Como de costumbre, Simón Santos llegó a la oficina unos diez minutos antes de las nueve. Colgó su abrigo y miró a través de la ventana. Era un día agradable, no muy frío, de esos que en pleno invierno anuncian ya la primavera. Vio a Martín entrar en el edificio con algunos periódicos bajo el brazo.
- Vaya, reincide – pensó, con cierto optimismo. Para Simón, el asunto de la invasión había afectado demasiado al pobre Martín. Que volviese a leer era un buen síntoma. Aún estaba pensando en su compañero cuando entró este con aspecto totalmente contrario al que Simón suponía. Estaba casi llorando y muy nervioso.
- Martín, ¿qué te sucede? – preguntó Santos un poco asustado.
- ¡Mira!¡Mira!, lee esto – gimió Martín.
- ¿Qué es? – Simón intentó tranquilizarle – pero, primero, cálmate
- ¡Mira!... ¿sabes ya lo del satélite?
- Sí, claro. ¿Y qué tiene que ver eso con….?
- Prométeme que seguirás siendo mi amigo si te lo digo…
- Pues claro – respondió Simón-, sabes que te aprecio.
- Ya sabes que el lugar vulnerable de los satélites se comunicó a otros Gobiernos por el ISP – Martín pareció tragar saliva-…¡Simón!....ese informe lo revisé yo…¿te das cuenta?...¡El espía está aquí!
Simón agarró a Martín y lo sentó por la fuerza en su silla.
- Cálmate, cálmate. No te preocupes. Esa información ha pasado por muchas oficinas ¿por qué iba a ser aquí?
En realidad, Simón no estaba siquiera seguro de que tal informe pasara por allí. Cierto que, al ser una oficina fronteriza, gran porcentaje de la correspondencia internacional era de su competencia pero sabía la fuerte impresión que a Martín le habían causado los últimos acontecimientos.
-¡Yo sé que ha sido aquí! – gritaba Martín- Hay espías, Simón, hay espías. Te juro que yo no he sido. Te lo juro.
- Claro que tú no has sido. Sabes muy bien que te creo.
Martín se revolvía furiosamente en su silla. Sus ojos brillaban bajo la capa de lágrimas que brotaban continuamente. Su rostro había adquirido un tono rojizo que alarmó a Simón.
- ¡Cálmate! – le gritó Martín- cálmate. No te preocupes por ello.
Simón, ya muy asustado por el cariz que tomaba el aspecto de Martín, se dirigió al teléfono. Golpeó agitadamente el pulsador.
- ¡Rápido, rápido! – dijo - …señorita, envíe un médico al ISP de Correos…sí, claro….
- Ayúdame, Simón, ayúdame – gimió Martín- Mi pecho…me duele…
Simón empalideció. Veía a Martín agarrar furiosamente sus dedos al lado izquierdo del pecho.
- Respira, Martín. Respira profundamente.
- Simón…. Escucha – Martín hablaba entrecortadamente y con mucha dificultad-… ha sido el nuevo director…. Mi pecho….estoy seguro, Simón…tu sabes que yo creía en él, creía que era un buen director…pero sólo ha podido ser él, Simón… sólo él…. Ahora comprendo por qué se asustó aquel día que … mi pecho, me duele, me duele…ayúdame.
- Sí, Martín…túmbate en el suelo. Yo te ayudo,…así…así…despacio.
- Prométeme que denunciarás a González, Simón…¡Prométemelo!
- Claro, Martín, claro. Tranquilízate.
En ese momento entró un hombre en la oficina
- ¿Quién es usted? – gritó Simón
- ¡Yo no he sido!¡Yo no he sido! .. díselo tú – gritó Martín al volverse al recién llegado.
- Soy médico. Tengo una ambulancia abajo – contestó- vamos, ayúdeme a moverlo.
Martín no llegó al hospital. En la misma ambulancia sufrió una crisis cardiaca. Simón estaba con él.
Relato en capítulos escrito hace casi 30 años, cuando yo era tan joven. Las cuartillas en las que estaba mecanografiado se habían vuelto amarillas, así que he decidido transcribirlo al blog como recuerdo.
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