30/12/12

TimeScapes






TimeScapes es un video realizado por Tom Lowe que muestra paisajes espectaculares y escenas de la vida del suroeste de los Estados Unidos. Hace un amplio uso de las técnicas de cámara lenta y timelapse. Algunas de las imágenes y secuencias son de una belleza exquisita. Ciertamente, el trabajo completo de 45 minutos puede hacerse un poco largo ya que no hay narración implícita de una historia sino que es un catálogo de escenas hermosas y de muy alta calidad (las imágenes han sido rodadas con una resolución de 4096 x 2304 píxels). El vídeo puede comprarse en la I-tunes.
 
Aquí un vídeo promocional:






DBW 2013




Del 15 al 17 de enero del año que entra se celebrará en Nueva York la conferencia DBW 2013 sobre el mundo del libro digital. Se analizarán las tendencias más importantes del sector del libro digitalizado, tanto desde el punto de vista de los gustos potenciales del lector como de las estrategias que las editoriales pueden adoptar para abordar el mercado. Asimismo, se pasará revista a las nuevas tecnologías que pueden incidir en el sector desde nuevos conceptos de tinta digital a la batalla entre e-ink y tabletas.
 

29/12/12

E-ink color: nuevos desarrollos




La firma Japan Display Inc. está desarrollando nuevas pantallas de tinta electrónica que permitan visualizar colores y vídeo. Como es bien sabido, el retroceso que la tinta electrónica convencional está sufriendo en favor de las tabletas se fundamenta en buena medida en esas dos carencias (y añadiría que el excesivo precio de los lectores respecto a las tabletas ya que si bien estas son más caras también pueden hacer muchas más tareas proporcionalmente). Estas carencias están implícitas en la propia tecnología de la tinta electrónica ya que la imagen se logra por el movimiento mecánico de diminutas esferas magnéticas rellenas de pigmentos blanco y negro, acción que requiere tiempo y que permite mostrar sólo escalas de grises.

El nuevo concepto- aún en desarrollo- se basa en un panel LCD modificado que, al contrario de los habituales que requieren iluminación posterior, es capaz de reflejar la luz ambiente que le llega, es decir funciona de manera similar a la tinta electrónica convencional. Las dos ventajas cuando manejamos la luz reflejada en vez de la emitida son que, por un lado, el consumo energético se reduce muchísimo y la batería dura mucho tiempo; y, por otro, que la vista no se cansa al leer.

En realidad, este nuevo panel LCD permite una tasa de refresco rápida pero no produce color. Al contrario, el reflejo es en escala de grises y se utilizan filtros superiores para lograr los colores por combinación de los colores básicos. Esto hace que la luminosidad baje sustancialmente, problema que ha ocurrido hasta ahora con todos los intentos de desarrollar papel electrónico en color. La firma japonesa ha creado dos prototipos. En uno, la reflectividad llega al 40% pero la gama de colores se reduce a sólo el 5% de lo que un televisor normal es capaz de mostrar. En el otro, la gama de colores alcanza el 36% de la de un televisor pero la luminosidad se reduce al 28%.
 
Todavía queda mucho para conseguir una tinta electrónica luminosa y rápida. La cuestión es si se logrará antes de que las tablets ocupen todo el mercado.
 

28/12/12

World of Text





The World of Text es un enorme mural digital en la nube, una especie de pared virtual para pintar graffittis en el que cada usuario escribe lo que se le antoja de manera aleatoria e incontrolada. Un caos del que emerge un cierto orden, el orden que cabe esperar cuando existen infinidad de elementos que, por azar, acaban por crear algunos puntos de interés.
 
El interface es minimalista: pantalla blanca y texto ASCII puro. La actualización de lo que los miles de usuarios que se conectan escriben, va haciéndose en tiempo real de modo que uno ve lo que hacen los demás mientras se lee o escribe. Como es normal en una aplicación no reglada, los textos que pueden leerse van desde lo pensamientos filosóficos hasta las zafiedades más grotescas. Permite crear sub-páginas personalizadas.

27/12/12

Río Grande Review




La universidad de Texas en su campus de El Paso invita a enviar aportaciones para su revista RGR que se publicará en la primavera del próximo año. Este magazine hace énfasis especial en literatura electrónica y poesía digital. Se admiten trabajos de ficción, no ficción y ensayos acerca de la creación digital y pueden ser escritos tanto en inglés como en español. Si las propuestas enviadas requieren el uso de software para su visualización, es preciso enviar las instrucciones y herramientas necesarias.
 
En esta edición, la revista incluirá un dossier dedicado a las diversas manifestaciones electrónicas de la literatura como literatura  hipermediática, narrativa gráfica (novela y cuento), teatro digital, poesía performática, Slam poetry, Poesía sonora y Poesía visual o digital. 






26/12/12

La Capilla Sixtina en 3D




La Capilla Sixtina, sede de los cónclaves papales, es una de las joyas artísticas de la Humanidad, y suspinturas en la bóveda constituyen uno de los trabajos más notables y célebres de Miguel Ángel. Debe su nombre al Papa Sixto IV que ocupó el trono de Pedro desde 1471 hasta 1484, quien hizo pintar y adecentar la antigua Capilla Magna entre los años  1477 y  1480. Inicialmente, el trabajo se adjudicó a varios talleres de pintores que se coordinaron entre sí para cumplir con el encargo inicial que presentaba en la bóveda un cielo estrellado.  Hay que señalar que Boticelli se encontraba entre ese grupo de artistas. El 15 de agosto de 1483 se consagró la nueva capilla. Posteriormente, Julio II della Rovere, sobrino de Sixto IV, decidió modificar parcialmente la decoración de la Capilla, confiando el encargo a Miguel Ángel en 1508, quien pintó la bóveda y los lunetos, en la parte alta de las paredes. Fue un trabajo arduo que obligó al artista a pintar tumbado boca abajo durante largas jornadas que mermaron su salud. En octubre de 1512 el trabajo se había terminado y el día de Todos los Santos (1° de noviembre), Julio II inauguró el recinto con una misa solemne. 
 
La aplicación que puede apreciarse en este web es una representación en tres dimensiones de la Capilla Sixtina. Permite moverse libremente en los tres ejes y ampliar las zonas que deseemos apreciar con detalle y con una resolución más que aceptable. Excelente.
 
 
 
 

23/12/12

Un cuento de navidad






El club de Jubilados “Conversaciones” es pequeño, austero en el mobiliario, algo frío en invierno y situado en los arrabales de una gran ciudad, en uno de esos barrios de gentes humildes, poca seguridad nocturna y paro en aumento que circundan todas las metrópolis. Con todo, es agradable y sirve para que las tres docenas de jubilados de la zona se reúnan cada tarde a conversar, despotricar del gobierno o jugar a las cartas. Abre de tres a siete. La dirección quiso alargar el horario hasta las diez hace unos años pero el barrio es demasiado peligroso para que los ancianos caminen solos por las calles una vez que oscurece. A esas horas, las aceras se llenan de chicas jóvenes que pasan frío mientras buscan clientela y hombres mal encarados que las vigilan desde lejos.
-        ¡Órdago!- grita, Pablo, setenta y cuatro, pelo abundante aunque completamente blanco, una arritmia persistente, rostro arrugado por el sol y el trabajo de décadas.
-        ¡Coño, la jodimos!- contesta Mauro, setenta y tres, poco cabello, colesterol por las nubes, gafas grandes y una cara tan curtida como la de su compañero de mano- ¡Otra vez, Pablo, otra vez!  ¿Cuántas veces te tengo que decir que me hagas una seña?
Enfrente, Julián y Germán, los contrincantes, que mientras sonríen maliciosos arrastran para sí todas las alubias que acaban de ganar gracias al ya afamado temperamento de Pablo que se deja llevar en cuanto ve un par de cartas afortunadas.
-        La próxima vez va a jugar contigo tu santa- murmura Mauro mientras baraja de nuevo- Ahora mírame, por Dios, mírame antes de fastidiarla otra vez.
Su santa, Rafaela, está sentada al otro lado del salón conversando con Francisca y María Jesús. Esta última teje un jersey de lana más que nada, como suele decir, para que la artrosis no le atonte las manos. De tanto en cuanto mira a Pablo y le hace un gesto para que no grite tanto.
-        Entonces, - dice Pablo- ¿lo montamos o no?
-        ¿El qué? – pregunta Germán.
-        El belén viviente, coño. Ya os lo conté. Dentro de tres días es Navidad y parecemos unos muermos. Vamos a hacer algo para celebrarla. Ya que no ponemos árbol en el club, al menos hagamos algo sonado.
-        Déjate de bobadas- le contestan-, ¿para qué vamos a hacer un belén aquí? Eso es cosa de curas o de niños.
-        Pues aunque sólo sea para divertirnos, para estar ocupados en algo, para sentir otra vez el espíritu de la navidad.
-        Hablas como uno de esos personajes de los cuentos, Pablo. A nosotros, hace tiempo que la navidad ya nos importa una higa. Nuestros hijos, lejos, como mucho nos podrán llamar por teléfono. La cena, ya me dirás. Que si uno no puede comer grasa, el otro sin dulces, controlar el peso, el alcohol fatal, el puro nos lo prohibieron hace años, la merluza o el cava no los podemos pagar, ¿Qué coño de cena vamos a hacer, qué navidades quieres que celebremos?
-        La verdad es que tienes unas ideas de lo más idiotas- Julián reparte cartas.
-        Que os digo que sería la bomba. Nos lo pasaríamos bien, saldríamos de la rutina y el párroco me ha prometido que si lo representamos el día de navidad tras la misa de doce, nos dará una buena cesta de navidad.
-        ¡No me veo yo vestido de pastorcito! – se ríe Germán y arrastra a todos los demás en su carcajada.
-        ¿Quién de vosotras es virgen? – le grita Mauro a su mujer y ellas se ríen con cierta turbación.
-        Tú puedes hacer de niño- le espeta Germán a Pablo- ¡eres el único que tienes pelo!
-        Eso ya lo tengo pensado- contesta este-, nos servirá una muñeca que Rafaela guarda desde hace muchos años. Lo he calculado todo. Tú, Julián, serás San José, ya te buscaré una capa o algo para que des el pego…
-        ¡Yo de padre putativo, nada!- grita el otro mientras mira las cartas que le han tocado en suerte.
-        Germán, Mauro y yo mismo los reyes. María Jesús que sea la virgen.
-        Y Francisca la vaca – habla Germán mientras su esposa, la interpelada, le lanza una mirada que presagia una tortura lenta y dolorosa en cuanto lleguen a casa.
-        El portal será el arco del pasillo de la iglesia, ya sabéis, donde está la figura de San Antonio.
-        Yo qué coño voy a saber dónde está eso. Hace mil años que no piso la iglesia- replica Julián.
-        Bueno, pues me crees a mí. Ese arco parece un portal de los de toda la vida con sus paredes de piedra. Tapamos al santo con unas telas, esparcimos paja aquí y allá, ponemos unas cuantas velas para lograr la atmósfera adecuada y ya lo tenemos.
-        ¿Y la cuna, cabezota?
-        Pues traemos una de casa. Seguro que aún guardamos alguna en algún sitio. Y, si no, la simulamos con unos cojines.
-        Estás majara – concluye Germán- completamente chiflado.
-        ¡Déjate de leches!- le mira Mauro- deja de soñar, Pablo. Nuestro tiempo pasó, la navidad es para los chiquillos, para los jóvenes, para los ricos quizá. No para nosotros que estamos en la prórroga.
-        Sois unos carcamales.
-        Somos realistas, sólo eso.
-        ¿Entonces, de veras que no os animáis? No se puede hacer nada útil con vosotros.
-        Déjalo Pablo- contesta Germán, poniéndose muy serio-, déjalo. No lo hagas más doloroso. No seamos grotescos, no pretendamos que nos ha inundado el espíritu navideño. Estamos solos, joder, en un barrio de mala muerte, con la familia lejos, con los amigos en el cementerio, con los huesos doloridos y el cuerpo cascado. ¿Qué quieres celebrar, Pablo, qué cojones quieres celebrar?
Prosiguen la partida, casi en silencio, hasta la hora de cerrar. Pablo se olvida de su idea porque sabe que, en el fondo, sus amigos tienen razón. Todo fue, en realidad, un espejismo colocado en su corazón por el cura, una vana ilusión. Ha hecho el ridículo y ahora se da cuenta.
Hace frío y nieva ligeramente, lo suficiente para pintar de blanco las aceras y las ramas desnudas de los alisos que las adornan. Un centro comercial ha colgado un anuncio luminoso en forma de hoja de acebo entre dos farolas, con un altavoz escondido en una esquina. Se apaga y enciende a intervalos mostrando primero un mensaje sobre las próximas rebajas y luego uno de felices pascuas. Los villancicos suenan a metal. El viento lo bambolea ligeramente.
-        Venga, vámonos. Yo cierro- dice ya en la puerta Mauro, mientras se sube el cuello del gabán. Los otros aún están recogiendo sus cosas. – Apresuraos, que empieza a nevar. Vamos para casa antes que nos partamos la crisma con un resbalón.
Está ya muy oscuro, las tardes de invierno son cortas y al final de la calle, allá donde se junta con el parque, ya hay varias chicas caminando arriba y abajo. Algún que otro coche para junto a ellas.
-        Venga, vamos de una vez- insiste Mauro.
Un sonido extraño, inhabitual, llama su atención. Es como un gemido, un pequeño grito de dolor. Mauro se asusta, se pone alerta. Aún es pronto para que la calle se torne peligrosa pero nunca se sabe. Gira su cabeza a un lado y a otro intentando discernir de dónde provenía el ruido. No ve nada. Los otros llegan a la puerta cuando el gemido se vuelve a escuchar.
-        ¿Lo habéis oído?
Sí, lo han hecho y todos callan. Definitivamente se trata de alguien que se queja y que está cerca. Tras un momento en que no saben qué hacer, comienzan a mirar alrededor, hacia la carretera, tras la maceta de tierra sin flores.
-        ¡Aquí! – gritan María Jesús y Rafaela que permanecen juntas por si acaso- ¡Aquí, en el portal!
Los demás se acercan. Hay una mujer joven en el suelo, embarazada, suda, gime ligeramente, les mira pidiéndoles ayuda sin hacerlo.
-        ¡Por los clavos de Cristo!, venga, ayúdame- grita Francisca.
-        ¿Qué?- preguntan las demás.
-        ¿Estáis ya chochas o qué? ¿Se os ha olvidado qué es estar de parto?- les habla sin mirarles porque está atenta a la mujer.
-        ¿Parto? – pregunta aún incrédulo Julián- ¿Qué hacemos?
-        Llevarla al club. Venga, ayudadme a ponerla en pie.
La joven no habla español y necesita toda la ayuda para ponerse en pie. Tardan unos minutos en llegar hasta la sede de los jubilados, más porque ella debe detenerse cada poco para aguantar la contracción que le sobreviene que porque haya distancia. La acuestan en el sillón. Francisca, con una energía que no tenía desde hacía años, ha tomado ya el mando de las operaciones.
-        Agua caliente y buscad todas las toallas que podáis. Tú, Germán, busca un cuchillo, un abrecartas o cualquier cosa que corte y calientas bien la hoja en la cocina de gas.
-        Mejor llamamos a urgencias, ¿no? – dice Rafaela.
-        No hay tiempo. Esta chiquilla está a punto de dar a luz. Ni que no hubierais tenido hijos, parecéis atontadas.
El hospital móvil improvisado que han creado está en marcha. De pronto, les llega a la memoria su juventud, sus hijos, sus dolores de parto, saben de manera instintiva lo que hay que hacer. Los hombres asisten atendiendo solícitos las órdenes que les dan las mujeres. Revuelven todo el club buscando pañuelos, cojines, tijeras, encienden la pobre calefacción, vacían el botiquín. Han llamado a urgencias pero aquel barrio está lejos de todo y la nieve que se ha helado sobre el pavimento obliga a circular despacio. Tardarán en llegar más que lo que la nueva vida va a necesitar en salir al mundo.
El parto, afortunadamente, es fácil. La mujer ha gritado y se ha aferrado con rabia a las manos de Rafaela y María Jesús. Francisca, que para eso parió a sus cuatro hijos en casa, ha sido la capitana de la operación. Con habilidad propia de médico ha cortado el cordón umbilical y ha anudado el extremo. Ya habrá tiempo más tarde para que los de urgencias lo arreglen si hace falta.
Es un niño y llora como debe ser. No hace falta darle un azotito en el culete. Su madre, débil, sonríe mientras Francisca le pone el chiquillo, ya envuelto en una toallita que han calentado junto al radiador, en el regazo. Busca el pezón y succiona, se tranquiliza.
Pablo se coloca al lado de la nueva madre, encantado de ayudar y de  ver cómo el niño está sano. Le dice cosas bonitas, lo guapo que es el recién nacido, cuánto se parece a ella. Sabe que no le entiende pero la abraza con ternura. Enfrente, los demás les miran satisfechos, felices de lo que han hecho, con una alegría interior que hacía muchos años no tenían. Desde afuera llega el sonido del altavoz del anuncio colgante. Un villancico alaba la venida de Dios.

 


22/12/12

The Exquisite Forest





The Exquisite Forest de Chris Milk y Aaron Koblin no es un experimento literario estrictamente pero sí puede serlo y, además, está basado en la técnica del cadáver exquisito. En este caso, se simula un bosque de árboles en los que los usuarios (tras registrarse) puede añadir ramas a cada árbol. En general, los pedazos artísticos son visuales, pequeños clips de vídeo más bien surreálistas, pero nada impide que se añadan también textos puros o poemas visuales. Se trata, finalmente, de un relato colectivo que combina sonidos, dibujos, clips y textos. Cada árbol representa una historia que se desarrolla a través de sus ramificaciones. Siempre se parte de un dibujo que es la semilla y los diversos participantes van haciéndola crecer con aportaciones que se añaden con simplemente conectarse a la red y subiendo fragmentos. El desarrollo es flexible puesto que cada usuario puede hacer crecer una u otra rama a su libre albedrío de modo que los árboles crecen de manera no predeterminada.
 
 
 
Desde el punto de vista de la programación hace uso de numerosas aplicaciones en una especie de mash-up de código. Así, por ejemplo, se usa Google Cloud y muchas de las funciones que Goodle Chrome soporta en HTML5. Por el contrario, bastantes versiones de Internet Explorer no permiten visualizar la aplicación.
 
Una versión presencial se está exhibiendo en el Tate Modern:
 

The Exquiste Forest está elegantemente presentado, con una estética cuidada y estudiada.
 
 

Solsticio de invierno






Tenemos una idea desplazada del invierno y de la vida. Ayer, la tierra, en su orbitar cansino alrededor del sol, llegó al solsticio de invierno. Astronómicamente, la noche alcanzó  su extensión máxima, las tierras se han enfriado, las masas de aire provenientes del polo comenzarán su viaje al sur y el frío congelará los caminos, los campos y los vidrios de las ventanas. El invierno, recién nacido, durará hasta marzo, helará las madrugadas, tendrá su cuesta de enero, será largo como augura ese popular “hasta el cuarenta de mayo, no te quites el sayo”.
Y, sin embargo, sentimos que está para terminar, que llevamos ya tiempo en él desde que empezó a llover al inicio del otoño, desde que sacamos los gabanes del armario y prendimos la calefacción en el salón, desde que da pereza asomar la nariz de entre las sábanas  cada mañana. El invierno acaba de llegar cuando pensábamos que ya se acababa, cuando ya estamos anhelando la primavera. Existe un abismo entre la estación real y la percepción de cuándo la vivimos.
En la vida nos ocurre algo similar. Cuando de verdad llega el invierno de la edad nos sorprendemos de que ya llevamos sintiéndolo muchos años, que empezamos a remolonear con la vida cuando aún éramos jóvenes, cuando faltaba mucho para el frío de verdad, para los achaques serios. Y, entonces, nos percatamos de pronto que hemos perdido el otoño, que no hemos saboreado los colores y la belleza de los hijos creciendo, de la vida madurándonos, de esos años de roble que nos otorgan el bouquet preciso, el saber estar y la comprensión del mundo. Ya es tarde para disfrutar de octubre y de noviembre, se han perdido. Volvemos la cabeza atrás, sorprendidos de que hemos dejado huir las apacibles tardes otoñales. Ahora, ya es invierno.
 

Juntos hoy






Estamos juntos. De otra manera, pero juntos. Y hoy celebramos tu día, también unidos, quizá más unidos que nunca porque ahora sí ha quedado demostrado que no hay nada que pueda separarnos, ni el tiempo, ni la distancia, ni el abismo del vacío, ni la calamidad, ni la ausencia. ¿Recuerdas cuando decíamos que juntos éramos invencibles? Ahora sabemos que lo somos y la distancia no importa, el aire no se necesita, el tiempo es impotente. Estamos juntos un año más, como siempre será. Sí, te extraño hasta el dolor, pero no te has ido. Sí, la ira contra el mundo sigue en lo más hondo pero estás conmigo y hoy te pienso, te felicito y hablo contigo. Un año más. Los ha habido mejores y peores, unos con mis labios en tu boca, yo en el cielo; otros sin ver tus ojos, tú en el cielo. Pero todos, contigo. Felicidades.


21/12/12

On the road



On the road de Jack Kerouac es la versión digital enriquecida de la célebre obra del escritor americano. Un relato autobiográfico que enmarca muchos de los iconos de los Estados Unidos posteriores a la guerra mundial como, por ejemplo, la afamada ruta 66. Al texto convencional se le añaden elementos multimedia como el manuscrito original mecanografiado en forma de rollo continuo, fotografías, sonidos, notas que el autor tomó para imaginar la novela, comentarios a la misma por parte de celebridades u otros autores como John Updike, biografías de coetáneos de la Beat Generation, así como vídeos del viaje que describe. Una presentación cuidada, muy profesional, estéticamente elegante, hace que este libo enriquecido sea altamente recomendable.
 
Puede comprarse en la Itunes


20/12/12

Quill: escritura automática





La firma Narrative Science ha desarrollado un sistema de escritura automática, que tiene el nombre comercial de Quill, el cual permite escribir reseñas a partir de datos más o menos elaborados. Sus creadores, Kris Hammond y Larry Birnbaum, codirectores en el pasado del Intelligent Information Laboratory en la Northwestern University, utilizan técnicas de inteligencia artificial para generar patrones de texto perfectamente inteligibles que desarrollan las ideas fundamentales contenidas en los datos.  Al contrario que en la técnicas más convencionales de generar texto con patrones a los que se les introducen los datos, el sistema experto permite una mayor felixibilidad, variabilidad y riqueza del texto, creando una historia más elaborada. Se está usando el sistema, de momento, en reportes económicos, técnicos o deportivos donde el lenguaje está más controlado y la creatividad es menor que en la literatura. Periódicos o empresas que antes no tenían tiempo para generar este tipo de informes pueden ahora crearlos de manera rápida y barata de forma automática.
 

La colección del MOMA para el IPad





El MOMA ha publicado para la plataforma Ipad un libro digital que muestra parte de la colección contemporánea de obras maestras que alberga, en concreto 350 trabajos. Tiene el nombre de MOMA Collection Highlights. El libro se ha realizado usando el paquete Ibooks Author. Incorpora imágenes en alta resolución junto a clips de audio, vídeos y textos explicativos interactivos. Los textos permiten añadir notas o marcar frases que sean de nuestro interés. En la muestra de escultura, las figuras pueden visualizarse en 3D. Casi 9 euros.
 
 


19/12/12

The Hare With Amber Eyes





The Hare with Amber Eyes de Edmund Waal es una novela, publicada primeramente en papel, en la que se narra la historia de una familia a través de varias generaciones utilizando como vehículo conductor una colección de varias centenas de miniaturas japoneses que realmente pertenecen al autor y que, al heredarlas, dedicó su tiempo a bucear en los avatares de cada una de ellas. Ahora, el libro aparece como enriquecido digitalmente de modo que puedan visualizarse esas pequeñas obras de arte que tanta importancia tienen en la narración.

Al contrario que en otro tipo de historias donde quizá la imaginación del lector sea mejor y más sugerente que la realidad, en donde es mejor dejar volar la mente que tenerla delante, en este caso la imagen de los objetos reales es pertinente y necesaria. La edición digital incluye dichas fotografías pero también mapas, fragmentos de cartas, vídeos del autor reviviendo la historia en las ciudades por donde las piezas pasaron. También se añaden músicas relacionadas con la historia y ensayos sobre las pequeñas obras de arte, así como una colección de acuarelas que pertenecieron a la familia.

  Está disponible en la tienda Itunes. Trece dólares, nada barato.




 

18/12/12

Despite Appearances




Despite Appearances de Peggy Falkenstein es una novela romántica, algo enrevesada en una historia de secretos matrimoniales en la California de hoy, de las muchas que se escriben para consumo fácil de especialmente de cierto público femenino. Si merece una reseña aquí es porque ahora se publica en Itunes la versión digital enriquecida para Ipad que al texto original añade las bandas sonoras de ocho canciones que son relevantes en la narración. Como si leyéramos escuchando el estéreo al mismo tiempo. Ocho dólares parece mucho.
 

17/12/12

Novel in 30




Novel in 30 es un procesador de textos a medio camino entre la escritura y el juego ya que la particularidad de esta aplicación para Ipad es que obliga al escritor a escribir. El interface es sencillo, casi puro texto, sin muchas opciones, pero permite sólo un tiempo fijo de escritura. Es decir, al inicio del trabajo el usuario determina el número de palabras que desea que tenga su novela y en cuántos días va a escribirla. El ordenador no le dejará pasar de ese tiempo y le irá avisando del avance cada día para que el escritor pueda apresurarse más o menos, esforzarse más o menos. Es más, por tanto, un juego o un entrenador para escritores. No da ideas sobre historias, ni habilidad expresiva, ni facilita la maquetación, ni otorga capacidad artística sino que busca que el usuario entienda que escribir es un duro trabajo que requiere disciplina y rigor cada día, que la inspiración nos tiene que encontrar trabajando.
 
Puede descargarse de la tienda de Apple.


16/12/12

iAnnotate PDF




iAnnotate PDF es un programa para la plataforma Android (a partir de la versión 2.3) que permite subrayar o escribir notas y comentarios sobre un texto en formato PDF. Ádemás, permite abrir varios documentos de manera simultánea lo que es muy necesario cuando, por ejemplo, se trata de comparar varios documentos o textos.

El interface es suficientemente sencillo para poder ser utilizado desde el primer momento. No permite, al menos en la versión revisada, salvar las anotaciones realizadas a un dispositivo externo (disco, tarjeta de memoria, etc.).
 
Se puede descargar desde la Google Play Shop.


15/12/12

La camarera





Los hechos de aquella semana de septiembre siguen estando frescos en mi memoria, aún cuando el tiempo se ha encargado de avejentar mi cuerpo y agravar el asma que sufro desde niño.  Fue precisamente esa enfermedad la que motivó que me trasladara a la costa  durante aquel verano de 1910.
-         Le conviene cambiar de aires- me había dicho el doctor Valverde-, pasar una temporada al borde del mar. Olvídese del trabajo y dedíquese a sus aficiones. Su salud le va en ello.
Como quiera que la advertencia era seria y que mi situación financiera era holgada, decidí tomarme el descanso prescrito y dedicar un tiempo a pintar. He de decir que no soy mal pintor y que, aunque no me gano la vida con el arte, bien pudiera hacerlo porque, modestia aparte, mis paisajes siempre han sido muy elogiados. Así que, casi en un arrebato, empaqué las pertenencias que necesitaba, cerré mi piso en Pamplona donde tenía mi residencia habitual, y concerté la reserva de una habitación en la casona Aizgoyen, de Algorta, que me habían recomendado en el  ateneo. Algo más familiar y cálido que un hotel convencional, me dijeron. Además, la situación política era convulsa. Canalejas presidía un gobierno que ya había cambiado tres veces en pocos meses. Los mineros estaban en huelga desde agosto y los guardias de asalto reprimían con dureza las manifestaciones en el centro de Bilbao. No deseaba verme envuelto en algaradas. Mejor, buscar la calma plácida de Neguri donde las personas de mi clase procurábamos olvidarnos de las turbulencias que sacudían una sociedad que ya no entendíamos. Siempre me había atraído poder dibujar el océano y las luces del atardecer, tan distintas de las de tierra adentro. Sería una buena ocasión para hacerlo.
Llegué a Algorta un martes después del mediodía. El cielo era de un azul cobalto que, en el horizonte, se fundía con el verde turquesa de un Cantábrico por una vez sosegado y sin olas alteradas. Mis objetivos eran sencillos. Dormir cuanto más mejor, dar paseos que fortalecieran mis pulmones y pintar la belleza del mar, de la arena y de los puertos marineros. Me alojé en el hermoso edificio recién construido a semejanza de los caseríos vascos, con un cuidado jardín sobre los escarpes, y en el que su propietario arrendaba habitaciones para personas de buena posición durante los meses veraniegos. Los amigos que me habían recomendado el lugar habían acertado en su elección. Era lo que necesitaba. Tranquilo, discreto, nuevo y cómodo. Me tocó en suerte una habitación abuhardillada de la tercera planta con grandes ventanales que daban al mar. El techo de madera se inclinaba suavemente hasta morir en una terraza que daba al oeste y por la que los atardeceres se llenaban con el hechizo de una luz tornasolada y multicolor. Me sentí cómodo y dediqué el resto de la tarde a echar una merecida siesta, desembalar mis maletas y leer un folleto que me habían entregado a la llegada. Hacia las ocho, tomé un baño caliente, me vestí con un traje ligero de lino muy apropiado para la estación y bajé al restaurante situado en la planta baja.  Me sentaron en una mesa un tanto aislada, junto a una chimenea de piedra ahora apagada y una pared con anaqueles repletos de estatuillas de pájaros y peces. Un gran reloj de pared, con su péndulo ondulando de forma precisa, completaba la decoración.
Me fijé en la muchacha en cuanto entré. Primero, de manera inconcreta, como cuando un destello indefinido nos llama la atención sin saber muy bien la razón. Luego, cuando me trajo la carta, con sincera admiración. Era de baja cuna, eso estaba claro dados sus modales algo torpes con los cubiertos y su caminar demasiado acelerado. Posiblemente, una chica de algún puerto cercano contratada como asistenta temporal. Sin embargo, era la mujer más hermosa que yo nunca hubiera visto. Pelo negro recogido en su nuca con delicadeza, piel morena curtida por el aire, unos ojos profundos tan negros como su cabello y unos labios y una silueta que Botticelli hubiera deseado como modelo cuando pintó su Venus naciente. Sin duda, ella debió percatarse de mi turbación pero apenas tardé unos segundos en recomponerme y leer, con fingida atención, el menú. La cocina era excelente. Tomé una ensalada de bogavante con alcachofas confitadas de primero y bacalao con salsa de frutos de mar como plato principal.  Todo delicioso. Como ella. Como aquella camarera de la que no sabía nada excepto que me resultaba difícil dejar de mirarla en su deambular por entre las mesas portando platos y cubiertos, perolas y botellas. Al terminar, caminé hasta el Faro de Arriluze y, para ser sincero, no paré de pensar en la chica. Una sensación extrañamente nueva en mí. Quizá, el encanto de la sencillez. Siempre he permanecido soltero pero eso no significa que no me haya enamorado en mi vida. Dos veces tuve mi corazón al borde de una boda pero, por motivos que no son del caso, ambas ocasiones se frustraron en el último instante. A pesar de ello, siempre mantuve una cierta distancia con el amor, un control racional de las pasiones del que siempre me había enorgullecido. Algo que parecía haber perdido aquella noche. Mientras paseaba- quizá por el golpeteo de las olas en la escollera, o por la luna nacarada que resplandecía en el espejo de las aguas- tuve una idea alocada. Me vi desplegando mi cola de pavo real y desempolvando mis  parcas dotes de seductor. Una chica de su clase no podría negarse. Para ella, yo era sin duda un regalo. Por fortuna, súbitamente, la visión de una pareja de guardias que hacían la ronda devolvió la cordura a mi ser. Yo tenía cincuenta años y ella era una veinteañera. Sentí vergüenza de mí mismo y me esforcé en pensar en mis pinturas. Regresé, entré discretamente al hotel y dormí solo.
Desperté con la cabeza despejada. Hacía un día espléndido. Desayuné a la inglesa y dediqué la mañana a familiarizarme con el entorno. Con un mapa en mi mano, situé los puntos neurálgicos de Algorta y apunté mentalmente la ubicación de tres restaurantes que me parecieron dignos de visitar. Almorcé ligero en una cafetería cercana al puerto y, tras una breve cabezada reponedora, tomé el caballete, las láminas, la paleta y la caja con acuarelas, dispuesto a encontrar una imagen perfecta que inmortalizar. Encontré un paraje delicioso al borde del acantilado, encima de la playa. El mar se había vestido de manchas de algodón que el viento sur agitaba hasta donde alcanzaba la vista. Un par de veleros permanecían anclados no lejos de la costa y el sol pintaba arabescos dorados sobre las rocas. Al fondo, en la playa, los bañistas se agolpaban en torno a las coloridas casetas y las sombrillas protectoras del sol. Di una capa de azul tenue al lienzo y comencé, como indica el buen hacer, por el cielo. Pronto me ensimismé en el trabajo y me olvidé de todo aquello que fuera ajeno a la pintura. De tanto en cuanto, daba unos paso atrás para observar el resultado con suficientemente perspectiva, detectar detalles que merecían ser retocados o, simplemente, tomarme un respiro. El sol comenzaba a caer y ello me obligaba a retocar los tonos. Me volví para coger los tubos de amarillo cuando la vi. Estaba a unos pasos de mi caja de pinturas, mirando fijamente la acuarela. Igual de bella que la noche anterior. Miento. Estaba mucho más hermosa, arrebatadoramente guapa. Llevaba un vestido sencillo pero agradable. Me sonrió y mantuvo sus ojos en los míos cuando yo, como un imbécil, quedé petrificado ante su presencia. No sabía cuánto llevaba observándome y por un instante me sentí frágil ante ella.
-         Me gusta mucho el cuadro. Es usted un artista –dijo de pronto.
Yo, ingeniero de minas, hombre experto en la vida, culto, adinerado, miembro del patronato real y del ateneo cultural, asiduo asistente a la ópera, quedé mudo, sin saber qué decir ni qué hacer.
-         Me encantaría saber pintar como usted lo hace- volvió a sonreír y entonces me di cuenta de que sería imposible plasmar en un lienzo el embrujo mágico de aquella sonrisa.
-         Es usted muy amable, señorita – acerté por fin a responder- Le agradezco sus palabras. Me llamo Bernardo Langarica. ¿Con quién tengo el gusto de hablar?
-         Margarita. Soy Margarita.
-         Podría enseñarle a pintar- balbuceé- ¿Quizá mañana por la tarde si usted tiene tiempo?
-         Lo siento. Mañana justamente libro en el trabajo… y, de todos modos, no podría. Tengo otros asuntos de que ocuparme... Lo siento pero ahora debo irme. Se me ha hecho muy tarde- su sonrisa volvió a iluminar el mundo, se volvió y caminó aprisa hacia el pueblo.
Ni que decir tiene que no terminé el cuadro. Me quedé allí, atónito más por mi propia confusión que por el encanto de la muchacha. Me senté mirando hacia el océano. Mi cerebro se limitaba a recordar su risa, a escuchar su voz, a delinear su rostro. Hube de reconocer que era un impulso sensual el que me oprimía. Un inverosímil deseo juvenil impropio de mi edad. Porque poco más que juventud y deseo podía ofrecerme aquella mujer que probablemente apenas sabría escribir. Imaginé pintarla en mi estudio, acostada desnuda en las sábanas de mi cama y convertirla en la señora Langarica para alegría de todos mis amigos que me consideraban un tanto misógino. Discurrí sobre la poca importancia de la edad en cuestiones de amor y me auto convencí de que habría de gustarle. Estuve así, cavilando con la frente enfebrecida, un par de horas hasta que, ya de noche, el destello del faro me sacó de mi aturdimiento y me reconocí a mí mismo absurdo y estúpido, desvariando por una joven a la que acababa de conocer y tan ajena a mí. Recogí los bártulos e ingresé en el hotel por una puerta trasera. Estaba avergonzado de mi mismo pero decidido a saber más de ella. Había dicho que aquella tarde no trabajaría. Y que tenía otros asuntos. Aquello me intrigó. ¿Qué asuntos podría tener una chica sencilla del pueblo? Durante la noche apenas dormí y tracé un plan para abordarla. La seguiría a la salida de su turno.
Me las arreglé para alquilar un vehículo con chófer durante la mañana, con la excusa de desear conocer el entorno sin necesidad de tentar a mi asma caminando. Esperé con disimulo cuando terminó el servicio de comedor. Ella salió sin sospechar que la observaba. Llevaba un vestido oscuro y su pelo caía en melena por debajo de su cuello. Tomó el tranvía y ordené al conductor que lo siguiera. Giramos a la derecha por la avenida de Zugazarte que, a aquella hora, estaba repleta de transeúntes. Unos minutos después, se detuvo frente al puente colgante de acero. Vi como Margarita descendía y tomaba la barquilla. Sin dudarlo, salté de mi vehículo y compré un billete de primera. Mi chófer entro en la zona reservada a la segunda clase, separada de nosotros por una red, donde los pasajeros menos afortunados, entre ellos la muchacha a la que seguía, compartían espacio con los coches, las caballerías y los fardos. Procuré no mirar atrás para evitar ser reconocido. Al desembarcar, ella tomó otro tranvía y yo volví a subirme al Hispano-Suiza que había rentado. Mientras recorría La Canilla, me preguntaba dónde viviría la muchacha, cómo sería su vivienda -modesta a buen seguro-, si tendría hermanos. En ningún momento pensé en que podía estar desposada, tan seguro estaba yo de que el destino la había destinado a mí.
Al llegar a Sestao, la chica se apeó y comenzó a caminar con presteza. No había más remedio que continuar a pie. Dije al conductor que deseaba pasear y que me siguiera a cierta distancia por si me fatigaba. Absorto como estaba en no perder la pista de la mujer, no me percaté de que estaba introduciéndome en callejas de un barrio obrero hasta que las miradas de hombres vestidos con alpargatas, gorrilla y chalecos encogidos por el uso, me indicaron que mi traje de raya inglés, mi sombrero eduardiano y mi impecable corbata de seda no constituían el atuendo más indicado para la ocasión. Si había clases, estas se manifestaban en nuestras vestiduras. Instintivamente me afloje el cuello y me quité la chaqueta. Hacía calor y Margarita caminaba a buen paso, tanto que, a pesar de mi ánimo y mi interés, mis pulmones comenzaban a fatigarse. Afortunadamente para mí, se detuvo junto a una multitud que se arrejuntaba frente a un estrado de madera y unos enormes carteles de la CNT, un sindicato recién formado y de inspiración anarquista.
Tomé conciencia, entonces, de dónde me encontraba. Siguiendo a Margarita me había colado en medio de uno de aquellos mítines sindicalistas que tanto proliferaban durante aquellos meses. El miedo me invadió y hube de echar mano de toda mi entereza interior para mantener la compostura. A todas luces, yo era alguien a quién todos aquellas personas de la concentración no les resultaría simpático. Pero el temor dejó paso, súbitamente, al estupor. Margarita, la mujer que yo creía ingenua y sencilla, a la que pensaba malcriar y mimar con regalos, en la que yo pensaba como una sumisa e infantil esposa preocupada tan sólo por hacerme feliz, se subió al entarimado y comenzó a hablar, arengando a la multitud, segura de sí misma. De pronto, experimenté una notable desazón cuando la escuché hablar de la necesidad de justicia, de la corrupción política, de la explotación de los capitalistas que, mientras los obreros pasaban hambre, se dedicaban a holgazanear en las playas de la costa, de esa invisible pared que dividía ricos y pobres a menos de dos kilómetros de distancia. No me miró ni sabía que yo estaba allá pero sentí que sus palabras iban solamente dirigidas a mí persona. Se me antojó que no había nadie más en aquella multitud, que Margarita se reía de mí, de mi babeante mirada de los días anteriores, de mi suficiencia idiota, que me recriminaba cómo era y cómo pensaba.
Cuando estalló el primer aplauso, atronador, no pude resistirlo más. Pegué un par de empujones y me hice paso hacia la avenida. Afortunadamente, los camaradas de la chica estaban absortos en su discurso y no prestaron atención a mis movimientos. Mi atuendo era tan inadecuado para la ocasión que debieron pensar que era imposible que yo fuese un espía. No tardé en encontrar mi vehículo, al lado del cual mi chófer fumaba un cigarrillo, aburrido y despistado. Al verme, lo tiro al suelo con esa sumisión que todos me mostraban siempre y que, ahora sabía, sólo era un antifaz que cubría un desprecio y odio intensos. Al llegar a Aizgoyen, empaqué lo más rápido que pude y cancelé la habitación. El mismo coche me llevó a la estación y aquella noche regresé a mi domicilio. Nunca más supe de aquella mujer pero mi absurdo mundo se vino abajo desde entonces.