28/2/23

Portal de poesía victoriana

 


Se presenta un portal de poesía victoriana que incluye más de 15000 poemas publicados en revistas y periódicos durante gran parte del siglo XIX; concretamente entre 1817 y 1901. 

Está muy bien organizado, con subconjuntos preprogramados si no se desea utilizar el buscador en toda su potencia, como por ejemplo poemas escritos por mujeres, poemas escoceses, que versan sobre animales, sobre hadas, etc.

El buscador permite localizar poemas por tipo de publicación, por autor, por tipo de estrofa, por título del poema, por fecha, por  nacionalidad, etc.

Una excelente iniciativa que pone al alcance de todos miles de poemas que quedarían en el olvido de otro modo.

Puede accederse al portal desde este enlace.



25/2/23

Lords of Infinity

 


Lords of Infinity, de la compañía californiana Choice of Games LLC, es un juego narrativo e interactivo que está aún en fase de desarrollo ya que, a la fecha de esta entrada del blog, pueden leerse solo dos capítulo.

Basado en una novela de Paul Wang, narra la historia de un noble confrontado entre sus ideales y las más ruines maneras de progresar en la sociedad de un planeta regido por aristócratas decimonónicos. Se trata de una obra que basa su desarrollo en el puro texto, sin sonidos, sin gráficos y sin efectos. Más de millón y medio de palabras que pueden leerse o no en función de las decisiones que tome el lector.

Hay que señalar que en muchos párrafos no hay ninguna decisión a tomar, tan sólo cabe continuar con la lectura.

Siendo una secuela de Guns of Infinity, el lector puede importar algún personaje de ese juego o bien crear otro o bien basarse en alguno de los 4 predeterminados que propone la obra.

Los dos primeros capítulos ya disponibles pueden leerse, gratuitamente, en este enlace.

Para los siguientes hay que registrarse.








23/2/23

Microsoft limita el uso de Bing con ChatGPT

 


Microsoft ha anunciado que limita la utilización del buscador Bing con ChatGPT

Al parecer, miles de usuarios han comenzado a hacer pruebas entablando largas "conversaciones" virtuales con el buscador en donde el utilizador humano buscaba los fallos de la red neuronal conversacional. Como consecuencia, esta comenzaba a dar respuestas incorrectas, políticamente muy incorrectas o alocadas. Esto es así porque, como ya se ha explicado en otras entradas de Biblumliteraria, la red busca una respuesta "aprendida" (es decir, deducible de sus reglas internas) a una pregunta que, a priori, debe ser de buena fe, bastante banal y poco rebuscada. Cuando estas restricciones de entrada no se dan, la red neuronal puede contestar cualquier cosa ya que no sabe qué está diciendo. Es sólo un algoritmo. Además, es un algoritmo destinado a contestar preguntas concretas, no a conversar como si de un humano se tratara.

En su comunicado, Microsoft dice haber detectado que estas situaciones se dan en "conversaciones" largas ya que el sistema va memorizando en caché lo que se está diciendo para mantener el contexto. Señalan que, para una búsqueda convencional, sólo el 1% de las demandas requiere más de 50 mensajes.

Por ello, Microsoft ha decidido restringir a cincuenta el número de mensajes diarios que cada cuenta puede realizar al Bing que integra ChatGPT. Además, cada búsqueda sólo podrá tener un máximo de cinco peticiones. Tras alcanzar dicho número, el usuario deberá limpiar la caché contextual para poder seguir. Microsoft señala que la red neuronal se equivoca si las sesiones son complejas y largas. 

En el fondo, lo que Microsoft hace es forzar a usar Bing como buscador, no como "chateador". Si usted quiere conversar, llame a un amigo, no a Bing.

En cualquier caso, utilizar el Bing con ChatGPT no es sencillo: hay que darse de alta, descargar una aplicación para el móvil, usar la cuenta de Microsoft, esperar a ser validado, recibir el mensaje de validación... un jaleo que no anima a dejar Google.



22/2/23

La inteligencia artificial copia, no crea.

 



Durante los últimos meses, las redes y los periódicos se han llenado de noticias sobre los sistemas de escritura basados en inteligencia artificial, más concretamente en redes neuronales más o menos complejas.

El éxito, bien alimentado por el marketing, de ChatGPT o el buscador Bing, o el futuro Bard, han sobrepasado todo lo esperado aunque, una vez transcurridos los primeros momentos, el interés va decayendo.

Lo interesante del caso en este momento es que los grandes medios de difusión de noticias han comenzado a protestar ya que estos sistemas de IA son "entrenados" utilizando ingentes cantidades de documentos y noticias escritas anteriormente, las cuales han sido creadas por periodistas humanos y empresas humanas. Sin embargo, cuando OpenAI o Google han entrenado a sus redes neuronales (básicamente se trata en presentar como entrada una pregunta y ver qué ofrece la red neuronal a la salida. La primera vez es un desastre pero repitiendo la operación millones de veces, la red neuronal va "aprendiendo" cuáles son las respuestas correctas eligiendo de entre un corpus enorme de información en Internet. Es decir, estos sistemas en el fondo, detectan patrones y realizan una combinatoria gigantesca hasta dar con las opciones correctas que son validadas por seres humanos expertos, antes de dejar que el programa sea usado por otros.) sin pedir permiso alguno ni pagar licencia alguna a los que realmente habían creado esa información. Por así decirlo es como si nos entrenáramos para hacer una tarea pero sin pagar al entrenador o sin pagar los libros en los que me baso para entrenarme.

Ahora, medios como la CNN, la News Corp.’s Dow Jones o el Wall Street Journal comienzan a reclamar sus derechos económicos entendiendo que, en realidad, son sus periodistas los que están haciendo, o al menos colaborando de manera necesaria y vital, en el entrenamiento del sistema. Es más, al parecer, en algunos casos, las IA dan respuestas basadas en informaciones de pago de esos diarios. Informaciones por las que un lector humano debe pagar pero que los entrenadores de las redes neuronales han tomado simplemente de sus bases de datos.

Estos intereses comerciales se dirimirán de manera amistosa o judicial, tanto da. Pero, lo importante aquí es tener claro que, por muchos mensajes comerciales que se lancen, las redes neuronales no crean sino que "imitan" y sin creaciones previas humanas poco podrían hacer. Es un juego de patrones, en realidad. Un juego de enorme tamaño sólo manejable por un ordenador, pero un juego de patrones al cabo. Si yo pudiera memorizar todas las grandes novelas de la historia, probablemente podría escribir algo digno pero no sería más que un copia-pega.

Las redes neuronales destinadas a asuntos técnicos pueden, sin duda, determinar nuevos conocimientos porque las leyes físicas se van a cumplir siempre (aunque es más dudoso si podrían, con el estado de la técnica actual, cambiar el paradigma, pasar de Newton a Einstein) e igualmente, en el campo del lenguaje, pueden crear frases correctas porque las reglas sintácticas pueden imitarse, tal como de hecho, lo hacemos de niños los seres humanos. 

Pero, por el momento, "crear" algo nuevo, algo que tenga valor literario, es más complejo. Mala literatura, seguro que se puede hacer. No es nada nuevo. Hay muchos ejemplos. Basta mezclar e imitar párrafos de un lado y otro. Pero crear una historia novedosa que realmente perdure, que nos emocione, es otra cosa.

Eso sí, es cuestión de tiempo. Se logrará. ¿300 años más, quizá? 

El problema es que no conocemos cómo surge la creatividad en el cerebro.


21/2/23

Éducation et jeux vidéo

 


Aunque prevista para mañana, se retrasa al viernes 24 la conferencia titulada Éducation et jeux vidéo  que impartirá la doctorando Amélie Vallières de la Universidad de Quebec en Montreal por twitch. Valliéres se especializa en educación y literaturas electrónicas y multimedia.

La charla se inscribe en el ciclo Émergence de l'imaginaire que pretende explorar la imaginación creativa y la construcción de un corpus de fantasía y ciencia ficción.

Más información en este enlace.




A Penny Saved is A Penny Earned

 


A Penny Saved is A Penny Earned, de kimberlygliu,  es un juego narrativo interactivo, en el que se simula la vida diaria en un trabajo de oficina y se van ofreciendo opciones sobre cómo invertir el dinero que uno tiene. En función de las decisiones que se tomen a lo largo de la historia, el juego acabará de una u otra manera.

Al final del juego, se presenta un resumen de las decisiones tomadas y sugerencias de cómo podría haberse hecho mejor.

Desarrollado para RenPy.

Puede descargarse desde este enlace, tanto para PC como para MAC.






20/2/23

Writely



Están de moda las aplicaciones que ayudan a escribir o, mejor dicho, que escriben por uno mismo. Si bien, conceptualmente, parece una barbaridad que la Humanidad esté renunciando a la escritura y que se conforme con textos que responden a repetitivos patrones, lo cierto es que la carrera, al menos la comercial, está desbocada en ese sentido.

Una aplicación de este tipo es Writely que permite generar un texto a partir de una frase corta que el usuario introduce como semilla de lo que hay que tratar y ciertas restricciones como para qué queremos escribir el trabajo (si es para un blog, si es para un mail, para realizar una descripción de un vídeo de Youtube, etc.). Incluso propone convertirse en un chatbot que hable con uno mismo, para lo cual hay que estar rematadamente solo en la vida.

Más información en el enlace del producto.




19/2/23

El extremo norte del continente norte

 



En la larga fila de hombres que esperaban frente a la oficina del capataz jefe, la gran mayoría provenían del distrito 26, el más peligroso de Ekson. Tipos crueles, asociales, acostumbrados a disciplinas militares y al agobiante calor de la cara diurna del planeta. Miré a mi alrededor escrutando sus rostros, temiendo que alguno de ellos se percatara de que yo era una mujer.  Para aquel trabajo, duro y peligroso, sólo aceptaban varones y si llegaban a descubrir mi engaño, me apalearían sin piedad.

Me pregunté qué diablos estaba yo haciendo en aquella sinuosa línea de miserables y la respuesta me vino en forma de recuerdos tristes; memorias de la guerra que había desolado mi distrito, el 67; difusas imágenes de los campos áridos y contaminados; el ataque de los caminantes del desierto; los incendios que devoraron nuestras ciudades; los ojos de mi padre animándome a marchar cuando ya la vida se le iba por aquella herida abierta en su vientre. Había huido sin rumbo y me embarqué como polizón en el primer carguero que salió para el continente oeste, sin plan alguno que no fuera sobrevivir y alejarme de la destrucción que había acabado con mi hogar. Cuando, tras vagar varias semanas por terrenos yermos, hambrienta y sedienta, hastiada de sobrevivir gracias a la caridad y aún desorientada, vi que reclutaban trabajadores para los tendidos de climatización colgante, no me lo pensé dos veces. Necesitaba un trabajo, comer cada día, una cama donde reposar y la seguridad de un grupo. Todo eso me lo podía ofrecer la Climan-Climan, la gran y única corporación que refrigeraba o calentaba el planeta, según el hemisferio en que uno habitase.

¡Siguiente! – vociferó el supervisor. Me acerqué con la cabeza gacha, confiando en que las vendas que apretaban mis pechos para disimularlos, la suciedad en mi cara y la amplia chaqueta raída que había robado camuflaran mi auténtico género.

El individuo apenas me miró. Se le notaba cansado de pasar el día contratando infelices y sudaba copiosamente. Tomó un formulario y me preguntó:

¿Nombre?
Merkov. – contesté, mintiendo. Mi verdadero nombre era Ladia.
¿Edad? – carraspeó, y se pasó el dorso de la mano por la frente.
Veinticuatro. – procuré entonar con la voz más grave de la que fui capaz.
¿Enfermedades?
Ninguna. −repuse.
Todos decís lo mismo y luego no aguantáis ni diez jornadas. Veintiocho doblones, dos comidas y seis litros de agua al día; cama con el grupo 95, en la cara diurna, una ducha cada semana. ¡Firma! 

No era mucho. Veintiocho monedas era un sueldo de miseria, pero al menos comería, dormiría en una litera y, sobre todo, tendría más agua para mí sola que la mayoría de los habitantes del planeta. Me había tocado en suerte el peor de los hemisferios, en el que los días eran eternamente largos y el calor insoportable. Hubiese sido mejor el contrario, con largas noches estrelladas y heladas, pero no había opción a elegir. Firmé.

Sigue al dirigente de tu cuadrilla – y movió el dedo indicándome la dirección donde esperaba un hombre carnoso, ya de edad avanzada, faz llena de arrugas y manos enormes. 

Caminé hacia él y me detuve junto a los que ya estaban a su alrededor. Estaba inquieta por lo que aquella loca aventura iba a depararme, pero, a la vez, dichosa de alejarme de mi propia soledad y mis tristes memorias.

Otro enclenque de mierda, – dijo el patrón de la cuadrilla al verme– este no dura ni una semana.

Instintivamente, con la ira que me provocó su comentario, miré a sus ojos desafiándole para, dos segundos después, arrepentirme al darme cuenta que ponía en riesgo mi ardid. Por fortuna, se limitó a devolverme la mirada, girar su cabezota y escupir con fuerza hacia el otro lado. Un rato después, nos hizo entrar en nuestro cubículo.

Comed ahora, lo vais a necesitar – dijo con desgana −. Dentro de media hora, os explicamos qué vais a hacer.

Acababa de empezar a trabajar como instaladora de los sistemas colgantes de aire acondicionado que enfriaban los rascacielos de las decadentes ciudades del planeta.

--o0o--

En el colegio, habíamos estudiado que Ekson llegó a ser un astro floreciente y pacífico, con notables avances técnicos, no hacía tanto, quizá sólo unos dos mil años antes. Pero Ekson adolecía de una dolencia innata. Su periodo de rotación era de cuatro años; giraba lentamente, tan despacio que el calor en la cara que enfrentaba su estrella – Imanán −  llegaba a ser insoportable. Durante milenios, mientras Imanán permaneció en la secuencia principal, las condiciones climáticas fueron razonables pero a medida que la estrella fue deviniendo en gigante roja y aumentando de diámetro, sus capas exteriores se acercaron a Ekson, la radiación creció y la vida en el planeta se tornó inclemente, violenta y asfixiante. Días que duraban cuatro años, dos de luz abrasadora y otros dos de noche oscura como el carbón. Pronto, en unas pocas décadas, las máquinas se averiaron, los lubricantes se evaporaron, los sistemas fallaron y la energía se redujo a niveles preindustriales. Grandes áreas continentales se cubrieron de arena y los mares se salinizaron en demasía. La producción de bienes cesó en gran parte de los continentes y millones de seres quedaron encerrados en edificios enormes en los que ya no funcionaban ni los ascensores, ni las luces, ni los electrodomésticos. Poco a poco, ejércitos de tribus nómadas, bárbaras y armadas, fueron sustituyendo a los gobiernos. En algunas zonas, como en mi desaventurado distrito 67, el pillaje y los asaltos acabaron por destruirlo todo. 

La Climan-Climan había sido creación de uno de aquellos señores de la guerra que, habiéndose impuesto a sus adversarios en buena parte del planeta y controlando los únicos pozos de petróleo que quedaban en el mundo, se había propuesto blanquear su pasado dedicándose a actividades menos deshonestas. Acercándose a su vejez, escribía su propia biografía que ansiaba adornar con pretendidas buenas acciones. De tanto en cuando, otorgaba una gratificación extraordinaria a algún trabajador, entregaba una casa a alguna viuda de operario fallecido en accidente, o elevaba el salario en dos míseros doblones para volverlo a reducir unos meses después, con el único objetivo de escribir un capítulo en que se auto loaba con esas magnanimidades. Como se bromeaba entre los trabajadores, había que rezar para cruzarte con el dueño “en un buen capítulo”. El saludo “¿Cómo va el capítulo de hoy?” era muy popular entre los hombres que se cruzaban en los barracones para preguntar cómo marchaba la jornada.

En los grandes rascacielos que antes fueron orgullo de Ekson, la temperatura se elevaba de manera insoportable en los larguísimos días del planeta. Muchas de aquellas casas llegaban a tener hasta diez mil habitantes que deambulaban por las escaleras, arriba y abajo, como hileras de hormigas. Ahorrando cada uno un poco de su salario, lograban poder costear lo que se llamaba el enfriamiento, operación que solía efectuarse a la mitad del día planetario, es decir cuando el edificio se había ya calentado durante todo un año. Con el enfriamiento se alcanzaba a sobrevivir hasta la noche de Ekson, un año después. 

La Climan-Climan había construido unas enormes bombas de calor volantes que colgaban de no menos de cuarenta globos dirigibles por unidad. Cada dispositivo ocupaba un volumen de unos quinientos metros cúbicos y, en su interior, se disponían seis grandes condensadores de gas refrigerante, otros tantos evaporadores, doce ruidosos compresores de émbolos que consumían una cuantiosa cantidad de keroseno y circuitos especiales con válvulas de expansión que precisaban de diez hombres para hacer girar sus manivelas de activación. En la lejanía, aquel artefacto parecía una nave espacial que hubiera llegado de más allá de las estrellas. Mirado de cerca era una aglomeración de mecanismos mal ajustados y oxidados que sólo funcionaba por el esfuerzo denodado de sus operarios.

Una vez situado el enorme dispositivo sobre el rascacielos a enfriar, a una distancia de unos treinta metros sobre él, decenas de hombres se descolgaban desde los dirigibles arrastrando los tubos – de hasta dos metros de diámetro – que conducían el aire frío hacia su destino. Haciendo rápel sobre cuerdas y batallando con la inercia de las tuberías, las encajaban en los ventanales más altos y subían rápidamente antes de que los refrigeradores enviaran su ráfaga de aire congelado, a unos ciento veinte grados por debajo del cero. Era necesario estar de regreso en las carlingas superiores antes de comenzar el proceso porque, de otro modo, al contacto del aire frío con la caliente atmósfera, se formaban gigantescas turbulencias que agitaban las cuerdas como si fueran pavesas llevadas por el aire y los braceros se accidentaban. Tras unas horas de hacer circular este aire acondicionado a través del edificio, los hombres volvían a descolgarse, soltaban los tubos, los izaban con enorme esfuerzo y marchaban al próximo encargo. Un negocio muy próspero para la empresa, aun cuando en cada una de aquellas operaciones resultara herido, y a veces muerto, algún trabajador, bien por ser golpeado por los tubos, quedar congelado instantáneamente o soltarse de las sogas. Sólo alguno que otro era gratificado si coincidía con que el propietario deseaba endulzar su biografía, si era un día de “buen capítulo”. La mayoría eran despedidos por no poder trabajar debido a sus heridas.

Merkov, te apuesto dos doblones a que llego antes que tú – dijo Belter al tiempo que me guiñaba un ojo. Treinta y siete cuerpos colgaban de otras tantas cuerdas en una imagen que se asemejaba a la lluvia cayendo desde las nubes.
Dalos por perdidos – contesté.

Sonó la sirena avisando que iba a procederse a la descarga de aire helado. Teníamos tres minutos para trepar hasta las carlingas intermedias y ponernos a salvo. Por mi tamaño menudo y mi agilidad – no podían imaginar la auténtica razón por la que mi cuerpo era más grácil que la del resto de los hombres – se me daba bien moverme por las cuerdas. Era un trabajo peligroso, pero me gustaba la emoción de cada descenso y me sentía viva, tan viva como jamás había estado antes.

Mierda, Merkov. Me ganas siempre – protestó Belter al llegar arriba−. No me extraña. Con lo delgaducho que estás no tienes que cargar con tu peso cuerda arriba.
Las excusas del perdedor – reí con ganas y le miré con afecto. Abajo, había comenzado la descarga y los pisos superiores, abandonados de vecinos, se cubrían de hielo. Teníamos un par de horas para relajarnos y charlar.

--o0o--

Desde que ambos comenzáramos a trabajar en el grupo 95, nos habíamos convertido en inseparables, quizá porque éramos los únicos que compartíamos edad e intereses. El resto eran hombres maduros, de vuelta de todo, amargados, poco dados a charlar y entregados a la bebida del jorki, un alcohol duro y áspero que se extraía de la maleza.  Nosotros, no. Preferíamos jugar al ajedrez, compartir bromas, hacer apuestas sobre nuestras destrezas, leer novelas de aventuras antiguas y cantar canciones con voces desafinadas pero voluntariosas. Él no parecía sospechar que yo era una mujer, aun cuando me hacía comentarios que alguna vez llegaron a preocuparme.

¿Es que a ti no te crece la barba, Merkov? Joder, pareces una nenaza. Cualquier día, vas a tener un problema con algún bestia de nuestro cubículo. 

 Al principio, se trató sólo de compañerismo, de la amistad natural entre dos jóvenes que no tienen a nadie más, pero pronto comenzamos a compartir nostalgias y sueños. Entre enfriamiento y enfriamiento llegamos a tejer una amistad profunda, una hermandad impropia de aquellos años bárbaros. 

En una ocasión nos dieron cuatro días de permiso. Solía ocurrir cuando los refrigeradores volantes necesitaban mantenimiento. Belter llegó pleno de entusiasmo.

¡No lo vas a creer! – me dijo envuelto en una sonrisa que me hizo enternecer – Me han prestado una Donguer, cien kilovatios. ¡Venga, vamos a la noche!
Eso está lejísimos. 
No tanto. He estudiado el mapa. No estamos lejos del poniente. Podemos llegar en 4 horas. ¡Vamos!¡Vamos! ¡Hace tanto tiempo que no vemos la noche, Merkov! ¡Hace tanto!

Yo había perdido el sentido del tiempo. Los dirigibles nos llevaban de aquí para allá, siempre por el lado diurno de Ekson que era donde se precisaban los enfriamientos. Los climatizadores volantes que calentaban el hemisferio oscuro eran iguales a los nuestros, invirtiendo sólo el ciclo térmico. Los hubiésemos manejado con similar destreza, pero la Compañía nunca intercambiaba operarios entre unas instalaciones y otras, de modo que la noche era para mí un capricho lejano. La oferta era, pues, tentadora. Observar el cielo negro, las estrellas. Ya apenas las recordaba. Titilaban hermosas en el distrito 67, antes de que la guerra lo arrasara todo.

¡Vamos! – dije, y mi rostro se pintó de la misma ilusión que a él le imbuía.

Una Donguer era un vehículo de tres ruedas que alcanzaba los cien kilómetros por hora. Consumía keroseno y nos habían dejado dos bidones, suficientes para ir y regresar. Miré el mapa y, como Belter había afirmado, nuestro deambular por el planeta nos había colocado próximos a la cara oscura, a pocos cientos de kilómetros del terminador. Tomamos algo de comida, varias cantimploras de agua y unos sacos de dormir que colocamos como pudimos en el cofre del vehículo. Belter se montó a los mandos y yo me coloqué detrás, asiéndome a su cintura. Sentí que el corazón se me derretía. Resulta extraordinario comprobar cómo se puede llegar al alma humana tan sólo a través del contacto de un cuerpo. 

Quizá algún día pueda contarte la verdad – murmuré muy bajito, mi rostro contra su espalda.
¿Qué? – contestó él.
¡Qué arranques ya este dichoso trasto! – grité. Y el ruido del motor tapó mis pensamientos.

Llegamos al horizonte oscuro en pocas horas.  La noche. Nos embargaba la emoción tras tanto tiempo sin haberla visto. Desde lejos, un arco iris de colores parecía franquear la puerta a la umbra. El azul se convertía en amarillo, este en anaranjado y finalmente el negro de la oscuridad sin solución de continuidad. Cuando el crepúsculo nos cubrió, Belter detuvo el motor.

Quiero escuchar la noche – dijo con una ingenuidad que le hizo aún más bello.

Nos sentamos allá mismo mientras el giro de Ekson arrastraba el día en dirección opuesta y el cielo se cubría de luceros. Tuve ansías de decirle la verdad, de desnudarle, de desnudarme, de amarlo bajo aquella alfombra de estrellas parpadeantes, pero lo hubiera arruinado todo y me contuve. Comimos y charlamos, conversamos durante muchas horas.

¿Sabes? Algún día me estableceré en el extremo norte del continente norte. – Belter miraba al horizonte mientras hablaba.
¿El extremo norte del continente norte? – la descripción me cautivaba.
Me han contado que, allá, estando tan próximos al polo del planeta y rodeados por el océano, el clima es benigno y crecen los sembrados. Me han dicho que hay ríos rumorosos, fresnos de altas copas, y que vuelan los albatros en el cielo. Basta un corto trayecto para pasar del día a la noche, casi a voluntad.

Yo, que no sabía dónde estaba aquella tierra tan al norte, que no conocía cómo eran los fresnos y que no había visto nunca los pájaros de los que hablaba, sentía un irresistible deseo de acompañarle. 

Parece demasiado bonito – repliqué. – Podría acompañarte si me invitas.
¿Por qué no? – me miró, reflexionó un instante, y prosiguió – Montaremos un negocio de enfriamientos. La Belter & Merkov. Y le haremos competencia a la Climan-Climan
De eso nada – protesté sin mucha convicción −, será la Merkov & Belter.
Hecho – y me mostró su mano extendida que yo choqué con la mía en señal de acuerdo.

Yo, por mi parte, le contaba del distrito 67, de la casa de mis padres, de mi madre que había muerto siendo yo una niña, de la escuela a la que fui, de mis hermanos y mi abuela que tan bien recitaba poemas. Los añoraba mucho. La guerra había asolado el 67. Una noche llegaron los hombres de Enkelrjahn y no preguntaron. Comenzaron a quemarlo todo y a matar a quien corría para escapar. Nadie supo nunca el porqué del ataque. Quizá fuera porque estorbábamos en los planes de sus negocios o en la expansión de sus trapicheos. Sea como sea, arrasaron con todo. Yo logré esconderme, viendo horrorizada cómo apuñalaban a mi padre y a mis hermanos sin que yo tuviera el valor de defenderlos. Cuando todo pasó, me encontré sola (dije “solo” para él, pues tenía cuidado en usar el género apropiado), sin recursos, hambrienta, atemorizada, deseosa de escapar de aquel lugar. Caminé hasta el puerto y me embarqué.  

Nos miramos y ya no dijimos más. No era necesario. Íbamos a disfrutar de la noche y sobraban las horas de desencanto y amargura.

Regresamos al día con desgana. El retorno lo hicimos en silencio bajo el monótono ronroneo del motor de la Donguer. Volver al sol abrasador, al calor y al trabajo nos sumió en una compartida melancolía. Devolvimos el vehículo y nos dirigimos al cubículo. Justo antes de entrar, Belter se detuvo, me miró y me dijo:

Gracias por estas horas. Ha sido un buen capítulo, hoy. Y gracias por ser mi amigo.
Se volvió y entró en la barraca. Yo le seguí, sabiendo que me había enamorado. 

--o0o--

Los meses continuaron, los unos parecidos a los otros. Cada jornada, los dirigibles de helio situaban los refrigeradores sobre la vertical de los rascacielos. Nos descolgábamos, conectábamos los tubos y trepábamos a toda velocidad. Tras unas horas, la operación se repetía. Los compañeros de grupo seguían siendo tan indeseables como antes pero la fuerza de la rutina los hacía soportables. Nuestro sol, Imanán, brillaba igual todas y cada una de las interminables horas, el cielo permanecía en su inalterado azul pálido, el capataz continuaba tratándonos como a esclavos, las válvulas de expansión se seguían atrancando regularmente y todo era repetitivo e igual. Todo menos mi relación con Belter. En apariencia, para él nada había cambiado. Seguíamos haciendo la misma vida, contábamos los mismos chistes, jugábamos las mismas partidas de ajedrez y leíamos las mismas novelas. Pero yo, en lo más íntimo, lo veía todo diferente. Belter no era ya un amigo, un colega, un compañero.  Ahora, cuando comíamos, vigilaba que comiera suficiente, cuando dormíamos velaba sus sueños, cada vez que descendíamos por las sogas, yo vigilaba que no le ocurriera nada. Cuando ascendíamos para librarnos de los riesgos de la conexión del aire frío, yo me aseguraba que él llegaba sano y salvo a la carlinga, con temor de que pudiera sucederle algo.

Quizá no era sólo el amor lo que me había hecho cambiar. Quizá, esa alerta que yo mantenía hacia todos sus movimientos respondía a un presentimiento de que la fatalidad siempre acecha. Un temor que desgraciadamente se hizo realidad el día que nos tocó enfriar el rascacielos JKN-45, en el distrito 92. Como siempre, comenzamos la operación sin contratiempos. Arriba, el gran climatizador vibraba agitado por los motores que movían los compresores. Los hombres estaban ya dispuestos sobre las válvulas y nosotros estábamos finalizando la conexión de los tubos a los ventanales superiores. Aquel día, sin embargo, Belter observó algo extraño en el interior del edificio. Una persona, sin duda un loco, no había descendido a los pisos inferiores y permanecía en el superior. Moriría congelado si no bajaba rápidamente, en cuanto el viento refrigerado le alcanzara.

¡Mierda! – gritó – Hay un tipo en el piso. 
¡No hay tiempo Belter! ¡No hay tiempo! – le grité yo − ¡La sirena ha sonado. Tenemos tres minutos. Tres minutos, Belter!
¡Empieza a subir Merkov, rápido! ¡Yo te sigo en cuanto ese imbécil me vea y le indique que descienda!
¡No, Bertel, no hay tiempo, no hay tiempo! – estaba asustada, pero él no me escuchaba.
¡Sube! – me ordenó, al tiempo que él propinaba patadas al cristal para que aquel chiflado desorientado se percatara del peligro.

Mientras subía por la cuerda pude llegar a ver que Belter desistía finalmente y comenzaba a trepar. Era un buen profesional y podía lograrlo. Quedaban suficientes segundos. Sí, quería pensar que quedaban suficientes. Podía ver la fatiga en su expresión, las venas de sus manos hinchándose en cada acometida, la tensión de sus brazos. Acababa yo de llegar a la carlinga y miré hacia abajo. Los compañeros gritaban a Belter para que se apresurarse, para que se esforzara más. Le faltaban apenas cinco metros para estar a salvo.

Sucedió entonces. El flujo de aire acondicionado, subenfriado a menos de 120º por debajo del cero, infló los tubos y sacudió todo el sistema. Como las leyes de la física imponen, el aire caliente de la atmósfera se vio súbitamente desplazado por el aire recién congelado y un ciclón lo agitó todo. La cuerda de Belter osciló una decena de metros a gran velocidad, se tensó y destensó, recorrió una trayectoria aleatoria, y, aunque él iba bien sujeto, acabó golpeando fuertemente contra uno de los tubos. Escuché el grito de dolor de Belter.

¡Tirad! – grité dando la orden con una decisión que sorprendió al capataz y al resto de la cuadrilla. − ¡Tirad! ¡Subidle de una puta vez!

Al poco, Belter estaba arriba, a salvo, pero malherido. El impacto había sido tan fuerte que posiblemente se la habían roto varios huesos. Respiraba agitadamente y estaba inconsciente. En una barquilla de salvamento le bajaron hasta la tierra. Yo bajé con él. El médico de guardia le revisó sin mucha gana. Al cabo, esto sucedía cada día.

Yo creo que tiene opciones de salir de esta – afirmó tras unos minutos. – Varias costillas rotas, heridas por todo el cuerpo y ha perdido sangre. Ahora mismo, lo más importante es contener la fiebre y que no se le infecte nada.  
Yo le cuidaré – repuse.
¿Sabrás hacerlo? – preguntó el galeno, pero no esperó respuesta. En mi mirada vio que si algo iba a saber hacer en este mundo era cuidar de Belter.

Nos habían dejado una estancia para nosotros. Las literas del cubículo no eran lugar para un herido. Durante horas estuve poniendo paños húmeros sobre la frente de Belter que, a ratos permanecía en calma y a ratos divagaba en sus pesadillas. El calor era insufrible y aquella habitación tenía poca ventilación.  Con un cartón abaniqué el aire hasta que yo misma no pude más. 

Tras varias horas, por fin, pareció que la fiebre bajaba y su sueño se tornó tranquilo. Yo estaba agotada, empapada en sudor y me había quedado adormilada. Necesitaba lavarme y refrescarme. Me acerqué al pequeño lavabo y me quité la camisa. Aflojé y retiré las vendas que siempre llevaba para disimular mis formas, me humedecí el cuerpo con agua y sentí un alivio reconfortante. Luego, me desprendí de los pantalones y repetí la operación con mis piernas. Lo hice con parsimonia, disfrutando de la sensación de frescor que me brindaba el agua fría. 

Fue entonces cuando le escuché a mi espalda:

Sabía que eras un hombre muy raro… pero no tanto. – Estaba erguido sobre el camastro, su torso desnudo, empapado en sudor pero sonriente, con una expresión que delataba su sorpresa y su agrado. 

Me quedé mirándole sin decir palabra. Yo, que había pasado por tantos sinsabores y que había convivido con hombres rudos sin inmutarme, me cubrí los pechos con mis manos, presa de un pudor estúpido. 

¿Puedes creer que lo sospeché cuando visitamos la noche? – adelantó la mano hacia mí.
¿Puedes creer que estuve tentada de contártelo todo?
Ahora que te miro mejor, me gustas mucho, Merkov – seguía sonriendo.
Ladia. Soy Ladia
Ladia – repitió él como si hubiera descubierto un tesoro. Repitió mi nombre varias veces, como si lo masticara, deleitándose en las sílabas, como quien prueba el chocolate por primera vez.

  Me acerqué, desnuda como estaba, a la mano que me había tendido. Se la así con suavidad y me abracé a él.

Aughh! – se quejó, y yo me di cuenta que sus costillas no estaban para hacer lo que ambos deseábamos.


Nos besamos durante largo tiempo. Acaricié su cuerpo intentando no hacerle daño y él se dedicó a tocarme entera. Le traje un vaso de agua y volvimos a besar nuestros labios mojados. Apenas hablamos, no era necesario. El rápel, el refrigerador, los evaporadores, el trabajo, ya nos habían enseñado cómo éramos. La noche que pasamos juntos contándonos cosas ya nos había informado de lo que soñábamos. Ahora, quedaba solo conocer nuestros cuerpos. Belter no paraba de recorrer mi piel, comprobando que Merkov era Ladia.

¿Y ahora qué? – pregunté con temor.
Ahora, nada. Volverás a ser Merkov. Si supieran la verdad, no sé qué podría pasarte. Y yo ahora no puedo moverme. Necesitaré semanas para poder hacerlo.
Pero ya estoy cansada de ser Merkov. Yo quiero ser Ladia y estar contigo.
Y yo contigo. Tenemos una vida por delante. Los días en este maldito planeta pasan lentos, ya lo sabes −sonrió con amargura− y acabaremos cumpliendo nuestros sueños. Quiero un futuro mejor para los dos, no la Climan-Climan. Quiero que escribamos nuestros propios capítulos en la vida, no los del propietario de la compañía.
 
 
--o0o--

Belter tardó tres meses en poder moverse y otros tres en poder regresar al trabajo, aunque con limitaciones. Mientras hubo de permanecer en reposo, al finalizar cada jornada, yo le acompañaba durante unas horas y le relataba cómo había ido la jornada que, ahora, le resultaba angustiosa. Temía que me ocurriera un accidente, que él no estuviera cerca para auxiliarme mientras hacía el rápel, que los hombres del grupo descubrieran que yo era una mujer, que me asaltaran. 

A medida que Belter mejoró de salud aprovechamos aquellas visitas para saciarnos de nosotros, para cumplir nuestros deseos y para saber que habíamos llegado a nuestra estación de destino.  Sin embargo, el placer y el enigma del amor nos trajeron nuevos desasosiegos. El miedo al despido y no poder permanecer el uno junto al otro, el ansia mutua de obtener una vida mejor, la preocupación por sufrir algún percance. Cuando regresó al trabajo, tuvo que hacerlo en otro puesto. No era apto para moverse por las cuerdas y lo adscribieron a las válvulas de expansión, un puesto peor pagado. Fue, en palabras del capataz, un acto de caridad. En realidad, añadió, no necesitaban más gente en las válvulas.

Confórmate con esto. Es el mejor capítulo que podemos darte. – dijo, sin mostrar emoción alguna.

Al séptimo mes del accidente, Belter fue convocado en la oficina del supervisor. Nos temimos lo peor. Era habitual que la compañía despidiera a los trabajadores heridos o a los que ya no podían hacer las tareas más peligrosas.

No te preocupes – me decía−, volveré a trepar por las sogas sin problema.
Sabes que no puedes hacerlo y sobran brutos para manejar las válvulas. 

Le dejé a la entrada de la oficina y le abracé deseando que todo saliera bien.  Regresé al trabajo, donde cumplimos con la tarea de enfriar dos rascacielos antes de volver a la base. Estaba hambrienta, así que me serví un poco de rancho en la mesa del cubículo. Los hombres habían salido y quedé sola. 

Cuando casi estaba terminando el refrigerio escuché un ruido en el exterior. Se aceleró mi corazón y sonreí. Era el inconfundible rugido de una Donguer. Salí al exterior y allí estaba Belter, sonriente y feliz como un niño. 

¿No te despidieron? – pregunté, conteniendo las ansias de abrazarle por miedo a que nos vieran.
No, era día de buenos capítulos hoy. Pero, … me despedí yo. – repuso y me dio un papel.

Era una carta de la Compañía oficializando el pago de una indemnización por accidente según deseo del benefactor – era el adjetivo que estaba escrito - propietario de la Compañía, y multitud de frases leguleyas que no entendí. 

¡¿Diez mil doblones?¡ − exclamé sin creer lo que leía. − ¡Vaya capitulón!
Seguro que sacan algo a cambio pero, ¿sabes?, me da igual. El caso es que me han dado el cheque. 
¿Y esto? – pasé mi mano por el acero de la Donguer.
Una pequeña inversión. De segunda mano, pero suena y corre como si fuera recién estrenada. – Para demostrarlo, aceleró el motor y un bramido de potencia atronó el aire.
¿Y qué piensas hacer con ella? – pregunté con cierto temor.
Quiero irme de viaje. Muy lejos. Pero no podría hacerlo si no vienes conmigo.
¿A dónde?
Al extremo norte del continente norte … – extendió su mano hacia la mía. 
… dónde vuelan los albatros y hay ríos rumorosos. – completé la frase.

Salté sobre el asiento posterior y me abracé a su cintura. 



----ooo0ooo---

16/2/23

Scribe of Ages

 


Scribe of Ages, desarrollado por un grupo de profesores de la Universidad de Salamanca, es un juego interactivo educacional que tiene por objeto acercar los manuscritos medievales a los alumnos y analizar la paleografía medieval. En este momento, hay disponibles documentos del siglo VI al siglo XIII, provenientes de Silos, Ripoll, Toledo, Cogolla y Cerdeña entre otros.

No se trata de una base de datos especializada sino que es un juego en toda regla donde hay una clasificación según los logros y en el que la búsqueda de los manuscritos se realiza jugando. Así, el usuario es acompañado por Odoario, un monje-robot del futuro por el peregrino Gabriel, encontrándose con todo tipo de obstáculos creados por el malvado monje Titivillus que no desea que sus manuscritos se conozcan. Recuerda lejanamente a El nombre de la rosa.

Hay ocho etapas a superar, en las que el lector deberá demostrar sus conocimientos a través de diferentes pruebas, todas ellas relacionadas con la escritura de los manuscritos medievales.

Puede accederse desde este enlace. Requiere registro.









14/2/23

Le Legs

 


Le Legs, de Louis-Karl Picard-Sioui, al frente de un amplio equipo de artistas y programadores, fue primeramente una exposición itinerante que narra la visión de los nativos de la isla de Gran Tortuga, el nombre originario autóctono de la Haití americana.

La aplicación Le Legs, que es la que tratamos aquí,  es una recreación digital multimedia en la que el lector y visitante se sumerge en una gruta virtual 3D en la que explora diversos pasadizos encontrando objetos que se mostraban en la exposición y leyendo los textos literarios adjuntos. La aplicación está bien realizada, aunque el movimiento 3D es un tanto lento. El ambiente es misterioso e inquietante con una banda sonora muy bien compuesta y la estética de presentación de los textos y las imágenes es simple pero elegante.

Combina, adicionalmente, animaciones e imágenes.

Puede disfrutarse desde este enlace.







 

13/2/23

¿Permitirá Microsoft adaptar ChatGPT a otras aplicaciones?

 


Lo oficial es que el buscador de Microsoft, el nuevo Bing, utilizará las capacidades de ChatGPT para facilitar las búsquedas y hacer que la interacción del usuario con el buscador sea más inteligente y permita preguntas estructuradas en lenguaje natural. Algo que puede probarse desde la nueva opción "chat" que la propia Microsoft propone. En las pruebas que he realizado, no veo avances significativos en los resultados obtenidos frente a cualquier otro buscador pero habrá que dar tiempo al tiempo. Seguimos, obteniendo información comercial o generalista pero siguen haciendo falta las bibliotecas en cuanto se precisa algo no banal.

En cualquier caso, y en paralelo a ese anuncio de que Bing usará las posibilidades de ChatGPT (algo lógico, por otro lado, dadas las inversiones que Microsoft ha realizado para que OpenAI haya desarrollado el sistema), la CNBC afirmaba hace unos días que Microsoft permitirá asimismo que otras empresas e instituciones creen chatbots utilizando el núcleo de ChatGPT, lo que por un lado generaría una explosión de desarrollos pero, por otro, haría perder a Microsoft y OpenAI del control absoluto que ahora tienen sobre el código fuente. 

La información no es segura porque la fuente es "una persona que no desea ser identificada".

Continúa el folletín ChatGPT.


 

9/2/23

Reconocimiento de escritura usando "skyrmions"

 


Investigadores del RIKEN Center for Emergent Matter Science, liderados por Tomoyuki Yokouchi, han creado una red neuronal innovadora que permite reconocer números escritos. Si bien, lo conseguido es aún muy modesto, el interés del desarrollo es la utilización de skyrmions en un sistema que simula el cómputo no lineal del cerebro. Al contrario que en las redes neuronales tradicionales basadas en circuitos electrónicos basados en silicio, el dispositivo de Yokouchi permite una economía de energía más que notable. Como se describe en el artículo técnico publicado, las características neuromórficas se obtienen utilizando dispositivos que utilizan el spin atómico.

Los skyrmions pueden definirse como una configuración estable giratoria de un campo cuántico, una estructura giratoria quiral en forma de remolino de dimensiones nanométricas que puede ser usado como unidad de información, como un bit.

Los skyrmions fueron propuestos en los años 80 del siglo XX por Tony Skyrme (y, de ahí, su nombre) como modelo de nucleón pero no fue hasta primeros del siglo XXI cuando se perfiló la verdadera esencia del skyrmion como solitón del campo del pión. En el año 2006 se verificó su existencia en condiciones muy especiales de laboratorio y en el 2021, experimentos con el sincrotrón ALBA permitieron desarrollar métodos para crear y guiar los skyrmions.

El sistema desarrollado por el RIKEN parte de un conjunto de barras cubiertas en film de platino–cobalto–iridio que pueden albergar skyrmions de hasta un micrómetro de tamaño. Para entrenar a la red, se usaron hasta 13.000 imágenes de los números 0 al 9, generaron un campo magnético que depende de la figura de la cifra. Se ajusta entonces la situación de los skyrmions para que el sistema provea una tensión única que representa el número analizado.

Una vez entrenada la red de tal manera se probó el sistema con otros 5000 números para ver si la red neuromórfica había aprendido a reconocer los patrones gráficos. Y, efectivamente, lo consiguió en el 95% de las veces con un mínimo gasto energético.

El avance está, más que en el éxito del reconocimiento de la escritura, en que esta técnica puede dar a desarrollos futuros muy interesantes.

El artículo técnico completo puede leerse desde este enlace.




 


7/2/23

Bard

 


Independientemente de que hay más marketing que realidades, es cierto que el desarrollo de sistemas de comunicación inteligentes representará el futuro, al menos en lo que se refiere a pedir y encontrar información, automatizar tareas o crear textos que no incluyan sentidos metafóricos o creativos; mucho más dudoso en cuanto a la creación literaria de calidad (al menos, en varios siglos). Sea cual sea el caso, lo que es evidente es que la carrera comercial ha comenzado porque hay mucho dinero en juego en este sector incipiente.

Respondiendo a la presentación de ChatGPT de OpenAI (que, por cierto, en este momento está fuera de servicio por haber sido saturado con una enorme cantidad de solicitudes de uso e información, algo que debe hacernos pensar en la importancia del hardware y las líneas de comunicaciones para todos estos desarrollos de uso intensivo computacional y, al mismo tiempo, de la fragilidad de todo ello por cuanto un fallo en unos componentes da al traste con el funcionamiento), Google responde ahora con Bard, un sistema equivalente aunque todavía menos desarrollado. 

Google publicita que Bard es mejor en términos de hallar y presentar repuestas porque, siendo de Google, tiene acceso directo e íntimo al buscador y, por tanto, su información es mejor, más actualizada y más completa (algo que también debe hacernos pensar sobre si los buscadores nos entregan la información que deseamos o la que sus empresas desean) que la de su competidor cuya base de datos estás "entrenada" con información hasta 2021. Hoy por hoy, no obstante, el sistema de OpenIA está más avanzado.

Bard está basado en el modelo de funciones lingüísticas y de conversación LaMDA (Language Model for Dialogue Applications), y funciona de manera  similar a ChatGPT. Una red neuronal inmensa que simula un diálogo, tomando  información de internet y usándola para ofrecer crear respuestas correctas y sintácticamente bien construidas. Puede profundizarse en el funcionamiento de LaMDA en este paper

En este momento, Bard está siendo probado por entidades y personas seleccionadas pero será puesto a disposición del público general en las próximas semanas, aunque con un modelo reducido de LaMDA para que pueda correr en ordenadores de poca potencia.

Todos estos sistemas pueden tener problemas de compatibilidad, interferencias con la red Internet o uso dependiendo del ordenador del usuario. 

Junto a estos, desarrollos, igualmente Baidu ha anunciado aplicaciones similares, hecha la ley, hecha la trampa, aparecen ya sistemas entre chistosos y boicoteadores, como DAN, que defienden con total corrección formal y profusión de razones que la tierra es plana, que el racismo es bueno o cualquier barbaridad que se le pueda ocurrir al usuario. Será necesario que, como ocurre al escuchar una opinión o informe de un ser humano (especialmente, si este es un político), se sea crítico y se ponga en duda y se corrobore dicha información. Las IA conversacionales no dan más respuestas que aquellas que salen de su programación y de las intenciones de sus programadores.


4/2/23

Un seul être vous manque, et tout est dépeuplé !





Que me font ces vallons, ces palais, ces chaumières,

Vains objets dont pour moi le charme est envolé ?
Fleuves, rochers, forêts, solitudes si chères,
Un seul être vous manque, et tout est dépeuplé !

Que le tour du soleil ou commence ou s'achève,
D'un oeil indifférent je le suis dans son cours ;
En un ciel sombre ou pur qu'il se couche ou se lève,
Qu'importe le soleil ? je n'attends rien des jours.

Quand je pourrais le suivre en sa vaste carrière,
Mes yeux verraient partout le vide et les déserts :
Je ne désire rien de tout ce qu'il éclaire;
Je ne demande rien à l'immense univers.

Mais peut-être au-delà des bornes de sa sphère,
Lieux où le vrai soleil éclaire d'autres cieux,
Si je pouvais laisser ma dépouille à la terre,
Ce que j'ai tant rêvé paraîtrait à mes yeux !

Là, je m'enivrerais à la source où j'aspire ;
Là, je retrouverais et l'espoir et l'amour,
Et ce bien idéal que toute âme désire,
Et qui n'a pas de nom au terrestre séjour !

Que ne puîs-je, porté sur le char de l'Aurore,
Vague objet de mes voeux, m'élancer jusqu'à toi !
Sur la terre d'exil pourquoi resté-je encore ?
Il n'est rien de commun entre la terre et moi.

Quand là feuille des bois tombe dans la prairie,
Le vent du soir s'élève et l'arrache aux vallons ;
Et moi, je suis semblable à la feuille flétrie :
Emportez-moi comme elle, orageux aquilons !



Alphonse de Lamartine
Fragmento de "L'isolement"