Puse el despertador para llamarte a la hora. No me hizo falta porque yo estaba tan nervioso como tú misma y me desperté antes de la hora. Era de noche en el lugar en que yo me encontraba. Media mañana donde tú estabas. Habías tenido un problema en la universidad. Un examen muy mal evaluado. Protestaste con toda la razón. Y el catedrático te citó en su despacho. Tenías tanto orgullo de sacar bien tus estudios que te dolía cuando te corregían a la baja.
Noté que todo había ido bien al primer segundo. Sabía cuándo eras feliz por el timbre de tu voz, por el ligero trémolo de tu hablar. No sólo tenías razón. Te había calificado con la máxima nota. Te dije que te amaba, que merecías todo lo bueno del mundo, que te admiraba. Ahora duerme, cariño – me dijiste- luego te cuento todo. Yo no quería colgar. Me obligaste a hacerlo. Prometí que te llamaría en cuanto amaneciese. Pero tu felicidad ya había hecho amanecer mi mundo.
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