Sumisión,
(Anagrama, 2015), de Michel Houellebecq, es una novela cuya presentación en
público casi coincidió con el atentado terrorista contra la revista
Charlie-Hebdo, en París. Automáticamente, consiguió una celebridad no esperada
por su carácter presuntamente profético al narrar la llegada al gobierno de
Francia, en el año 2022, de un partido islamista y los cambios sociales que ello
conlleva. Sin embargo, ese ascenso político islamista es sólo el escenario en
que se desarrolla la novela ya que la historia, verdaderamente, es la de François,
un catedrático de la Sorbona, de vuelta de todo, descreído de todo, nihilista,
hedonista, machista, egoísta, que busca
un referente en su vida. Es la historia de él y del resto del género masculino
que, ante un escenario de comodidad, de mujeres que les sirven, de disfrute
sexual poligámico y de poder cotidiano, se venden con suma facilidad.
Hay que
decir, asimismo, que no hay que confundir una historia con su autor, ni unas
circunstancias y unos eventos narrados implican que el autor, como individuo, los
defienda o los rechace. Los escritores crean mundos virtuales que no son obligatoriamente
el reflejo de lo que ellos mismos piensan. No puede confundirse la personalidad
del protagonista con la del autor, no son autorretratos, no puede colegirse que
una descripción novelada de la sociedad implique que se defienda el mismo
modelo en la realidad. Tampoco un escritor debe estar obligado a contar sólo lo
que nos gusta, también puede y debe contar el lado oscuro de la vida. La
crítica de la novela no puede fundamentarse en que el mundo descrito supone un
retroceso ético y moral, o que los personajes son misóginos, retrógrados o
vendidos al poder. Porque eso, “puede ocurrir”. Porque esos hombres, existen
y/o pueden existir.
Houellebecq
nos describe una sociedad que cae voluntariamente en el machismo más
repugnante, un mundo de hombres que se venden al poder, a la comodidad, al
sexo y al dinero; una sociedad que desea volver a los valores más arcaicos y
que huye del humanismo y del laicismo, aunque en realidad sea sólo una excusa. Una
marcha hacia atrás en la historia que sucede de manera suave, sin grandes revoluciones,
soportada en el control de la educación y los presupuestos, en la lógica de una
demografía favorable, una realidad posible por lejana que parezca. Una sociedad
que genera su propio sistema de valores coherente e implacable, donde los
hombres se venden al mejor postor abandonando sus criterios éticos previos en pos del
éxito, el sexo y el poder. Porque poco se habla de lo religioso. Al final, se
trata de defender las ventajas más prosaicas. La conversión como herramienta política o social.
Precisamente,
el punto débil de la novela es que, en ese mundo virtual, la mujer se deja subyugar.
A ellas no les ofrecen prebendas sino que les quitan la educación, su destino,
su libertad. Y, sin embargo, votan a los islamistas, se adaptan, no protestan,
no se defienden, parecen felices con su nuevo destino. En la verosimilitud de
los eventos, es este el punto que chirría. Porque Houellebecq olvida la reacción
de la mujer para poder llevar la historia a su conclusión final, para que François
y sus colegas puedan desarrollar su machismo más elemental. Desde este punto de
vista, esta desaparición de la mujer puede tener la interpretación de que el
autor no las valora, o justo la contraria, es decir, que la salvación de la
sociedad dependerá precisamente del papel activo que tomen las mujeres, que
serán ellas las que podrán salvaguardar el humanismo europeo porque, si no lo
hacen, como de hecho ocurre en la novela, la sociedad estará perdida, caerá en lo
reaccionario, se habrán perdido milenios de desarrollo ético. Lo crucial aquí es lo barato que se venden los
hombres. No es que Sumisión sea derechista como he leído en algún sitio sino que alerta de lo fácil que es caer en el derechismo más extremo y no por miedo al inmigrante sino por puro interés.
El
ritmo es ágil, aunque sobran algunas disquisiciones filosóficas que encajan con
dificultad en el devenir de la historia; la prosa es directa, variando entre un
discurso elevado y otro barriobajero (también de explícita descripción sexual) , según el momento. Hay algún error de
traducción como cuando el protagonista se dirige al suroeste francés y aparece
en Perpignan en vez de en Biarritz. Es criticable también que muchos de los
personajes que interactúan con François desaparecen tras un breve diálogo, convirtiéndose
más en excusas para introducir un mensaje que en personajes estudiados y con un
fin en la trama.
Lo que, en cualquier caso, es cierto es que la novela ha desatado pasiones: denigrada o ensalzada con vehemencia. No lo merece, no es para tanto, ni a un lado ni al otro.