Las cigüeñas seguían hoy en lo alto de la columnata del Paseo de Ronda. Como siempre, eran dos. Hembra y macho, aves amantes enfrentando juntas la vida desde su hogar de ramitas entretejidas. Serán las mismas cigüeñas que tantos veranos nos vieron caminar de la mano, charlar animadamente mientras tomábamos un helado sentados en el banco de la glorieta o mirarlas envidiando su nido ajeno al mundo. Hoy, las cigüeñas también miraban un horizonte común y he pensado que te buscaban. Me habrán visto solo y se habrán preguntado qué ha sido de ti, qué ha sido de mí. No pudimos volar tan alto como ellas, ni urdir un nido, ni convivir lo suficiente.
Cuando llegue el invierno, ellas marcharán volando ala con ala, abriendo el aire en un esfuerzo común, descubriendo juntas caminos invisibles en el cielo. Cuando llegó nuestro invierno, tú marchaste sola y yo quedé inválido, incapaz de volar sin ti, compañera; esperando sólo que me esperes allá donde te encuentres.
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