El día de tu graduación fue bonito. Estabas feliz por el logro. Y yo por ti. Habías conseguido tu sueño, lo que no habías alcanzado cuando debiste en el tiempo. Pero eras una mujer fuerte, perseverante, con una capacidad de trabajo asombrosa. Muchos, casi todos, hubieran cejado en el camino, hubieran desistido. Al cabo, ya era sólo un sueño y no una necesidad. Pero tú continuaste en el camino, por encima del cansancio y de la falta de tiempo, del desánimo ocasional y de las dificultades. Estabas hermosa y alegre. Yo estaba orgulloso de ti, mucho más que si fuese mi triunfo propio. Dormiste inquieta, abrazada a mí, y me hiciste bajar tan temprano a desayunar que aún era de noche. Te preparaste con esmero, con aquel traje chaqueta-pantalón tan elegante que habías comprado sólo para la ceremonia. Cuando dijeron tu nombre, la vida te restituyó lo que siempre mereciste. Recuerdo el cariño con el que todos los catedráticos te saludaron. Luego, llené la memoria de la cámara con tus fotos. Aún las miro a menudo. Merecías el éxito y lo tuviste pero el destino te esperaba a la vuelta de la esquina para arrebatarte a traición lo que no había podido quitarte cara a cara.
15/3/08
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