncito?
- Sí, es pequeño y habilidoso, se escapa del defensa. Pues eso, el ratoncito, o el aguilucho Tredones, o el culebrita Tredones.... Y los jugadores no juegan mal, sino que transmiten malas sensaciones, ¡hombre! Y, mira otro ejemplo. Aquí escribiste “el árbitro pitó la falta”.
- ¿Y?- preguntó Alejandro.
- No hay árbitros en el fútbol, amigo mío. Hay trencillas, pitolaires, colegiados, referís, gominas del silbato,….pero, ¡árbitros!, ¡qué poca riqueza de lenguaje, hijo mío! Y no digamos aquel día que tuviste que suplir a nuestro comentarista en la radio de nuestra empresa. Cuando se adelantó la selección, dijiste ¡Gol!
- Es que era gol.
- No, no, no. Era un goooooooooooooooooooooooooooooooo- oooooooooooooooooooooooooooooool, curucucutichirippiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii- gooooooooooooooooll! – y el redactor jefe imitó con excelente fervor e histerismo la forma correcta de cantar un tanto- Y no hay partidos, sino derbis. No existe el campo, sino que es el césped. Las porterías son los palos; el portero es un cancerbero o un golkiper… en fin, que no puedo seguir porque esto hay que aprenderlo en la universidad, amigo mío. En la universidad.
Alejandro bajó la vista, aturdido por lo que ahora veía que eran reproches bien merecidos.
- ¿Y esto? Aquí dices “Alberto Marcos, el joven delantero local, marcó el gol…”. ¡Por Dios! ¡Se dice canterano!¡canterano! Este chico es el canterano Alberto. ¡Nadie sabe ni que se apellida Marcos, hombre! No existen jugadores lo-ca-les. ¡Son canteranos! Un canterano es un canterano, aquí y en Berlín.
Se levantó y cogió otro ejemplar.
- En ciclismo tampoco lo has bordado, Alejandro. Siento tener que ser yo el que te baje de la nube pero, en fin, alguien ha de hacerlo. Lee, lee. “El pelotón compuesto por veinte ciclistas llegó a tres minutos”. Más soso que ver crecer la hierba, querido colega. Primero, has de saber que en el ciclismo no hay pelotones. Hay serpientes multicolor, se puede hablar del grupo, pero jamás del pelotón. Y decir ciclistas es ya el colmo. ¡No hay ciclistas en el ciclismo! Por Dios, ¿dónde vives? Son unidades. La frase debiera decir “el grupo de veinte unidades…”. ¿Lo entiendes?
Notó por la expresión de su cara que no, que no entendía nada. Lo dejó por imposible y le dio dos palmaditas en la espalda cuando salió.
El jefe le miró con aire resignado. Al parecer, no era la primera vez que un chaval creía saber el oficio cuando no sabía hacer ni una “o” con un canuto. Ejemplos, eso es lo que le daría.
- Mira, hijo, no te ofendas- se sentó a su lado, poniéndose las gafas-, tú no estás aún maduro. Escribes bien, sin faltas de ortografía. Esto está bien pero eso lo pueden hacer millones de personas. Lo que se espera de un periodista deportivo es que trascienda la realidad, que cree mitos.
Como que Alejandro pusiera casa de asombro, el otro continuó:
- A ver, vamos a ver. Aquí, la pasada semana por ejemplo. Mira lo que escribiste: “Fernando Tredones jugó bastante mal”.
- Bueno, es que lo lanzó por encima del larguero y….
- ¡No se pueden cometer más incorrecciones en una frase!- exclamó el jefe-. ¡A quién se le ocurre llamar a un futbolista por su nombre, chaval! ¿Tú crees que así se puede enardecer al lector? Pues no. Se le pone un mote. Por ejemplo, podías haber escrito “el ratoncito Tredones…”
- ¿Ratoncito?
- Sí, es pequeño y habilidoso, se escapa del defensa. Pues eso, el ratoncito, o el aguilucho Tredones, o el culebrita Tredones.... Y los jugadores no juegan mal, sino que transmiten malas sensaciones, ¡hombre! Y, mira otro ejemplo. Aquí escribiste “el árbitro pitó la falta”.
- ¿Y?- preguntó Alejandro.
- No hay árbitros en el fútbol, amigo mío. Hay trencillas, pitolaires, colegiados, referís, gominas del silbato,….pero, ¡árbitros!, ¡qué poca riqueza de lenguaje, hijo mío! Y no digamos aquel día que tuviste que suplir a nuestro comentarista en la radio de nuestra empresa. Cuando se adelantó la selección, dijiste ¡Gol!
- Es que era gol.
- No, no, no. Era un goooooooooooooooooooooooooooooooo- oooooooooooooooooooooooooooooool, curucucutichirippiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii- gooooooooooooooooll! – y el redactor jefe imitó con excelente fervor e histerismo la forma correcta de cantar un tanto- Y no hay partidos, sino derbis. No existe el campo, sino que es el césped. Las porterías son los palos; el portero es un cancerbero o un golkiper… en fin, que no puedo seguir porque esto hay que aprenderlo en la universidad, amigo mío. En la universidad.
Alejandro bajó la vista, aturdido por lo que ahora veía que eran reproches bien merecidos.
- ¿Y esto? Aquí dices “Alberto Marcos, el joven delantero local, marcó el gol…”. ¡Por Dios! ¡Se dice canterano!¡canterano! Este chico es el canterano Alberto. ¡Nadie sabe ni que se apellida Marcos, hombre! No existen jugadores lo-ca-les. ¡Son canteranos! Un canterano es un canterano, aquí y en Berlín.
Se levantó y cogió otro ejemplar.
- En ciclismo tampoco lo has bordado, Alejandro. Siento tener que ser yo el que te baje de la nube pero, en fin, alguien ha de hacerlo. Lee, lee. “El pelotón compuesto por veinte ciclistas llegó a tres minutos”. Más soso que ver crecer la hierba, querido colega. Primero, has de saber que en el ciclismo no hay pelotones. Hay serpientes multicolor, se puede hablar del grupo, pero jamás del pelotón. Y decir ciclistas es ya el colmo. ¡No hay ciclistas en el ciclismo! Por Dios, ¿dónde vives? Son unidades. La frase debiera decir “el grupo de veinte unidades…”. ¿Lo entiendes?
Notó por la expresión de su cara que no, que no entendía nada. Lo dejó por imposible y le dio dos palmaditas en la espalda cuando salió.
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Relatos breves
RedCom
Durante los días 8,9 y 10 del próximo mes de Octubre se celebrará en la argentina Universidad de Tucumán el XI Congreso RedCom “Cultura de masas y nuevos procesos de comunicación”. En él, las diversas ponencias y conferencias se centrarán en las nuevas tecnologías aplicadas al periodismo la publicidad, las artes y con especial énfasis en los nuevos usos que lo digital permite a la literatura, la escritura, los textos del chat o los blogs. Entre los conferenciantes, figuran Juan Ángel Magariños de Morentín, Juan-Luis Pintos de Cea-Naharro, Mario Carlón, Alberto Monge o Fernando Irrigaría. Para más información puede consultarse aquí y aquí .
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Literatura digital
Terremotos
Me encantan las noches en las que suceden espontáneos terremotos de pasión y donde poco importa el escenario. Adoro cuando eso ocurre, cuando me envuelves en el maremoto del deseo urgente. En esas noches, me pierdo en la curva perfecta de tus piernas, en el jardín de tus brazos, en la suavidad de tu espalda, en el ansia de tus pechos. Eres atractiva, seductora, sensual – ¡tan sensual!- y me arrastras a ti, atrayéndome irremediablemente como las sirenas a Ulises. Y, entonces, sólo deseo que el rumbo no cambie, que mi barco acabe en tu isla. Me deleito en el frenesí de los abrazos locos, en el irresistible anhelo de poseerte, de que me poseas, y en la absoluta e irrefrenable necesidad de sentirte desnuda. Me hechizo cuando me dejas llamar a tu puerta húmeda, cuando me requieres, cuando te requiero, en el desenfreno, cuando sólo importamos los dos y no vemos más que el uno al otro.
Te deseo,
y deseo que me desees,
y deseo desearte.
Me cautiva cuando tiemblas, cuando tiemblo, cuando mis dedos y mi boca interpretan armonías en tu piano. Adoro cuando tu cuerpo se tersa con mis caricias, poco a poco, más y más, cuando gimes y cuando, por unos segundos, te elevas al infinito del deleite antes de acurrucarte, rendida, en mi pecho. Son noches en las que hay una luna creciente, amarillenta y enorme, cerca del horizonte. Son noches en las que suenan lentas canciones de Bill Evans.
Te deseo,
y deseo que me desees,
y deseo desearte.
Me cautiva cuando tiemblas, cuando tiemblo, cuando mis dedos y mi boca interpretan armonías en tu piano. Adoro cuando tu cuerpo se tersa con mis caricias, poco a poco, más y más, cuando gimes y cuando, por unos segundos, te elevas al infinito del deleite antes de acurrucarte, rendida, en mi pecho. Son noches en las que hay una luna creciente, amarillenta y enorme, cerca del horizonte. Son noches en las que suenan lentas canciones de Bill Evans.
Son noches en las que la vida es buena.
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Relatos breves
Un caballero de París
Era de París y no había trabajado nunca. La sola idea de tener que dedicar sus horas a un oficio le producía diarrea o sinusitis o, si el trabajo era pesado, incluso acné a sus cuarenta y tres. Él paseaba, tomaba el sol en Montsouris y asistía a las reuniones del ateneo Clement con distinguido aire. Mostrando que ni había currado nunca ni lo haría jamás. Un parisino que se precie no tiene empleo ni come nunca en su casa. Casi, casi, como uno de Bilbao. Es una impronta de calidad, como el perfume que se vende en el Boulevard Haussmann o el champán que sirven en el Moulin.
El destino le había sonreído con un apuesto porte y una resistencia en el lecho que era casi legendaria, lo que se había granjeado el afecto y benevolencia de varias damas benefactoras que tampoco habían trabajado nunca. Ni comido nunca en sus casas ni, en este caso, dormido casi nunca en sus camas. Unas veces vestía de rigurosa etiqueta y otras casual pero siempre se le veía con un purito -habano y rolado en muslo joven- en los labios, a veces apagado, a veces humeante. Zapatos a juego con el cinturón y pañuelo al cuello en muchas ocasiones. Reloj no llevaba porque decía que un hombre que se presenta ante una mujer con reloj es un descortés ya que un caballero nunca mira la hora cuando está en buena compañía. Cada noche triunfaba. Por lo general, cortaba las dos orejas y el rabo y la presidenta del festejo de turno solía obsequiarlo con un sobrero gratis que él despachaba con garbo y orgullo capitalino. Amén de un sobrecito que, desde que existía el euro, cada vez era más delgadito. Una tarde, sentado ante un café de profundo aroma, miró a derecha e izquierda y vio a miles de gentes que se apresuraban hacia o desde el trabajo, intentando atrapar un suburbano que se escapaba o un autobús siempre lleno. Pensó que el único parisino auténtico que quedaba era él.
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Relatos breves
The Word
The Word (http://www.poetscoop.org/wordflashhtml/word_content.html ) de M.D. Friedman es un poema digital que combina la locución de los versos con un una escenografía programada en Fash que mezcla fotografías (un poco extrañas en ocasiones) y manipula el sonido para crear una atmósfera enigmática y onírica.
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Literatura digital
9/9/09
Peurs, Fears
Peurs, Fears de Annie Abrahams (http://bram.org/peur/girlsband/) es un poema digital bilingüe (en inglés y francés) en el que el lector que llega a la página web puede contribuir con un verso que trate sobre el miedo (de ahí el nombre de la obra). Interfaz sencilla pero agradable, que aporta elementos sonoros de audiciones poéticas. Y hay algunos versos excelentes.
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Literatura digital
8/9/09
Digitalización de libros en la UE
La Unión europea acaba de dar un espaldarazo importante a la digitalización de libros abogando por desarrollar leyes que permitan proyectos como Google Books o similares, asegurando con tal legislación que se respeten los derechos de autor. Los comisarios encargados, Viviane Reding y Charlie McCreevy, opinan que la digitalización de libros debe ser encauzada desde los gobiernos aunque pueden firmarse acuerdos con el sector privado siempre que se respete la legislación futura. Parece bastante evidente que el modelo es el acuerdo que Google ha firmado con el gobierno de los EEUU.
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Literatura digital
Las extrañas y nunca bien aclaradas desapariciones de Elvira
Santiago Solano de Escritores en Red nos sigue animando a continuar el relato colaborativo digital sobre la historia de Elvira (http://santiagosolanogrande.blogspot.com/2009/09/el-retorno-del-yedi.html) creando historias sobre la vida de la protagonista. Aquí añado mi aportación y aprovecho para felicitar por su iniciativa a Santiago.
No recuerdo bien cuándo Erasmo H.H. (debo omitir la identificación precisa del individuo por deber de amistad hacia él) me contó acerca de las extrañas apariciones de la dama. Pero debía ser invierno porque no paraba de frotarse las manos para entrar en calor y porque, mientras me relataba los acontecimientos, teníamos un café caliente frente a nosotros. Quizá no me acuerde bien del momento pero el aroma fuerte y humeante de las tazas permanece aún nítido en mi memoria.
El caso es que Erasmo H.H. se inclinó hacia mí y me miró a los ojos. Puse expresión de interés, pensando en que contaría algún chisme del barrio o quizá alguna faena taurina a las que era tan aficionado. Erasmo alargó el silencio todo lo que pudo para, finalmente, susurrarme con extremado sigilo:
- Usted conoce el caso de Elvira, ¿no es cierto? – sentí su aliento en mi cara, entremezclado con el vapor del café.
Aunque no dio explicación alguna más, supe inmediatamente que se refería a esa Elvira y no a ninguna otra. Efectivamente, sabía quién era. Como psiquiatra en activo, el caso había sido ampliamente comentado cuando los hechos ocurrieron. Una niña inocente que creía ver a una dama de negro que la impelía a cometer asesinatos. Un caso evidente de esquizofrenia bipolar. Mi colega, el Dr. XX (permítanme que continúe siendo discreto) había presentado el asunto en varias de las reuniones que mensualmente realizábamos en el Colegio de Médicos. Su método, ingenuo pero ingenioso, de utilizar bolsas de basura para encerrar las fobias de una niña asesina había sido analizado y celebrado, escribiéndose incluso un par de ensayos sobre su potencial utilización en enfermos de patología similar. Al cabo de pocos meses, la criatura había mejorado tan claramente que no fue necesario su internamiento en ninguna institución mental y el interés por el hecho fue decayendo, pero el recuerdo de aquella pobre niña desquiciada perduró entre la profesión y particularmente en mí, que no podía comprender lo injusta que puede ser la vida cuando se ceba en inocentes pequeños. No obstante, pensaba que la paciente estaría ya plenamente curada porque de todo aquello habían pasado ya veinte años y había oído que incluso había contraído matrimonio.
- Sí, la conozco- respondí y no pude evitar mostrar un gran interés- Tengo entendido que la chica sanó, se casó y hace una vida normal.
- Querido amigo, – continuaba susurrando- he de decirle que aquel asunto no ha terminado como todo el mundo supone.
- ¿Ah, no? , ¿Por qué lo dice usted? – pregunté por preguntar porque era evidente que Erasmo H.H. me lo iba a contar de cualquier modo.
- Porque la dama de negro sigue apareciéndose.
Pasó entonces Erasmo a relatarme los hechos que él conocía y que, al parecer, le habían sido comunicados por un inspector de policía con el que jugaba al chinchón los sábados por la tarde. Prefiero, al igual que en los anteriores casos, no dar el nombre del sujeto.
Cuando ocurrió el asesinato, veinte años atrás, nadie prestó ninguna atención a la fantasiosa locura sobre la dama de negro. Mucho menos la policía, que no tenía ni tiempo ni recursos para dedicarlo a verificar por qué una niña loca había matado a otra persona. Era un asunto médico, no policial. Archivaron el dossier y se olvidaron de ello. Sin embargo, para el inspector amigo de Erasmo- el de las timbas de chinchón- fue un caso que no pudo olvidar, aunque nunca supo muy bien el porqué. Así que, cuando comenzó a recibir informes de ciudadanos que decían ver a una señora vestida de negro, con un traje inusualmente anacrónico y raído, paseándose por las calles de cierto barrio a altas horas de la noche, al inspector se le encendió una bombillita en su cabeza. Quizá todo fuese casual. Probablemente, fuese casual. Pero, ¿y si existía de veras una asesina vestida en negro tal como había asegurado aquella niña en aquel caso que aún recordaba? ¿Y si la criminal seguía haciendo de las suyas? No había habido más muertes pero el aguzado olfato del policía le hizo intentar averiguar un poquito más. Sin preguntar a la superioridad porque era un caso cerrado y había otros muchos más actuales e importantes. Consultó en el archivo central y pudo localizar la situación de la que otrora fuese la chiquilla Elvira. Era ya toda una mujer. Se había desposado con un ingeniero sevillano que pasaba más tiempo fuera de casa que dentro ya que era responsable de organizar obras en países lejanos. No les iba mal porque el tipo ingresaba unos buenos dineros anuales. Elvira se había convertido en una dama y, al comprobar la fotografía archivada con la ficha del carnet de identidad, observó que era muy hermosa. No tenía ocupación conocida ni hijos y, tras unas pocas pesquisas más, supo que sus problemas mentales habían quedado muy atrás y que su comportamiento era el de cualquier dama de la alta sociedad de la capital. Asistía a los más distinguidos eventos sociales y era considerada una invitada brillante en la conversación y amena en la diversión. Algún recorte de prensa que halló en el archivo la definía, asimismo, como una excelente jugadora de golf y partícipe en varias obras caritativas promovidas por la diócesis. Si la dama de negro existía era evidente que nunca más había molestado a Elvira. Podía ser que los testigos que llamaban asustados al ver vagabundeando a la figura de negro mintieran o estuvieran bajo los efluvios del licor. Pero eran seis y difícilmente podía suponerse que estaban conchabados.
- Así que mi amigo el inspector se decidió a vigilar el paseo durante una semana – Erasmo H.H. sorbió del café antes de continuar – y a punto estuvo de mandarlo todo a paseo hasta la noche del sábado de hace cuatro semanas.
- Continué usted. Me tiene el alma en vilo- le urgí a seguir porque el asunto me estaba interesando más de lo que quería admitir.
- Estaba ya convencido de que era una estupidez perseguir aquella corazonada cuando, a eso de las dos de la madrugada, mi amigo vio una dama de negro caminar apresurada por la avenida de Malzagaña. Efectivamente, y tal como habían afirmado los testigos, vestía un traje anticuado, todo en negro. Fue tal su sorpresa que para cuando intentó seguirla, la mujer – u hombre disfrazado, porque ya uno no puede estar seguro de nada- había desaparecido. La buscó por las calles aledañas e incluso entró en varios portales. Nada de nada. Esfumada, como si todo hubiera sido un sueño.
- Pudo ser una casualidad o sólo fruto del frío y el aburrimiento- argüí.
- No, querido amigo. Porque el hecho ha vuelto a ocurrir cada sábado desde entonces y en el mismo lugar. Y, siempre y a pesar de que el inspector está ya preparado y dispuesto a abordar a la figura y pedirle su documentación, esta se le escapa, se le evapora para desesperación del agente. Supone que le ve y eso previene a la mujer para escapar. Él estaba muy entusiasmado con el caso pero a sus superiores, sin embargo, no les ha hecho ninguna gracia. No es cosa de que la policía vaya persiguiendo quimeras aún cuando estas vistan de negro. Cada uno se pone la ropa que le da la gana y le han mandado a seguir a unos proxenetas a unos cuarenta kilómetros. Si esa vieja de negro existe, podrá seguir tranquila paseando su vestimenta.
Poco más sabía Erasmo H.H. del asunto y, además, las tazas de café estaban ya vacías. Intenté sonsacarle alguna cosa más pero cambió de tema de conversación y tuve que soportar media hora acerca de lo mal que estaba la feria del toro y de lo afeitados que salían los astados al ruedo.
Volví a casa intrigado. Casi estuve a punto de llamar al Dr. XX a tal hora de la noche pero me contuve. Todo aquello no era sino un chisme de taberna que rozaba la vulgaridad. Yo era un doctor, no un echador de cartas o un parasicólogo. Cené frugalmente y me acosté. Soñé con Elvira, con el asesinato de años atrás, y tuve pesadillas con una dama de negro que se reía ante mí. Me mantuve firme por un par de semanas sin intentar conocer detalles pero, una mañana, no aguante más y llamé a XX. Con una excusa banal, que ni siquiera recuerdo, conversé con él y, en medio de la conversación y como quién no quiere la cosa, le pregunté por el viejo caso de la niña Elvira.
- Pues fíjese- me contestó con un tono sombrío en su voz- que hacía años que yo pensaba que la mujer estaba sanada pero hace un par de meses su esposo, un afamado ingeniero, me llamó preocupado. Al parecer la señora desaparece algunos días. Él lo sabe porque algunos amigos se lo han dicho. Elvira ha dejado de asistir a algunos actos a los que se había comprometido sin razón aparente e incluso un par de veces temieron que hubiese tenido un accidente. Le hice un chequeo recientemente y no encontré la más mínima sombra de su fobia pasada. Juraría que está tan cuerda como yo mismo – hizo un chiste sobre si su esposa pensaba de igual manera- pero esas escapadas nos han puesto en alarma.
Aquello era suficiente para que, al día siguiente, hubiera decidido que yo tomaría el lugar del inspector. Pasé la semana en vilo, atendí mal a mis pacientes- algo de lo que posteriormente me arrepentiría- y conté cada hora hasta que llegó el sábado. Salí pronto, no fuera a ser que la extraña persona cambiara de hora justo ese día. Era una tarde grisácea, con viento del norte, pero al menos no llovía. Me aposté – y por algún motivo que ahora no sé explicar, yo también me vestí de negro- en los soportales de enfrente. Para las once ya estaba aburrido y a las doce estaba helado de frío. Mi curiosidad y mi voluntad de averiguar qué era todo aquel misterio menguaron rápidamente. Tanto que para la una (lo sé, porque escuché el campanazo de la iglesia de San Anselmo) me refugié en el coche y encendí la calefacción. Ahora sé que este hecho, lejos de perjudicar mi misión, fue una bendición porque la calle quedó desierta y nadie podía suponer que yo estaba dentro del vehículo. Casi me había adormilado cuando percibí una sombra, apenas delineada por las farolas amarillentas de la calle. La puerta de un portal – el número siete, ahora lo sé- se abrió. Mis sentidos se despertaron de sopetón y una tonelada de adrenalina corrió por mi sangre. Me agazapé en el coche procurando que nadie se percatara de mi presencia. La sombra se hizo forma. Al principio, indefinida. Después, se fue agrandando. Demasiado para que correspondiese a una única persona. Era claramente perceptible una falda negra, que ondeaba con el viento, y podía atisbar una figura atractiva bajo ella. Pasaron unos segundos y la sombra se movió hacia fuera. Entonces me percaté. No era una persona sino dos. Sus manos estaban entrelazadas y sus bocas también. Me sentí como un idiota. Eran sólo dos amantes, amándose en secreto. Probablemente, ambos casados, disfrutando de una aventura ilícita pero vibrante. Me avergoncé de mi mismo por estar allí, escondido, espiando como un voyeur a una pareja de amantes. Estaba a punto de dejarlo – tan mal me sentía por mi desvergüenza- cuando se despidieron. La mujer se giró hacia mi posición y pude verle la cara con toda claridad. Sonreía con una felicidad que denotaba lo enamorada que estaba. Quedé boquiabierto. Era Elvira. La hubiera reconocido en cualquier sitio a pesar de que sólo la conocía de fotografías. El hombre la miraba absorto y, aunque evidentemente no soy quién para juzgar estas cosas, parecía apuesto. Se despidieron lanzándose al unísono un beso con un sopló y ella se alejó apresurada perdiéndose en la oscuridad de la calle.
Por unos instantes permanecí desconcertado. Dándole vueltas a todo aquello. Era Elvira, de eso no había duda alguna. Estaba enamorada, de eso tampoco había dudas. Al cabo, millones de seres tienen amoríos extra maritales. Y con un marido que nunca estaba en su casa, no resultaba nada extraño su comportamiento.
Arranqué y los faros se autoencendieron. Había comprado el automóvil con un sistema automático de encendido de luces porque siempre se me olvida prenderlas al entrar en un túnel y en un par de ocasiones he tenido contratiempos con los agentes de tráfico. Por un casual, el haz luminoso impactó directamente sobre el portal. No estaba cerrado. El hombre aún permanecía en él, con cara de ensimismado mirando el camino por dónde se había marchado su amada. Se sobresaltó al verse inundado de luz y comprendió que les había estado espiando. Era joven y ágil. Y estaba furioso. En dos segundos, muchísimo antes de que yo pudiese reaccionar, estaba en mi ventanilla agarrándome por la solapa y gritando,
- ¿Qué quieres, viejo mirón? ¿Te pone ver a parejas que se besan, cerdo? – estaba realmente enojado y temí que me propinara un puñetazo.
- No, no. Lo siento. Elvira … - balbuceé sin darme cuenta de lo que decía.
Al oír el nombre de Elvira, aflojó súbitamente la presión y quedó como paralizado. Me miró fijamente y pude notar que su cerebro cavilaba a toda velocidad.
- Mire, no sé quién es usted pero esto no puede saberse – tartamudeó.
Comprendí que el muchacho se había asustado al saber que yo conocía a Elvira y supuso que podría conocer también a su esposo. Le ayudé a soltar sus manos de mis solapas, aunque ya no apretaban con fuerza.
- Lo siento. Puedes estar tranquilo. Yo no he estado hoy aquí- sonreí y le expliqué en cuatro palabras que sólo era un médico preocupado.
- Compréndalo. La amo. Me ama. No es dichosa en su matrimonio y su marido es un mal tipo. Si le pidiese el divorcio, la acusaría de estar nuevamente enferma…
- ¿Y el vestido? – atiné a preguntar.
- No pretenderá usted que vaya con su ropa habitual. La reconocería media ciudad. Mejor pasar por una vieja loca que vagabundea por la noche. ¿No lo cree así?
Le conté sumariamente lo que sabía y las suspicacias de Erasmo H.H., del inspector y del doctor. Me prometió que cambiarían de disfraz y así debió ser porque nunca más volví a escuchar del asunto. Aquella noche dormí a pierna suelta y me alegré por Elvira. Yo, desde luego, nunca le conté nada a H.H. y, con paciencia beatífica, continué charlando de chicuelinas y chiqueros, de alberos y de la suerte de varas que, según me dice siempre, cada vez se ejecuta con menos arte.
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Relatos breves
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