1/3/08

Un mal día




No había sido un buen día. Las noticias no eran gratas, la evolución de tu enfermedad no iba por buen camino. Una de esas mañanas para mandarlas a la mierda. Uno de esos días para mirar al cielo y pedir explicaciones que, sin embargo, nunca llegan. No comimos. No teníamos ganas. No podíamos tenerlas. Conduje el auto lejos, sin importar a dónde ir. Fuera de aquella factoría de médicos y enfermos. Bordeamos el río, que bajaba ancho y caudaloso, hasta dar con el bosquecillo de tilos que se mecía más allá del embarcadero de pescadores. Estaba desierto. Hora de la siesta. Te recostaste sobre mí. Te peiné el pelo y te acaricié con calma, amándote en cada instante y en cada milímetro de tu piel. Tú cerraste los ojos y acabaste por caer dormida en mis brazos. Cuando despertaste me dijiste que yo era lo mejor que te había pasado y yo hubiera dado mi vida, literalmente, por ti. Aún la daría.


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