El viernes santo con sus procesiones lejanas a las que no asisto, sus tambores quejosos, las campanas doblando a muerto, los capirotes y las torrijas, los requiems en Radio Clásica, con esa lluvia persistente que se empeña cada abril en llorar el día y fastidiar a los que toman vacaciones, me pone muy triste, agita recuerdos que aparecen aunque yo no lo quiera. No mentiré. Sí, deseo que vuelvan tus recuerdos, aunque sean tristes, aunque duelan como una corona de espinas. No se te ahorró el calvario. Como a Él. La compasión no es una virtud del cielo. Hay que sudar sangre, beber vinagre, penar en vida.
Llegará el domingo de Pascua. Llegará. Quizá entonces me llamen resucitado al paraíso pero, de momento, esta tarde he estado en él contigo. Había frondas acogedoras, brisa suave, aromas de lavanda, colores en el cielo. Me llevabas de la mano y charlábamos. Sonreías, percibí cómo me acariciaste. Estabas hermosa. He recordado un poema de Amado Nervo y lo hemos recitado juntos, sentados en la ribera del río donde tantas tardes dedicamos a mirarnos, allá, aquí, en el paraíso.
El paraíso existe;
pero no es un lugar (cual la creencia
común pretende) tras el hosco y triste
bregar del mundo; el paraíso existe;
pero es sólo un estado de conciencia.
Los muertos no se van a parte alguna,
no emprenden al azul remotos viajes,
ni anidan en los cándidos celajes,
ni tiemblan en los rayos de la luna...
Son voluntades lúcidas, atentos
y alados pensamientos
que flotan en redor, como diluidos
en la sombra; son límpidos intentos
de servirnos en todos los momentos;
son amores custodios, escondidos.
Son númenes propicios que se escudan
en el arcano, mas que no se mudan
para nosotros; que obran en las cosas
por nuestro bien; son fuerzas misteriosas,
que, si las invocamos, nos ayudan.
¡Feliz quien a su lado
tiene el alma de un muerto idolatrado
y en las angustias del camino siente
sutil, mansa, impalpable, la delicia
de su santa caricia,
como un soplo de paz sobre la frente!