27/2/17

Generated Detective




Generated Detective, de Greg Borenstein, es un generador de cómics automático. El sistema combina frases de novelas policiacas existentes en la base de datos del proyecto Gutemberg, seleccionadas por palabras clave, y las va combinando siguiendo un guion con imágenes cargadas de Flickr, para lograr un cómic totalmente nuevo. Para conseguir el efecto de viñeta, cada imagen se procesa gráficamente con unos filtros digitales.

Puede verse el código en este enlace de Github.


26/2/17

The Journey Home





The Journey Home es un juego narrativo de realidad virtual sobre el significado de la vida a través de tomar el rol de un astronauta perdido en el espacio que recuerda su existencia. Un astronauta que escucha la voz de su padre fallecido y que decide seguirle.

Los escenarios son sencillos en general pero la interacción es consistente. A medida que se avanza por los diversos escenarios escuchamos voces que nos cuentan historias y recibimos textos sobre expuestos sobre las imágenes.

Para que funcione ágilmente, el ordenador y la tarjeta gráfica deben ser potentes. Obviamente, necesitamos unas gafas VR.

 Un vídeo de un usuario que lo ha jugado:




25/2/17

Landscape Sublime




Anastasia Samoylova es una artista que crea paisajes en papel a partir de fotografías dispuestas sobre un escenario tridimensional que recrean el objeto que fotografían. Por ejemplo, las fotos de un jardín de flores que recrean el mismo jardín en 3D, las de glaciares que muestran el glaciar, fotos de árboles para crear un bosque, etc. El conjunto de obras recibe el nombre de Landscape Sublime y es realmente artístico y original. El efecto se consigue imprimiendo las fotos para posteriormente doblarlas, plegarlas y deformarlas, colocándolas en una disposición 3D que genera una nueva forma de observarlas. Un collage físico que trasciende a las partes.


Pueden verse diversos modelos en la web de la autora.

En esta misma web, hay una página con vídeos que muestran cómo se construyen estos escenarios.





23/2/17

Discurso para el final de los tiempos



Discurso para el final de los tiempos, de Mario Santamaría, es una narración futurista basada en la superposición a imágenes fijas de textos que van variando en el tiempo, de modo que se va generando la historia poco a poco. Además, se superpone un sonido como de ruido aleatorio. Lo más interesante es que estas imágenes son captadas desde cámaras situadas en lugares abiertos de modo que lo que realmente son escenas actuales totalmente convencionales se convierten en imágenes de un potencial fin del mundo por medio de las frases que teóricamente está enviando el presidente a la nación.

Puede verse en este enlace, pero mejor úsese Chrome.

Algunas cámaras, desgraciadamente, están desactivadas.







21/2/17

No Legacy - Literatura Electrónica




La exhibición  No Legacy - Literatura Electrónica de Berkeley lleva activa desde el año pasado. En ella se muestran 18 trabajos de literatura digital en inglés, español y portugués. Están clasificadas en cuatro secciones: generación aleatoria de textos; obras en que el tiempo deja de fluir constante; obras en que los textos se construyen físicamente más que se leen y, por último, literatura electrónica propiamente dicha. 

La lista completa de obras puede verse en este enlace.

Ahora, se presenta, del 23 de este mes al 5 de mayo, un subconjunto en el  California College of the Arts de San Francisco. Para más información, puede acudirse a este enlace.



20/2/17

El ruiseñor



El ruiseñor (Suma, 2016), de Kristen Hannah, es la historia de dos hermanas durante la ocupación nazi de Francia, en la segunda guerra mundial. Está basada parcialmente en hechos reales (la historia de la enfermera e integrante de la resistencia belga Andrée de Jongh que creó la línea Cometa para pasar aviadores aliados a España desde donde eran repatriados a Inglaterra) cuyo desarrollo por parte de Hannah se ve lastrado por un cierto tono de novela romántica que no viene al caso. Los personajes más extremos (los buenos, muy buenos; y los malos, muy malos) son algo estereotipados y, por ello, pierden fuerza. Así, el personaje de Isabelle, con su determinación sin dudas, su fuerza sobrehumana, su heroicidad diaria, su fe ciega, su resistencia sobrehumana, no resulta cercano, no logra la empatía con el lector. No digamos ya el detestable y psicópata Von Richter al que se desea ver desaparecer desde la primera escena. En este sentido, parte de la narración es superficial y predecible.

Hannah acierta mucho más al diseccionar la psicología de la otra hermana, Vianne, - así como la del capitán Beck - y de los personajes que dudan, que pasan miedo, que no saben distinguir lo que está bien del error porque la frontera es borrosa, que deben elegir entre un mal y otro mal; en fin, cuando habla del ser humano común al que los acontecimientos le sobrepasan y que puede convertirse en héroe o villano casi por azar. Es aquí, donde la escritora consigue sus mejores páginas, al poner delante de nuestros ojos la incertidumbre,  la lucha interior, el sentirse perdido, el hacer simplemente lo que el instinto nos dice en cada caso sin lecciones morales.

También es digna de mención la ambientación, la descripción de la atmósfera apocalíptica de la ocupación, con el hambre, el miedo, la falta de libertad, la barbarie, la arbitrariedad y la muerte presentes en cada esquina. Hannah construye poco a poco, sutilmente, en un crescendo lento, el agobio de la invasión, que pasa de ser algo lejano en un inicio a convertirse en un colapso moral absoluto y asfixiante.

La novela se lee con interés, mantiene adecuadamente hasta el final la duda de cuál de las dos hermanas está narrando y es, sin duda, un homenaje a las ocultas mujeres de la guerra, llenas de valor y sacrificio olvidados,  que, como escribe al final, no tuvieron medallas ni desfilaron triunfantes pero que sostuvieron un mundo que se destrozaba a sí mismo.

     

19/2/17

On the Road, en mapas




Se trata de un mash-up en el que sobre los mapas de Google se muestran los lugares que se citan o se describen en la célebre On the Road de Kerouac. La aplicación permite ampliar los mapas hasta localizar calles y, también, permite desplazarse a zonas concretas descritas en el libro y nos da el contexto y la frase en que tal lugar se cita. Permite también añadir escenas que no estén aún contenidas en la base de datos.

Puede verse en este enlace.







18/2/17

Un besooooo





Giró a la derecha en el semáforo y confió en que la conversación no se cortara. Hablar desde el sin manos en aquella zona con poca cobertura resultaba siempre complicado.

- Feliz aniversario – le dijo, con una ilusión que incomprensiblemente se mantenía a través de los años.
- Feliz aniversario – contestó ella con un cierto matiz de sorna.
- ¿Te ríes? – pregunto él, al percibirlo.
- No, ya sabes que no. Pero es que eres un poco moñas, qué quieres que te diga. Tantos meses lo mismo.
- Pero es que yo lo siento así – su frase sonó casi a disculpa aunque no podía comprender porque habría de disculparse por amarla.
- Que sí, que sí, feliz aniversario – era evidente que ella no deseaba hablar del asunto- ¿Qué tal el trabajo?
- Bien,  un poco estresado porque estoy preparando el viaje de la semana que viene y aún no tengo ni el visado. Ya sabes, las cosas siempre van despacio en los negociados.
- Seguro que te lo mandan para el viernes, no te preocupes. ¿Vas vía París?
- No, vía Munich. Parece ser que sale más económico. Voy a echarte mucho de menos – él volvió a intentar a hablar de ellos mismos.
- Ayyyy, me va a echar mucho de menos – contestó ella con un tono a medio camino entre la imitación de un niño pequeño y la broma.
- Pues sí, ya lo sabes. Tú, sin embargo, no me echarás de menos.
- Volverás enseguida – y él notó que ella había evitado decir que sí le añoraría.
- Ya, pero se me hace duro. Te quiero, necesito verte, charlar contigo, tu contacto, sentirte, dormir contigo.
- Estamos lejos, eso es todo.
- ¡Pero te quiero! – casi gritó al afirmarlo.
- Ya encontraremos una fecha – y él notó que ella había evitado decir que le quería.
- ¿Sabes que te quiero, verdad? – insistió.
- Sí, lo sé – y a él se le achicó el corazón por no lograr que ella lo dijera.
- Bueno, tengo que dejarte, estoy llegando a casa del cliente – le parecían siempre tan cortas las conversaciones con ella -. Te quiero.
- Un besoooote – alargó la o como si así resultara más cercana.
- Te quiero- repitió él.
- Sí, venga, un besoooo – ella colgó.

Joder, cómo le dolía que le despidiera como a un amigo. Joder, cómo le dolía saber que en eso se había convertido.





16/2/17

La señora Wobbles y la casa mandarina




La señora Wobbles y la casa mandarina, de Marino, traducido al español por María Goicoeceha, es un relato hipertextual en el que, normalmente, se pasa al siguiente capítulo mediante un hiperenlace final mientras que, en algunos casos, el texto plantea al lector una elección mostrando varias opciones. En función de cuál sea la elegida, la historia transcurrirá por uno u otro derrotero.

Algunas de las páginas tienen ilustraciones, todo dentro de una atmósfera de literatura clásica, de libro del siglo XIX.

Programado en Undum. Las ilustraciones son de Brian Gallagher.

Puede leerse desde este enlace.







15/2/17

Poetuitéame




Poetuitéame, de Karen Villeda y Denise Audirac, es un mash-up poético basado en twitter y en idioma español. 

En la pantalla, el lector puede interactuar con ciertas palabras (que son hashtags) para efectuar búsquedas en Twitter que combinen esas palabras seleccionados, de modo que finalmente el programa presenta un mapa de textos arborescentes. Esta presentación gráfica es, sin duda, parte del interés del trabajo por cuanto que en función de las diversas manipulaciones gráficas, los textos pueden leerse de una u otra manera. 

Puede verse en este enlace.









14/2/17

Channel of the North



Channel of the North, de Jan Baeke y Alfred Marseille, es un poema dinámico, que no permite interactuar con él, y cuya particularidad es que el texto ondula, se expande y se contrae al ritmo de las mareas medida en el río Westerschelde en la frontera entre Bélgica y Alemania. El poema, de este modo, cambia su forma en función de datos reales existentes en la red y muestra un comportamiento que depende de la madre naturaleza, no del lector.

Programado en HTLM y Javascript.

Puede verse en este enlace.


10/2/17

Trigger Treat




Trigger Treat, de Carlos Saéz, es un divertimento, un generador de palabras y nombres todos ellos sospechosos, de potencial seguimiento por las agencias de seguridad. Pantallas y pantallas que serán como flores llenas de néctar para los robots buscadores de potenciales criminales. Estas retahílas de palabras pueden transferirse a Twitter o Facebook.

Programado en Flash.

Funciona bien en Chrome pero en IE no se ven en ocasiones las palabras.

Puede hacerse funcionar desde este enlace.



9/2/17

Teclado en tinta electrónica




La tecnología de la tinta electrónica sigue buscando nichos de mercado donde establecerse dado el estancamiento, cuando no retroceso, de los lectores de libros para los que fue creada.

Se ha presentado ahora un teclado cuyas teclas pueden mostrar diferentes símbolos en función del país, lengua o aplicación para el que sean usados. Así, podemos estar usando este teclado con formato QWERTY cuando estemos en España y automáticamente convertirlo en un AZERTY si nos trasladamos a Francia.

Más información en este enlace.


8/2/17

Code Movie 1




Code Movie 1, de Giselle Beiguelman, no puede considerarse literatura digital por cuanto que no cuenta historia alguna ni siquiera muestra palabras. Es más un juego aleatorio tipográfico en el que el ordenador va combinando caracteres ASCII de diversas maneras, en diversos planos que simulan en ocasiones 3D, y con diferentes dinámicas. Un juego visual programado en Flash.

Puede verse desde este enlace.




6/2/17

Campanas bajo las aguas





Lisboa, mediados de enero de 1582

Desde primeras horas de la mañana, una muchedumbre ocupaba la orilla del estuario del Tejo. Las plazas que daban al río se habían poblado de tenderetes en los que se vendían hogazas recién horneadas, verduras, abalorios, jarras con buen vino y potajes espesos. Al pasar de las horas, todas las callejas que subían hasta casi el Castelo de São Jorge estaban repletas de una multitud encantada con que una novedad la sacara de la rutina de sus labores. La causa de aquella jornada casi festiva, en la que hasta el invierno se había conjurado con un inusual cielo azul y una suave temperatura, se encontraba en el puerto pero pocos conocían de qué se trataba en realidad.

En el extremo este del muelle de Alfama, una compañía de soldados impedía el paso a la explanada en donde se situaba el fardo, de momento cubierto por una lona tupida, colgado de unas sogas sobre las aguas. Unos afirmaban que se trataba de un tesoro traído de África; otros, que el bulto ocultaba un ajusticiado, un capitán del huido rey Sebastián; los menos, que se trataba de una máquina misteriosa capturada a los turcos.

Justo al mediodía, un séquito se aproximó al muelle. En cabeza, un jesuita, vestido con casulla dorada que demostraba lo especial del evento y dos monaguillos, uno con un acetre lleno de agua bendecida y otro bamboleando un turíbulo de plata. Detrás, alineados de a cuatro, comisionados de la Casa de Contratación, algunos militares, diez o doce clérigos y el enviado del rey Felipe, don Enrique de Almeida, con sus ayudantes. Junto a ellos, un siciliano de Palermo, un tal José Bono, no paraba de hacer reverencias a todas las personalidades. El padre rezó el ángelus y el cortejo se acomodó en las sillas que habían situado cerca del bulto. Entonces, Bono se adelantó y de un tirón descubrió lo que la tela cubría. Un “ohhh” de admiración se transmitió como una onda a través del muelle, aun cuando nadie comprendía lo que estaba viendo. Se trataba de una especie de tonel de madera, bien reforzado con zunchos de cobre, con cuatro ojos de buey encastrados regularmente a lo largo de su diámetro.

      He aquí, excelencia, señores, la máquina que, en mi modestia, he diseñado y que habrá de permitir a nuestro amado Rey explorar los mares y recuperar los tesoros de los pecios. Veréis ahora su sencillo uso y los beneficios que aporta – declaró Bono con orgullo.
      ¿Qué hay dentro? – preguntó don Enrique.
      Una banqueta para el tripulante y un estante para las herramientas que porte. El hombre, lo veréis pronto, no ha de mojarse en absoluto.

Movieron el tonel hacia el muelle y un búzano, portando vestidos ligeros, apenas una camisa de lino y un pantalón corto de los que los marinos usaban en alta mar, se introdujo por debajo y desapareció bajo el artefacto. Un minuto después, los servidores volvieron a girar la máquina hacia el río y comenzaron a bajarla lentamente. Los espectadores más ágiles se habían subido ya sobre muros y tejados para poder tener la necesaria perspectiva que les permitiera ver qué ocurría en las aguas. El tonel fue introduciéndose en la corriente del Tejo hasta desaparecer a la vista. Se hizo el silencio hasta que, de pronto, el buceador emergió palmoteando y maldiciendo, mientras que el aparato aparecía entre un barboteo de espuma y quedaba flotando, abiertas sus tablas, volcado y a la deriva. La muchedumbre comenzó a reír pensando que se trataba de una comedia escrita por alguno de los autores teatrales que tanto triunfaban en Lisboa, creando al momento, con la inteligencia propia del pueblo llano, decenas de chanzas a cada cual más ingeniosa. No tenía, sin embargo, cara de alegría don Enrique de Almeida, que amonestaba severamente al siciliano Bono:

      Excusas y más excusas. El ridículo, eso es lo que habéis hecho. Os doy un mes, ni un solo día más. El tiempo del rey y de sus servidores no está para desperdiciarlo.  ¿Así que el buzo siquiera iba a mojarse? ¡Miradle! – bramó el valido- casi se ahoga. Mejor hubiera bajado a pleno pulmón que en vuestra máquina endiablada.

Bono quedó cabizbajo frente al Tejo, humillado en su persona y arruinado su futuro. Estaba convencido que la invención podría funcionar, que se trataba de una buena idea. Un receptáculo con el que los hombres pudieran descender bajo las aguas y, sin depender del poco aire de su pecho, permanecer largos periodos recuperando objetos o realizando reparaciones en los navíos de la flota. La vasija debería haber mantenido el aire en ella pero, casi con seguridad, las juntas de  madera habían cedido por la diferencia de presiones dejando entrar el agua y llevando la empresa al desastre. Para el desgraciado buzo, salir por su parte inferior debía haber resultado harto complicado. El error era grave, no sabía cómo solucionarlo y no le quedaba dinero para volver a construir otro dispositivo.

Fue entonces cuando escuchó a sus espaldas:

      Disculpadme, excelencia, pero creo que puedo solucionar vuestro problema.

El siciliano se volvió y vio frente a él a un joven, moreno y espigado, delgaducho, con manos gruesas que denotaban que estaba acostumbrado al trabajo, algunas picaduras de viruela en el rostro y ojos alegres.

      ¿Sí?, ¿así lo crees, muchacho? – dijo con un tono entre burlesco y jocoso− ¿Sois acaso maestro naval o somormujo experto?
      Construyo campanas para las iglesias – replicó el joven sin inmutarse apenas−, de bronce para ser exacto. Lo hacían también mi padre y mi abuelo. Me llamo Fernão Goncalvez.

Lisboa, finales de enero de 1582

El invierno había llegado por fin a Lisboa. Había traído días de lluvia persistente y un viento helado bajaba directamente desde el norte. El mar se había revuelto con galernas y las aguas se poblaban de borreguitos cada tarde, impidiendo la pesca de los cayucos y los moliceiros de alta proa. Un galeón que llegaba de Madeira había casi embarrancado a la entrada de la bahía y los bateles de socorro, con sus fuertes remeros, habían debido batallar contra las olas durante horas hasta lograr amarrarlo a salvo al oeste de Ginjal.

Los dos hombres estaban sentados en la taberna grande de la rua das  Flores, cada uno de ellos frente a un plato de chanfaina y un vaso de vino.

      Me alegro que hayáis decidido escucharme – dijo el joven.
      Os he de ser sincero. Me parece una locura pero vos - ¿me habéis dicho que os llamáis Fernão, verdad?- sois mi última opción. He tardado días en decidirme a encontraros, tan loco me parecéis.
      Os aseguro que puedo hacerlo. Al cabo, lo que vos necesitáis construir no es muy diferente a las campanas que fabrico cada día.
      Mas la forma habrá de cambiar en mucho. Y habéis de conformar los ojales por donde pasaremos los cabos de izada. Sea que quitemos los ojos de buey para observar, si decís que ellos debilitarían la fundición – Bono colocó el dibujo que había hecho frente al otro hombre.
      Lo sé, la geometría algo más abultada en la cabeza que en la base, me preocupa. Dará problemas de moldeo, pero podemos intentarlo.
      Así debe ser – confirmó el siciliano – la parte de arriba es de más diámetro para que quepa más aire. ¿Estáis seguro de que no os burláis de mí? Podrían incluso encarcelarme.
      Me habéis prometido el veinte por ciento de lo que vos ganéis y os prometo que necesito el dinero para poder establecerme en las Indias…. ¿Habéis oído hablar de ellas? Los que van se enriquecen casi al instante. No quiero morir pobre como mi padre. Soy el primer interesado en triunfar en este envite.
      El rey me ha prometido un privilegio por el que, si mi invento funciona, me otorgará el diez por ciento de todas las riquezas que pueda sacar de las aguas durante diez años. ¿Sabéis los pecios que pueblan las costas, la cantidad de galeras y urcas que han ido al fondo con oro, perlas, joyas y otros bienes preciosos? Con cada batalla, con cada asedio, con cada pirata, con cada galeón de las Indias que hunde el inglés, el imperio pierde enormes riquezas, no ha de ser extraño que el rey Felipe esté interesado en recuperarlas. Amén de poder atacar los cascos de nuestros enemigos desde su panza sin que siquiera se aperciban de la amenaza.
      Pues sea, señor Bono. Os espero en mi taller dentro de quince días.

Calhandriz, primeros de febrero de 1582. Taller campanero.

Fernão Goncalvez había dedicado dos días a pensar en la obra que iba a acometer. Dominaba la construcción de campanas de bronce y, con orgullo, podía decir que recintos venerables contaban con las suyas: Santa María d’Oporto, el Convento de Graça, el monasterio del Bom Jesús o la iglesia de Nossa Senhora da Paz repicaban cada día con las obras que de sus hornos habían salido. Sin embargo, la forma del vaso de buceo que José Bono había diseñado obligaba a variar el proceso. Si, como era habitual, introducía adobes en la parte hueca, sería complicado sacarlos al tener su boca inferior menos dimensión que la superior así que, tras varias noches dándole vueltas al problema, decidió usar una mezcla de arena y polvo de granito, un truco que había oído citar a su padre. Nunca lo había probado y corría el riesgo de que el bronce fundido colapsara hacia dentro pero no había tiempo para pensar algo mejor. Rezaría a Santa María para que saliera bien y prometió dadivosa caridad si salía triunfante de la empresa. Decidió, asimismo, crear el molde en cuatro partes en vez de las dos habituales, dos arriba y dos abajo.

Lo primero que hizo fue dibujar y aserrar las terrajas sobre una buena tabla de madera de roble. Tanto la interior como la exterior las hizo siguiendo las instrucciones del maestro siciliano que exigía un perfil determinado, al parecer el idóneo para soportar la presión del agua. Observó cuán distinta era la silueta a la de las campanas que él fabricaba. Si lo que estaba construyendo hubiera de sonar algún día, su tañido sería pobre y mate, por muy buen bronce que utilizara. Pero no era un sonido musical lo que se pedía, sino robustez.

Le costó un día completo amontonar la arcilla necesaria que tenía una altura de ocho pies y pesaba 50 arrobas. Luego de remojarla copiosamente, colocó la pasta de tierra sobre el torno y azotó a la mula para que lo hiciera girar. Mientras, él apretaba las terrajas con fuerza sobre la arcilla, la cual, en su tornar, iba conformándose de acuerdo a la forma de aquellas. Después, aplicó una capa de cera en la parte superior y sobre ella labró con cuidado algunos dibujos decorativos. Más tarde, añadió con arcilla los aros que moldearían los aretes de amarre de los cabos, tanto arriba como en la base.

          Dos días más tarde, Fernão abrió el horno y, con mucho esfuerzo y sudando copiosamente, fue introduciendo las 50 arrobas de carbón (era su secreto usar tan poco carbón para que el metal se fundiera sin poros) y las 600 de leña de encina que estimó precisas para crear el fuego necesario y la temperatura buscada, una tarea que le llevó otros dos días. Era domingo por la mañana cuando ya las paredes se habían vuelto rojas y la luz del fuego molestaba a la vista. Tras rezar unas oraciones comenzó a colocar con su pala, poco a poco, con un cariño impropio de tan duro trabajo, el cobre y el estaño, en bien medidas proporciones de 80 a 20. Avivó las llamas del hogar con el aire de los fuelles y el calor salió desviado hacia el lecho donde reposaba el metal a fundir mientras que la chimenea, a la derecha, comenzaba a exhalar un humo gris y denso. Necesitaría todo un día completo para obtener el bronce líquido con el que rellenar el molde, una larga jornada en la que sólo podría dormir a ratos, vigilando que el fuego se mantenía siempre vigoroso.  Mientras, fue abriendo el pozo de colada, sito bajo tierra, e introdujo el molde inferior interno de arcilla relleno de arena mezclada con granito. Luego, colocó el molde externo y repitió la operación con los dos de arriba. Dedicó unas buenas horas a apelmazar con tierra la zona asegurándose que nada podía moverse.

Llegaba el momento que más le hechizaba, el que ya de niño le había cautivado. Abrió la piquera del horno y un caldo ardiente, brillantemente amarillo y rojizo, comenzó a caer por el embudo. Fernão sabía que se trataba de una operación crítica, que el metal se solidificaba muy rápido y que si el flujo encontraba alguna obstrucción, el trabajo quedaría arruinado. Miro al cielo, esperando una confirmación de que todo iba bien pero sólo vio aves que volaban inquietas.

Seis horas después, temblando de inquietud, comenzó a remover la tierra, dejando al descubierto la parte exterior del molde. Lo rompió con facilidad pues sólo arcilla era y vio, para su satisfacción, que el metal estaba completo, sin agujeros, bien conformado, sólido, hermoso. Hasta los ojales de las sogas presentaban un redondeado exquisito. Sonrió y se santiguó. Luego, con cuidado, amarró el anillo superior a una cuerda  e hizo que el asno tirara del artefacto hasta dejarlo tumbado y asegurado sobre el suelo. Con  paciencia fue vaciando el interior, siempre con la incertidumbre de si iba a encontrarse con un poro, con un defecto en la cara interior.

Lisboa, 16 de febrero de 1582

La misma muchedumbre ocupaba la orilla del Tejo, a lo largo de todo el muelle de Alfama. Habiéndose corrido la voz de que el intento anterior había resultado un burdo fracaso y del enojo del enviado del Rey, quien más quien menos pensaba que todo aquello acabaría en un buen castigo para el siciliano, quizá azotado en su espalda para regocijo de las gentes.

Se repitió el ritual y los dignatarios ocuparon sus lugares frente al escenario de la prueba. La vasija de buceo estaba a la vista de todo el mundo, no hacía ya falta secreto alguno tras la experiencia de enero, y esta vez eran varios bueyes los encargados de izarla y bajarla por cuanto que el peso era considerable y pendía de 4 sogas dispuestas perimetralmente.

      Bien, Bono, espero que no haya tenido que venir desde Madrid para nada – dijo don Enrique con una sonrisa que a los ojos del de Palermo parecía una sentencia de muerte.
      Pienso que esta vez, con la ayuda de Dios nuestro Padre, podré servir a nuestro amado Rey con prontitud – contestó Bono sin levantar la vista y rezando al Altísimo para que Fernão Goncalvez hubiera hecho un buen trabajo.

El búzano, de manera similar a la vez anterior, se introdujo en la campana y el artilugio fue girado hacia el estuario, haciéndolo descender con lentitud. La vasija, al quedar oculta por las aguas, hizo emerger grandes burbujas como si de pronto el mar hirviera. Los asistentes miraban hacia abajo esperando que, de un momento a otro, saliera el desgraciado buzo pero nada ocurrió pasados diez minutos.

      Bien, Bono, posiblemente nuestro hombre ha muerto encerrado en esa mole diseñada por vos. No habrá podido mover el pesado bronce para escapar con vida– dijo don Enrique.
      Dadle tiempo, excelencia. Debe hacer su trabajo – contestó Bono sorprendiéndose a sí mismo de su osadía pues tenía las mismas dudas que el enviado real.

Por fin, a los 20 minutos, la delgada soga de señales que bajaba paralela a las de amarre, vibró. El hombre estaba vivo y pedía ser izado. Voces de admiración corrieron por los muelles. Al cabo de unos minutos, la campana asomó y atada a ella un gran ancla que los presentes reconocieron como la que obstruía la desembocadura desde que hacía varios lustros una galera había embarrancado durante una noche de tormenta. Los gritos y aplausos se contagiaron de unos a otros con tal rapidez que parecía que hubiérase ganado una batalla al turco.

      Bien, bien, amigo Bono – el tono de Almeida era ahora muy diferente, amistoso de veras – Vos habéis cumplido, el Rey lo hará también.

Lisboa, 27 de febrero de 1582

A primera hora de la tarde, llamaron a la puerta de José Bono con insistencia. Abrió este y se encontró frente a un alguacil de la corte.

      Firmad aquí el recibido. Es para vos el expediente con privilegio firmado por su majestad y es vuestro el derecho de explorar costas de ríos y mares durante diez años. Habréis de estar a disposición del almirante cuando se os requiera para utilizar vuestro ingenio en labores militares.

Al cerrar el portón, Bono se volvió satisfecho y, en voz alta, exclamó:

      Ya podéis salir, Fernão. Creo que las Indias os esperan.

---oooOooo---


(El documento original del privilegio concedido a Bono se guarda en el Archivo General de Indias)






5/2/17

Máquina mecánica que componía versos en latín





Eureka fue una máquina inventada por John Clark en 1845 que componía hexámetros en latín mediante la combinación de una multitud de bielas, levas y palancas. No era digital pero merece estar entre los artefactos humanos que crean literatura digital. La máquina ha sido restaurada recientemente. 

Para emular las odas de Virgilio y Ovidio, el mecanismo generaba versos de 6 pies formados por dáctilos (1 sílaba larga y dos cortas) y espondeos (2 sílabas largas). La información estaba codificada y "almacenada" en tambores que rotaban, cada uno de los cuales generaba palabras sintácticamente equivalentes, bien fueran nombres, adverbios, verbos o adjetivos, en un orden determinado [adjetivo-nombre-adverbio-verbo- nombre-adjetivo] a fin de que el significado fuera coherente. 

Barbara Froena Domi Promittunt Foedera Mala  

En definitiva, una versión mecánica de la generación por moldes informática actual.

Actualmente, la máquina es propiedad de la Alfred Gillett Trust .


4/2/17

Te veo como si te estuviera viendo




Dicha como advertencia o provocación amistosa, la expresión «peligro de muerte» siguió dándome vueltas en la cabeza durante horas. La tengo aún dentro, la mosca atrapada en la botella que intenta levantar vuelo y choca con los infranqueables cristales, con la barrera invisible. Me ocurre frecuentemente en los últimos tiempos, esto de quedarme atascado con la palabra «muerte». No era así antes. Aunque del rango más modesto, siempre me he tenido por un científico. Y precisamente la ciencia busca establecer certidumbres, de modo que la muerte -lejos de ser un enigma o un misterio- es la evidencia científica por excelencia. Así lo he creído hasta hace bien poco. Si hace un año alguien me hubiese preguntado «¿Qué será de mí tras la muerte?», le hubiera respondido sin vacilar: «Primero serás una efigie lamentable y exánime que después se convertirá poco a poco en algo abominablemente hórrido, que más tarde se desplomará en cascotes, para hacerse luego polvo y finalmente acabar en nada.» No hay mucho más que añadir. Y sigo pensando así, créeme: mantengo esta versión científica de la muerte.
      Y sin embargo, junto a ella, desde hace un año atisbo algo más… Se me impone otra evidencia: inexplicable, incomprensible, negra y también escandalosa y opacamente consoladora. Si es que se puede llamar consuelo a que el dolor siga vivo y no se resigne al acatamiento final de lo necesario. De esta perplejidad contradictoria, como de tantas otras dulces o amargas de mi vida, eres la responsable. Para entendernos: yo sé que has muerto, Lucía, asistí a la devastación del cáncer y a su culminación lógica, irresistible, fatal. También estoy seguro -estremecido, escalofriantemente seguro- de que ahora sigues los diversos estadios degradantes que establece para cualquiera de nosotros y para todos el concepto científico de la muerte. No quiero imaginarte hoy, ahora, no puedo, no lo soporto. Todo eso lo sé, lo comprendo, doy razón de ello. Pero hay algo más, que se opone a toda mi acrisolada sensatez. Te sigo viendo, Lucía. Sí, te veo. Ni mejor ni peor de lo que siempre fuiste, tan imprescindible para mí como en cualquier otro momento desde que nos conocimos, atenta, irónica, enfurruñada, a veces displicente aunque sabes que eso no me gusta. Conmigo, no. Te veo y te hablo. Tú lo sabes muy bien y me comprendes, ¿verdad? Claro que sí.
      Por supuesto que no estoy loco ni tengo nada de místico, de modo que ya sé que esto no puede ser. Pero precisamente porque soy hombre de formación científica no quiero negar la evidencia de mis sentidos: no digo ni mucho menos que lo imposible pueda ser, sólo me limito a constatar que lo imposible es. Llego a casa y me esperas sentada en tu sillón favorito, en el que leías una tras otra novelas policíacas, o en la cocina, o incluso un par de veces te he encontrado en el retrete y me he retirado tras cerrar de prisa la puerta, murmurando «¡Huy, perdón!».
      Entonces… ¿la muerte? Y que conste que no pienso ahora mejor de ella que antes. Pero, claro, resulta que te veo y por tanto puedo hablar contigo. Me respondes asintiendo o negando con la cabeza, sonriendo, amenazándome con el dedo, sacándome la lengua… No sé si podría evitar verte, pero desde luego no quiero. ¡Hace tanto que no sé vivir sin tu compañía! Quizá se trata de eso: lo mismo que una tira de papel enrollado guarda cuando se lo alisa la tendencia a recuperar su formato anterior, puede que el alma también adquiera el pliegue de las frecuentaciones y los afectos que le han sido imprescindibles. Entonces eso quiere decir que tú sigues conmigo por costumbre, y por dulce y menesterosa costumbre te sigo viendo yo. Ahora mismo, ahora mismo te veo: igual que siempre, intacta y cotidiana, un poco despeinada, algo impaciente por mi manía de darle tantas vueltas a las cosas. Te veo como fuiste, es decir como eres, o sea como estoy convencido de que nunca dejaras de ser, aunque lo demás haya cambiado por fuera horriblemente. Te veo así, tal cual, tú misma. Te veo como si te estuviera viendo.


Fernando Savater, "La hermandad de la buena suerte"





Hoy




Hoy.

Ojalá los calendarios no tuvieran esta fecha. Ojala, vientos amigos hubiesen arrancado todas las hojas de todos los calendarios de todos los años de tal día como hoy. Ojala nunca hubiese ocurrido. Los malos duendes de la melancolía, la desesperanza y el dolor rebuscan hoy por los cajones de mi memoria y te evocan. El universo te recuerda. El cosmos llora. Yo lloro. Y las artes de toda la historia confluyen para honrarte cuando llega este día.

Los timbales y las trompetas de Purcell fueron musicados para ti, para ser escuchados en tu honor.

Neruda escribió La noche está estrellada y tú no estás conmigo para que yo lo leyera esta noche.

El destino sabía que el Lacrimosa de Mozart fue creado para nosotros.


El grito final de muerte helada de La Boheme era por tí.

y con Machado he aprendido que habría de hacerse Su voluntad contra la mía. Siempre fue así, siempre es así.

La barca rosa de Gabriela Mistral era la tuya, tierna compañera.

Dante ya sabía que serás la Beatriz que me guíe y me salve cuando arribe mi turno.

Te buscaré más allá de las tinieblas, mi dulce Eurídice. Y no miraré atrás.

También yo, como León Osorio, cien veces quise interrogar al cielo pero ante mi desventura el cielo calla.

He sentido el manotazo duro, el golpe helado, el hachazo invisible y homicida que Hernández anunció.

Con Quevedo espero que seas polvo enamorado. Yo lo soy. Siempre lo seré.

Me aferro a los versos de Dylan Thomas: aunque los amantes se pierdan quedará el amor y la muerte no tendrá señorío. Eso sí te lo garantizo.

Y Martí i Pol sabía ya que no tornarás pero que perduras en mí de tal manera que me cuesta imaginarte ausente para siempre.


Sólo anhelo, con Manrique, a que mi río desemboque en tu mismo mar y nuestras aguas se confundan otra vez.